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Luz propia

Hermandad del Amor | ÁLEX GALLEGOS

Rafael Ávalos

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Amanece en Córdoba. Un manto oscuro la cubre. Las nubes ennegrecen el cielo, que además está rasgado. Llueve. Igual que lo hiciera durante la madrugada. Desde unos minutos después de cerrar un día memorable. El que llega es el más esperado por los cofrades. Es el ansiado. Y entra de mala manera. El frío es menor. El viento tampoco corre como una jornada atrás. Sin embargo, el agua toma protagonismo. Su presencia es débil, pero impertinente; es tímida, pero inoportuna. Llueve y las campanas al final no suenan cuando debieran hacerlo. Lloran en San Lorenzo. La Semana Santa tiene el peor de los inicios posibles. Un comienzo amargo que por fortuna nada tiene que ver con el desarrollo. Cuando el Domingo de Ramos parece romperse en pedazos como la ilusión de quienes lo esperaran, las hermandades logran otorgarle brillantez. Lo consiguen con una luz propia.

Los pronósticos eran poco halagüeños desde tiempo atrás. Lejos de mejorar, fueron a peor mientras más cercano estaba el momento. Se cumplieron. La lluvia no cesó a lo largo de la mañana del Domingo de Ramos. A las ocho, quien miraba al cielo quizá ya pensaba en que no vería a los niños hebreos; en que no observaría a Jesús sobre su pollina en su llegada a Jerusalén; en que el sol no jugaría con el campanario de San Lorenzo. Y fue así. Poco espacio a la duda le dejó la meteorología a la hermandad de la Entrada Triunfal, encargada de abrir la Semana Santa. Minutos después de las diez se hacía oficial la decisión. La popular Borriquita, la procesión de los niños, no iba a recorrer las calles de Córdoba. El pecho de todos los cofrades hechos uno se encogió de repente.

El desasosiego sobrevoló el templo fernandino, hasta el que acudieron numerosos cordobeses para acompañar a Jesús de los Reyes y la Virgen de la Palma. Todos oteaban el cielo como un horizonte extraño. Todos deseaban que la predicción se cumpliera también para la tarde, que había de ser mejor aun con algún riesgo. Poco a poco el desgarro se sanó y la tonalidad grisácea empezó a desaparecer. Al mediodía la lluvia era un reciente pasado desagradable. Pero todavía no se había marchado. A las tres y media, los paraguas abiertos en la plaza Cristo de Gracia hacían temer. La posibilidad de recobrar el pulso a la jornada por la tarde parecía perder fuerza. Nada más lejos de la realidad.

Si bien la opción de la media hora de cortesía no estaba contemplada en un principio, el Rescatado decidió retrasar su hora salida. La decisión estuvo consensuada con la Agrupación y las demás cofradías. Resultó ser un acierto, por mucho que al inicio de su estación pareciera un atrevimiento. Los centenares de personas que aguardaban la aparición de Jesús Rescatado permanecieron expectantes. Y fue pasadas las cuatro y veinte cuando las puertas del local anexo al templo trinitario se abrieron. La ovación hizo temblar la plaza y poco después el Señor de Córdoba comenzaba a cautivar con sus manos atadas a la ciudad. Tuvo luz propia, como siempre y esta vez más pues presidió un momento histórico. Éste no fue otro que el de su regreso al primer lugar del cortejo. Precedió a una siempre hermosa Virgen de la Amargura.

A la comitiva del Rescatado le sorprendió en María Auxiliadora el agua. Fue llovizna, pero hacía de nuevo dudar. No a la corporación, que continuó adelante. Como hicieron el resto. La primera de ellas la de las Penas, que abandonó su sede sólo unos minutos después de otro chaparrón sobre Santiago. Eran los últimos coletazos de una lluvia despreciada. Las corporaciones quisieron y fue. Fue la difícil salida del misterio del Crucificado moreno, la talla más antigua de la Semana Santa de Córdoba. También fue la no menos complicada salida del palio de la Virgen de la Concepción. Fue la luz del barrio que abraza al de San Pedro, la que procede de la antigua calle del Sol. Esta corporación abrió la Carrera Oficial, que lo fue. Fue una colección de estampas para el recuerdo. A ello ayudó la seriedad de las cofradías, y también el tiempo. Las nubes se habían ausentado al fin y el viento siguió sin aparecer. A diferencia de lo ocurrido el Sábado de Pasión, los pasos mostraron en plenitud su luz.

Luz propia como la de la hermandad de la Esperanza, que fue la siguiente en iniciar su recorrido por las calles de Córdoba. Iluminó a la ciudad el Señor de las Penas, con el paso elegante pero enérgico al que acostumbra su cuadrilla. También lo hizo la Virgen de la Esperanza, dulce Madre que regalara Juan Martínez Cerrillo. Marchó María con un tocado especial, que rememoraba a otros tiempos, y con un caminar igualmente reconocible. Sobre su palio, el manto era cada vez más azul. Sobre todo después de recorrer la plaza de la Corredera, un tramo de itinerario de la corporación que deparó otra panorámica inolvidable. Verde esperanza, azul cielo. Mientras, el Patio de los Naranjos estaba cada vez más repleto. La gente de una vez por todas se lanzó a este espacio de la Mezquita Catedral.

Y el primer templo de la diócesis. La luz propia también surgió del monumento, en el que se produjo un ligero retraso cuando había de hacer su entrada en Carrera Oficial la hermandad del Amor. No fue responsabilidad de la corporación del Cerro, que a su salida de Jesús Divino Obrero recibió el calor de su barrio. Anduvo como sabe hacerlo el misterio de Jesús del Silencio, ese regalo que Ortega Bru hiciera sin saberlo para Córdoba. Cádiz volvía a estar al otro lado del Puente Romano y en ese otro donde San Rafael se levanta protector. El Domingo de Ramos no sería igual sin esta talla, sin el Cristo del Amor y sin la Virgen de la Encarnación. Vida vibrante desde lo más alto del Sector Sur, vida vibrante con el ritmo que marcan ellas. Las costaleras, que esta tarde ya mágica tuvieron un recuerdo para el pequeño Gabriel. Un pececito eterno.

La inquietud de aquellas primeras horas de la tarde pasó definitivamente a ser asunto pasado. También la frustración de la mañana, con la Entrada Triunfal en la mente. Era noche cerrada ya cuando el Señor de la Oración en el Huerto, que por vez primera iba rodeado de sus durmientes apóstoles, cruzaba la Puerta del Puente. Momento único al verle en su andar con el tema principal de la película La misión. Un instante que es imperecedero para el que lo viviera. Sobrio y sereno, solemne y elegante marchó, como siempre, Jesús amarrado a su columna. La columna que quiso ser, y no pudo, la lluvia para los cofrades. Tras él, la Virgen de la Candelaria, bajo un manto oscuro pero esta vez hermoso. De noche calma, que lentamente se hizo madrugada. Alumbrada fue la tiniebla con luz propia.

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