La esencia de lo tradicional guardada en un capirote
En un establecimiento de una calleja de Alfonso XIII, Inmaculada Arenas elabora un elemento importante del hábito nazareno del mismo modo en que antes lo hicieran su abuelo y su padre
Existe una calleja en la calle Alfonso XIII que quizá pase desapercibido a la mirada del transeúnte. Más si cabe cuando éste camina rápido, sin prestar atención al entorno. Se llama de los Afligidos y en tiempos próximos al inicio de Semana Santa comienza a tener mayor vida. El estrecho pasaje no tiene salida. Pero en él se encuentra un rincón especial. Al final, en un trayecto breve, se abre una puerta que parece conducir a otro tiempo. Mantiene el encanto de lo que fue antaño, que perdura en la actualidad. En el establecimiento, lo primero que salta a la vista es un puñado de formas cónicas de cartón. Están cuidadosamente apiladas. También las hay de rejilla. Es la modernidad, que tiene su hueco en ese lugar, cuyo origen se data de 1936. Después de 78 años, casi todo se conserva igual. Tiene magia. Tras el mostrador, en medio de la sala, dos mujeres. Comparten el mismo apellido y saben del secreto que legaron su abuelo y su padre. El testigo lo tomó Inmaculada, que apenas necesita unos segundos para definir su trabajo.
Restan dos semanas para que llegue el Domingo de Ramos y la entrada de clientes no cesa. Es un goteo constante. Todos llegan con su cubrerrostro. Vienen a recoger el elemento que les falta para completar su hábito nazareno. En esa estancia se vende el capirote de toda la vida. El que se hizo por vez primera en 1942. El que puede durar años. Una gran máquina a la derecha, en un rincón de la pared que separa esa sala de otra, muestra que es posible en el vertiginoso siglo XXI guardar la esencia de lo tradicional. Tiene más de 50 años, como el resto de aparatos. Uno sirve para realizar cortes, otro para grapar. Un paso sin puerta lleva al taller, que hace las veces también de almacén. Es donde trabaja Inmaculada Arenas, que desde hace cinco años regenta el negocio que antes fue de su padre, José, y aún más años atrás de su abuelo. Es donde se esconde el mayor de los secretos.
En su tercera generación, ese establecimiento tiene un lugar propio dentro del mundo cofrade cordobés. De allí sale, aproximadamente, el 20 por 100 de los capirotes que utilizan los nazarenos en las distintas hermandades de la ciudad. También desde la provincia existen encargos. Los de cartón, los de siempre, se realizan artesanalmente, como casi nada se elabora ya. “Primero se busca un cartón que pese poco, para que sea menor la penitencia que lleva el nazareno. Tenemos unas plantillas que las guardamos de mi abuelo y trabajamos por tandas. Se cortan los cartones, se tienen toda la noche liados y al día siguiente se cosen en la máquina de grapar, manual, para acabar poniéndole su terminación en papel, más la cinta”, explica de forma sencilla su labor Inmaculada, a la que no se le escapa la sonrisa. Después, se ajusta al cubrerrostro del nazareno. Eso queda para ella, no se puede desvelar el truco. Es como una buena receta.
Muy distinta es la elaboración de los capirotes de toda la vida con los de rejilla, que en el establecimiento también se venden, pero que no se trabajan. Los segundos, “tienen una cosa mala, que es el precio”, mientras en lo positivo están los hechos de que “es más ligero, es regulable de cabeza y que el casquete de dentro hace que descansen en la cabeza y no en la frente”. Con todo, la diferencia en el peso no es grande, puesto que se busca “un cartón ligero” para un elemento importante dentro del hábito nazareno, cuyo origen está en tiempos de la Inquisición. Por fortuna, la penitencia no es la de entonces. La campaña en que se encuentra inmerso el taller antes de Semana Santa dura unos 15 días, por lo que el resto del año la labor se centra en otras cuestiones, que son las originales del lugar. Éstas son la encuadernación, que ha descendido debido a que todo, o casi, se realiza ya de modo informático, y la hechura de cajas de cartón, “en especial para la platería, para embalajes o para envíos”.
En cuanto a los capirotes, asegura Inmaculada que “el que lo sabe conservar lo tiene como oro en paño, es como un zapato viejo”. “Lo tienes hecho a tu cabeza y ya no lo quieres cambiar por uno nuevo”, concluye. Pero, ¿qué tiene de especial la tradición que guarda la familia Arenas? “El encanto está en que el trabajo sea variable. Ahora lio esto, ahora cojo el martillo, las tijeras… No es algo monótono”, señala José, que llega para echar una mano, a pesar de estar jubilado. Es algo que destaca también la actual regente del establecimiento, su hija, que espera que exista una cuarta generación. Eso el tiempo lo dirá en un taller en que no se deja de aprender y cuya continuidad supone “un orgullo” para quien hasta hace cinco años lo dirigía todo.
“Toda mi vida estuve con mi padre, que era mi padre, un amigo, un confidente. Ella (por Inmaculada) y yo nos vemos todos los días”, relata después de que su hija, no sin emoción, explique que “cuando era una niña estaba aquí siempre con él”. En definitiva, en ese rincón de la calleja a la que se entra desde Alfonso XIII, se guarda en un capirote, o en muchos mejor dichos, todos cuantos se hicieron antaño y se hacen hoy, la esencia de lo tradicional.
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