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Diario del Confinamiento | Espejos

Juanjo Fernández Palomo.

Juan José Fernández Palomo

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No me llevo bien con los espejos. No aguanto mucho delante de ellos. Tal vez no es culpa suya, es que no me gusta mi reflejo. Puede ser.

Pero es que los espejos arrastran una fama que ya les vale a los pobres: que si siete años de mala suerte si se rompen, que si a la luz de las velas reflejan espíritus malignos, que si son puerta a otra dimensión, que si los buenos son muy caros (esto lo decía mi abuela, a la que tampoco les hacía mucha gracia la cosa)…

Por no hablar del asunto vampírico de que ellos, como son seres sin alma, no se reflejan. Eso sí que da caquita. Imagínate que vas a Leroy Merlín a comprarte uno y no te ves cuando vas a elegirlo ¿Qué le dices al dependiente? ¿Que eres inmortal y no lo sabías?

O lo que le pasó al tal Narciso, esa especie de Cristiano Ronaldo de la mitología clásica que se embelesó tanto con su reflejo en un estanque que se ahogó o se suicidó, por vanidoso y por gilipollas.

También está aquella leyenda victoriana de la bella y cruel Mary Ann Sawford, que por mala fue desfigurada y ordenó tapar los espejos de su casa. Hasta que no pudo aguantar más sin verse y descubrió uno de ellos: se vio tan fea que rompió el espejo y se abrió las venas con un trozo.

Un no parar de yuyu con los puñeteros espejitos.

Hoy he estado un rato –lo justo- delante del espejo. Ha sido para afeitarme (porque si no, la escabechina hubiera sido importante). Y me afeito durante el confinamiento para mantener la cara suavita y que, cuando esto acabe, me den muchos besos.

Porque no soy vanidoso. Soy optimista.

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