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Magia de oriente para no olvidar

Los Reyes Magos visitan la Asociación 'San Rafael' de Alzheimer y otras Demencias de Córdoba | MADERO CUBERO

Pilar Montero

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Un majestuoso nacimiento en la puerta. Cajas llenas de bombones, polvorones y roscones. Caramelos. A lo largo de los pasillos, los protagonistas de este día sonríen enmarcados dentro de un “Feliz Navidad”. Son caras que proyectan la ilusión de volver a los orígenes en un presente de haber vivido mucho.

En un gran salón del piso inferior, los portadores de oro, incienso y mirra esperan emocionados su entrada triunfal a una estancia abarrotada de internos, asistentes y familiares. Los medios locales también están allí. Todos quieren tomar declaraciones a quienes llevan con tan buen porte las pelucas rizadas, los abalorios dorados, las capas mullidas.

Los trajes imponen. Tras ellos se encuentran el presidente de la Asociación, Rafael Luque -en la piel de Melchor-, una psicóloga del centro que emula a Gaspar, y un Baltasar encarnado por un asistente. Los acompañan unas apropiadas pajes reales cargadas con cestas de caramelos. “Los repartimos poco a poco o los tiramos flojito”, comentan. El sonriente Melchor declara a la cámara: “Venimos a repartir mucho cariño, eso es lo más importante. El cariño, la alegría, la ilusión”.

Una emocionada Gaspar cuenta a este diario los efectos beneficiosos que este tipo de iniciativas ejercen sobre los mayores. Según explica la psicóloga, detalles asociados a estas fiestas tales como la música, la comida típica, las reuniones, la decoración y otros actos tradicionales, ayudan a un nivel cognitivo. Detalles a priori insignificantes permiten a los pacientes el situarse en su realidad. Además, estos estímulos les hacen regresar a sus escenas festivas de la infancia.

“Holanda ya se ve”. Eso es lo que empieza a sonar en el salón. Ha llegado el momento de que los magos de oriente hagan su entrada triunfal. Entre aplausos, recorren la estancia hasta sentarse en sus respectivos tronos. “¿Habéis sido buenos este año?”, preguntan. “¿Quién ha sido bueno?”. Hay muchas manos levantadas, no podría ser de otra manera.

Por eso, decenas de bolsas de regalo empiezan a salir de las cajas de los reyes y a todo el mundo le llega la suya. Un reloj para los hombres, un pañuelo para las mujeres. Y muchos dulces. En las caras, ilusión. Hay quien incluso derrama algunas lágrimas. Un reloj nuevo en la muñeca, los colores de un pañuelo de seda sobre el cuello. El tacto suave de los guantes de terciopelo de sus majestades tras un buen apretón de manos. Son detalles minúsculos, comparados con sus grandes efectos diferenciales.

Lo material no tiene en estas fechas, en estos casos, valor por sí mismo, sino por la respuesta emocional que provoca. Continúa la música, los apretones de manos, las palabras de aliento y el reparto de dulces. Detrás de esos acercamientos hay ensoñaciones de viajes lejanos por tierras orientales, evocaciones olorosas de incienso, tal vez la impaciencia infantil de una noche de reyes en vigilia. A la espera, tras la escalera.

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