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Disfraz de persona trabajadora

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Antonio Agredano

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Anoche el Leganés eliminó al Real Madrid de la Copa del Rey. Me he enterado esta mañana. Tenía el partido puesto en la tele pero me quedé dormido junto a mi hijo en el sofá. No es culpa de Zidane, sino de Fidel, que lleva un par de noches revuelto. Siendo padre se duerme poco pero cuando estudiaba Derecho dormía aún menos, y no precisamente estudiando. Así que no me quejo. Anoche fui como Faubert aquella tarde en la que se echó una siesta en el banquillo de El Madrigal. Gane o pierda, el Madrid siempre ha sido un buen narcótico, también emocional. Lo cierto es que desde que Florentino se ha vuelto un presidente gurrumino no levantan cabeza.

Leo en la revista Panenka una entrevista a Asier Garitano, el aplaudidísimo entrenador del Leganés. Le preguntan por qué nunca lleva chaqueta y corbata en los partidos y contesta lo siguiente: “Pertenezco a una ciudad del sur de Madrid, trabajadora, llena de fábricas y de polígonos industriales y yo, como entrenador, pretendo ser un reflejo de lo que veo en la calle, no quiero ser otra cosa”. Lejos de echarse las manos a la cabeza, a muchos lectores esta frase les ha parecido un ejercicio de sencillez y posicionamiento social. Por lo visto ir encorbatado ahora está reñido con currar, o algo así. Como cerraron Fidela ya no puedo preguntarles si han tenido algún “disfraz de persona trabajadora”. Quizá pruebe con Moyano. En cualquier caso, no me gustaría quedarme con la intriga.

El activismo de izquierdas siempre ha tenido el riesgo de ser visto como una sutil impostura. Entiendo a Garitano. Se empieza uno metiendo la camisa por dentro del pantalón y se acaba en un puticlub tirando de tarjeta black. Por eso yo siempre llevo camisas hawaianas, pantalones cagados y zapatillas desgastadas, porque la tentación de no dar un palo al agua en mi vida es muy grande. De todos modos, lo del chándal visto como expresión progresista ya lo inventó Herminio Trigo en Córdoba. Antes que Chávez ya estaba él, trufando de peroles los barrios. Un domingo noventero salí a jugar al fútbol y el campo de albero había sido invadido por los campingaz y las cubas llenas de hielo y cervezas. Si Arquímedes necesitaba una palanca para mover el mundo, el cordobés necesita una lata fresca en las manos y observar el burbujeo hipnótico del arroz.

La felicidad está en las pequeñas cosas. Pequeño es el orfidal y pequeño es un billete de cincuenta euros arrugado en el bolsillo. Pequeña es la sensación de culpa y pequeñas las ambiciones. Me pregunto si ser de izquierdas está reñido con mirarse al espejo y verse guapo. O si para sentirse parte de la clase de trabajadora uno tiene que cambiar su fondo de armario. De alguna manera eso hicieron Podemos entrando en el Congreso sin corsés. Pechera al aire, camisetas del Pull and Bear y pantalones con bolsillos en la pernera. El uniforme de los que van a cambiar el mundo. De aquello sólo quedó el ruido. El partido va tan a la deriva que se empiezan a ver los primeros trajes en el Congreso. Por otra parte, Rubén Sánchez y Antonio Maestre han adelgazado mucho y me reconforta pensar que ser un referente progresista no está reñido con la coquetería.

Aún así, cuando la estética alcanza el protagonismo de la ética es que alguna batalla se ha perdido en la lucha por la desigualdad. O visto en positivo: el mundo sigue siendo una mierda, pero se venden más chándales que antes de la crisis. Entre el Springfield y la Librería Luque, me sigo quedando con la segunda. Pero entre la Librería Luque y el Carrasquín, ay, ese es otro cantar. Cuánta política de la buena se hace en la barra de un bar.

Cuando Luis Oliver, futuro director deportivo del Córdoba CF, se acercó a una notaria madrileña para firmar sus papeles y dejar vía libre a León en la compra de acciones a los González, lo hizo envuelto en una impactante capa burdeos. Es una capa de Casa Seseña, creo. Y si no esa, pueden comprar una parecida aquí por 680 euros. Entre la exclusiva capa de Oliver y aquellos improvisados atuendos de Crispi debe haber un punto intermedio, una tercera vía, un Pedro Sánchez de la vida con chaqueta de cuero y camisa blanca. Algo así, tan neutro e inofensivo.

Al final descubriremos que lo que Garitano defiende no es la humildad sino la normalidad. La homogeneidad. Negar la estridencia. Lo de siempre. Se nos da bien eso de atizar al que destaca y sentirnos reconfortados cuando la medianía nos rodea. “¿Ese quién se creerá qué es?” ha resultado una pregunta más insidiosa que la de “¿Lleva usted algo en el maletero que pueda comprometerle?”. Medianía es, en pureza, sólo un punto intermedio entre dos extremos. Pero el lenguaje añadió que medianía es la carencia de relevancia. La exultante vulgaridad. Estuve en Eslovaquia hace años y pregunté a un amigo si estaban notando mucho la crisis. La respuesta me gustó: “Cuanto más alto estás, más daño te haces si caes”. Cuanta más ostentación hagas, más ridículo parecerás en la derrota. Por eso es más fácil ser López Caro que ser Mourinho. Extrañamente, caen mejor los que tienen poco que decir. Hasta el punto de que la introspección se ve como sinónimo de esfuerzo y buena educación. Acabáramos. Dentro de una persona reservada se esconden los mismos demonios que en las demás.

El Leganés eliminó al Madrid. Imaginad el disgusto que se llevó Carlos González, madridista confeso. En la misma temporada, el Leganés subía a Segunda y el Córdoba a Primera. El resto es historia. “Tenemos soluciones momentáneas”, ha dicho en Córdoba el entrenador Romero en rueda de prensa. Le están desmantelando el equipo porque la familia González ha dejado el club hecho un trapo y se achica agua como en un hidropedal. No se puede fichar aún y muchos futbolistas están locos por lanzarse al mar y huir nadando. León, dicen, hace lo que puede. Toca sufrir. No recuerdo a Romero con chaqueta en la banda de El Arcángel. Debo entender que está rindiendo homenaje a los trabajadores de Chinales, de las Quemadas o de la Torrecilla. Habrá que preguntárselo. De momento le toca mantener de pie a un equipo hecho de pelusa. No será fácil. Supongo que con el equipo luchando por quedarse en Segunda en lo último que pensará Romero es qué par de zapatillas calzarse.

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