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Ca uno es ca uno

Close up portrait of teen couple looking at each other with wondering expression.Isolated on white.

José Carlos León

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Hace unos años, Guillermo Echevarría vino desde Argentina para impartir una formación de fin de semana. “Lo más importante que vamos a ver durante esta capacitación es que el otro es el otro”, dijo nada más arrancar el módulo, lo que hizo que nos quedáramos con los ojos a cuadros. “¿De verdad este tío se ha hecho 11.000 kilómetros para explicarnos eso tan simple?”, nos tuvimos que preguntar antes de dos jornadas en las que trabajamos en eso tan manido de la empatía. El término está tan manoseado y pervertido que su sentido ha terminado diluyéndose y disipándose para muchos. Tanto hasta llegar a la conclusión de que, erróneamente a lo que suele decir el tópico, el otro no quiere que lo trates como a ti mismo. El otro quiere que lo trates como a él mismo y nada más, respetando su individualidad y sus características esenciales, porque entre otras cosas puede que no tenga nada que ver contigo.

Guerrita, uno de los califas cordobeses del toreo, ya dijo muchos años antes eso de que “ca uno es ca uno”, enseñando a Ortega y Gasset una muestra de la profunda filosofía de Santa Marina. Parece sencillo, pero llegar a entender que el otro no se parece en nada a mí, que puede que no le guste lo mismo, que no sienta lo mismo y que (seguramente) no necesite lo mismo que yo en el mismo momento es algo enormemente complicado. Lo es porque solemos pensar únicamente en primera persona, asumiendo que somos el ombligo del mundo y que tenemos recetas maestras para todo y para todos. “Te voy a decir lo que tienes que hacer”, “tómate esta pastilla que a mí me sienta estupendamente” o “lo que tú necesitas es….” son frases de taberna que, pese a lo que pueda parecer, pasan olímpicamente del otro y de sus problemas, porque el que las dice sólo ve en la persona que tiene delante una prolongación de sí mismo, una persona con sus mismos problemas y dudas y que, por tanto, necesita sus mismos remedios. Y eso es una cagada monumental.

Dice el tópico que empatizar con alguien es ponerse en sus zapatos, aunque para ello lo primero que hay que hacer es quitarse los propios y asumir que no le sirven a todo el mundo. En mis formaciones suelo poner el caso de un alumno que me invita a café y, queriendo quedar bien conmigo, me pone con todo esmero y cariño el que a él más le gusta. El problema es que puede que a él le encante un capuccino caliente, pero yo prefiero un cortado con hielo. Si no me pregunta y tiene en cuenta mis intereses o necesidades y sólo se centra en lo que él cree que puede gustarme a mí tenemos un problema.

Muy a menudo se pone el ejemplo cursi y pedante del gusano de seda, un bicho que en su proceso de desarrollo pasa por el estado de crisálida antes de convertirse en mariposa. Son fases necesarias y hay que respetar sus tiempos, porque si en un momento dado tratas de ayudarlo abriendo el capullo para que salga antes es probable que te lo cargues. Es un claro ejemplo de que lo que tú crees que es mejor para el otro puede convertirse en una gran cagada y tener el efecto contrario.

Es muy recurrente la metáfora de alguien sumido en un pozo. Llegado el caso, lo de menos es preguntarse cómo llegó allí, qué pasos ha dado o si tiene la culpa de haber terminado allí abajo. De hecho, puede que todos nos hayamos sentido ahí, tocando fondo, en lo más profundo de un pozo del que no vemos salida y en el que lo último que queremos es sentirnos juzgados. Erróneamente, se tiene a pensar que la empatía consiste en llegar en auxilio de esa persona y sacarla cuanto antes de ese pozo y de esa situación, porque asumimos que es algo desagradable y que lo mejor que podemos hacer por ella es devolverla a la superficie porque “es lo que le hace falta”. Vale, pero ¿alguien le ha preguntado? Y quizás lo más importante, ¿está preparado? Si nadie cuenta con su visión de la situación estaremos siendo cualquier cosa, pero no empáticos.

Todos hemos tenido el caso (lo mismo hemos sido nosotros mismos) de un amigo que tras una ruptura, una separación o un despido lo estaba pasando mal y, llegado un momento, quiso quedarse en casa en lugar de salir a tomar una copa. “Venga, vente, que tú lo que necesitas es salir”, le dijimos con toda la buena intención, pero con menos tacto que un armario ropero. Porque en un trance difícil, en un estado emocional de tristeza y con la necesidad de gestionar el proceso y sus fases, quizás lo que necesitaba nuestro amigo era quedarse en casa y darle coherencia a su estado. Puede que lo último que le haga falta sea salir de fiesta, reír e incluso socializar, porque puede que el momento le pida quedarse solo con las luces bajas, dejarse el chándal, llorar si quiere y ver Los puentes de Madison si encarta.

Ponernos el traje de salvavidas y la capa de superhéroe es algo muy recurrente y viene a cubrir alguna de nuestras necesidades, pero ninguna de las del otro, de ese al que se supone que tenemos que rescatar. La empatía tiene más que ver con entender al que está metido en el pozo, saber cómo se siente, en qué emoción está sumido y respetar sus tiempos y su proceso. Eso sí, haciéndole saber que estás a su lado, presente, listo, disponible para ayudarlo en el momento que decida que ha llegado el momento de salir. Entonces sabrá que hay alguien que sí lo ha entendido y que está ahí para ayudarle. Eso es la empatía. Tan fácil de hacer, tan difícil de comprender...

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