Crecí en los 70 bajo la influencia de la Señorita Pepis, un set de maquillaje para niñas del que arranca un amor interminable por el rojo de labios y el khol enmarcando la mirada. Las tendencias y la moda, la cosmética y el sublime arte del perfume me interesan con una pasión que solamente los adictos sabemos reconocer. Y sí, somos cientos de miles de personas -por cierto, muy distintas en edad y características sociales- para quienes la moda es una motivación, un bálsamo, un acicate, un exquisito pasatiempo. Ahora que Internet y las redes sociales han incendiado el mundo con la revolución fashionista, por qué no echar más leña al fuego desde las páginas de CORDÓPOLIS.
Norias: formas de subirse
Estar, lo que se dice estar, no se está en el mundo hasta que no te subes a una noria gigante, de feria o de metrópoli. Es “verdad, verdad de la buena” (se puede sonreír al juramento infantil de los 70). Porque las norias muestran y delatan panorámicamente.
Subir en la noria constituye una revelación: enseña desde su elevada perspectiva dónde nos encontramos, cómo vemos la vida, qué horizontes se abren. Revela cómo la distancia calibra la mirada. Y es infalible para elegir o descartar acompañantes: siempre se tendrán personas preferidas, perfectas compañeras de viaje, y alguien con quien jamás embarcaríamos en la dichosa góndola que gira a decenas de metros de altura y nos tiene presos, aunque sea por diversión.
Últimamente, el cine, los viajes, los libros, la memoria han ido llevándome a distintas norias: la del Prater de Viena, en blanco y negro, bajo la hipnótica y extrañamente alegre cítara de Anton Karas en El tercer hombre. La noria, ahora rescatada del recuerdo, muy pequeña, no más alta que otros luminosos cacharritos, a la que subí con pocos años y una felicidad de chispeante algodón. Y otras recientes: en París, aquella que observamos de lejos; el London Eye, agasajado por los fuegos artificiales de un Fin de Año. Y la inmensa rueda de Osaka, crucial en la novela Pechos y huevos, de Mieko Kawakami, que acabo de devorar; pues cómo iba esta lectora a demorarse ante páginas de sensibilidad, intimidad, vida japonesas, soledades, esperanza. (Gracias, Isabel Coixet, por recomendar el libro en una entrevista).
Lo cierto es que los recuerdos juegan como les da gana, y como cerezas se entrelazan.
Estaba apurando las últimas páginas de la novela de Kawakami, justo en la conversación de la protagonista con el futuro padre de su hija como madre en solitario por elección, cuando la noria de Osaka me lleva a otra noria, y acabo dentro del diálogo de Harry Lime (Orson Wells) con su ex amigo, Holly Martins (Joseph Cotten), en la película antes citada, El tercer hombre.
¡Vaya chispazo neuronal! ¿Cómo pueden existir dos conversaciones de ficción tan diametralmente opuestas?
En la novela japonesa, Natsu y Jun divisan el mar y el horizonte de Osaka subidos a la noria más alta del mundo. Él comienza a hablarle de la pasión de su padre por las sondas Voyager, que llevan un disco de oro con datos sobre la civilización de la Tierra. “-Sí. El sonido de las olas, el rumor del viento, el trueno, voces de diferentes pájaros (…) Además, hay saludos en cincuenta idiomas, músicas de diferentes países. Y también información sobre cómo nace el ser humano, cómo es su cuerpo, cómo crece, qué colores distingue, qué come, qué cosas quiere y respeta, de qué modo vive (…).
“-Mi padre me decía: ”¿Sabes, Jun? El ser humano es muy extraño. A pesar de saber que todo desaparecerá, llora, ríe, se enfada. Construye muchas cosas y, luego, las destruye: visto así, parece muy decepcionante, ¿verdad? Pero, ¿sabes, Jun?, incluso así, estar vivo es algo maravilloso. Así que no le des más vueltas a eso y anímate“.
Nada que ver, en fin, con el minuto y pico de magistral intercambio verbal en la noria de la Viena de postguerra de El tercer hombre. Todo ese cinismo concentrado en las palabras de Harry Lime, el traficante de penicilina adulterada que causó muerte y discapacidad infantiles.
MARTINS.- ¿Has visto alguna de tus víctimas?
LIME.- No me resulta agradable hablar de esto. ¿Víctimas? No seas melodramático. Mira ahí abajo. ¿Sentirías compasión por alguno de esos puntitos negros si dejara de moverse? Si te ofreciera veinte mil dólares por cada puntito que se parara, me dirías que me guardase mi dinero o empezarías a calcular los puntitos que serías capaz de parar, y libre de impuestos, amigo, libre de impuestos. Hoy es la única manera de ganar dinero. (…)
El remate es aquello que dijo Lime: “Nadie piensa en términos de seres humanos. Los gobiernos no lo hacen, por qué íbamos a hacerlo nosotros (…)”.
Humanismo o cinismo. Solidaridad o egoísmo. Ética o criminalidad. Vida o muerte. La depredación o el sueño de las Voyager. Jun o Lime.
Y todo, visto desde las barquillas de una noria. A gran altura. Con distintos ojos, con distintas conciencias.
Bueno, ya se terminó este imaginario paseo y hemos experimentado que hay formas y formas de subir a una noria.
Ahora no queda otra que bajarse, y, con los pies en la tierra, construir, cuidar, amar, con la guía de los derechos humanos.
Nota: Las menciones a marcas y productos no llevan aparejada ninguna contraprestación
Sobre este blog
Crecí en los 70 bajo la influencia de la Señorita Pepis, un set de maquillaje para niñas del que arranca un amor interminable por el rojo de labios y el khol enmarcando la mirada. Las tendencias y la moda, la cosmética y el sublime arte del perfume me interesan con una pasión que solamente los adictos sabemos reconocer. Y sí, somos cientos de miles de personas -por cierto, muy distintas en edad y características sociales- para quienes la moda es una motivación, un bálsamo, un acicate, un exquisito pasatiempo. Ahora que Internet y las redes sociales han incendiado el mundo con la revolución fashionista, por qué no echar más leña al fuego desde las páginas de CORDÓPOLIS.
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