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Mujer, parirás con dolor.

Juana Guerrero

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Chillidos, sangre, agujas, útiles cortantes, personas enmascaradas y criaturas ensangrentadas que brotan de tu cuerpo abierto en canal. Si, esas son las imágenes siniestras, a lo Tarantino, que se repiten una y otra vez, cada noche, en los sueños de una inexperta primeriza que ya ha salido de cuentas y que no ve el momento en el que desprenderse de su voluminoso bombo.

Cuando llega el octavo mes sientes que comienza la cuenta atrás. Las hormonas de la felicidad hace tiempo que se largaron y dieron paso a la hinchazón y a la irritabilidad. Durante el embarazo has evitado pensar en el parto, pero ahora que el momento parece inminente, no piensas en otra cosa. Te invade el miedo a lo desconocido y no dejan de llegar a tu mente todos los partos terroríficos que te han ido contando. ¿Cómo será eso de parir? ¿a qué duele ese dolor?. Ojalá hubiese sido verdad lo de la cigüeña o lo de que vienen de París. Yo aún recuerdo cuando me enteré de por dónde venían de verdad. ¡Madre mía, que trauma¡. Cruce mis piernas y me juré a mi misma que nunca saldría por ahí ningún ser humano. Y te viene a la cabeza aquella cita bíblica: “Mujer, parirás con dolor” ¿con cuánto?, ¿por qué no opté por la adopción?. Para tanto no será cuando la mayoría repite. Te consuelas: “al menos no es un parto múltiple...” . Por otra parte, la palabra “parto”, suena a que algo se parte, se rompe, y efectivamente, o es la zona abdominal o la vaginal. ¿con cuál te quedas?. Ayyyyyy, ¡cómo tiene que doler eso¡.

Qué horror, ya vas por la semana 40, fuera de cuentas y nada. ¿cuándo va a acabar esta pesadilla? Sientes la misma frustración que cuando te dicen el 31 de julio que tus vacaciones de agosto se posponen a septiembre. La incertidumbre de no saber cuándo tendrá lugar el alumbramiento te desespera. Te imaginas siendo una de esas mujeres que paren en un taxi o en un portal. Ya no confías en la luna (te has pasado los dos últimos plenilunios sentada en tu sofá maletita en mano) y decides probar otro de los consejos de las Sabias: caminar. Te pones a andar a lo Forrest Gump pero con el cuerpo de Falete y la velocidad de un anciano de 90 años.

La ignorancia te hace pensar: “Mira que si me pongo de parto y no me doy ni cuenta”. ¡Ja¡. Te das cuenta, y tanto que te das cuenta, tú y todo tu vecindario, porque los gritos se oyen a dos manzanas. Lo único que tienes claro es que todo empieza cuando se rompe aguas y te pasas todo el tiempo palpando tu ahora enorme ropa interior, porque claro, no sabes si estamos hablando de un chorrito o de un cubetazo. Y te despiertas mil veces a mirar si el colchón esta empapado, y lo está porque es el mes de agosto cordobés y las preñadas sudan más que se quejan. Y cada noche te acuestas, a veces vestida, con el pálpito de que hoy será el día. Pero no, hoy tampoco...

Finalmente el momento llega, no porque rompas aguas, sino porque tu ginecóloga te hizo un hueco en su día de guardia. Y tú que pensaste que te lo tomarías con calma, te olvidas de las ensayadas respiraciones y sujetando tu orondo vientre sales para el hospital, donde te reciben con litros de oxitocina para ir abriendo camino. Las contracciones son cada vez más frecuentes (ahora ya sabes de sobra cómo y cuánto duele una contracción), comienzas con un grito mudo apretando los dientes y, tras dos horas de inhumano sufrimiento, lo único que eres capaz de verbalizar es E-PI-DU-RALLLLLLLLLLLL. El sonido de los monitores marcando a paso de galope el latido del feto aumenta la tensión en la sala. Sabes que para que todo vaya bien eso debe seguir sonando, y cuando aumenta la frecuencia cardíaca te agarras fuertemente a las sábanas porque sabes que está  llegando una nueva CON-TRAC-CI-ÓNNNNN. Ahora sí, el grito se escapa de tu boca y llega hasta la cafetería. La mirada clavada en el matrón le advierte de que no le vas a volver a pedir más la maldita epidural con educación.¡¡ PÍN-CHA-ME YAAAA ¡¡, le dices entre dientes sujetando fuertemente su antebrazo. A todo esto el ya inminente padre corresponsable te observa a una distancia prudencial con temor a ser el próximo objeto de tu ira. Móvil en mano no deja de fotografiar la escena y de retransmitirla por whatsapp. “Cariño, deja de gritar que estás asustando al resto de la planta”. ¿Qué yo deje de gritar…?, ¡deja tú el puto móvil y clávate en el abdomen un hacha a ver si te importa o no MO-LES-TARRRR¡.

Una vez que has conseguido tu chute anestésico y que se ha distribuido correctamente por tu sistema nervioso la cosa cambia. A esas alturas ya has perdido el pudor y la intromisión manual de todo el personal médico por tu “canal del parto” te parece cotidiana. Al menos te alegras de que hoy no haya un tropel de alumnado en prácticas visionando la escena. Con total ingenuidad y con un exceso de confianza en las drogas te crees que ya pasó todo, que en cualquier momento el bebé asomará su rosácea carita y todo habrá acabado. Pero, empiezas a notar ciertas molestias en la zona abdominal, ¿gases?, las molestias van in crescendo…oh, oh, ¡¡vuelven las contracciones¡¡. ¿Cómo me puede pasar esto a mí?. Tantos meses limpia de tóxicos que a mi ansioso cuerpo eso le ha sabido a poco. No hay tiempo para un nuevo chute. Pues ponme la anestesia GE-NE-RALLLL y ...¡sácame a la criatura por donde puedas¡. Los vómitos se suceden y crees que no hará falta, que la expulsarás por el esófago.

La última penetración dactilar determina que la criatura ya está aquí. Después de todo el día de espera hay que pegar una carrera hacia el quirófano. Por el camino vas pensando: “por favor que no me pongan un espejo que ni de coña quiero ver a mi criatura asomando la cabecita por mis genitales”, y que no me pida mi obstetra que termine de sacármela con mis manos, que me da algo... A mí que me la den cuando ya esté limpita.

Una vez en el paritorio, como no te traen el whisky, no te queda otra que olvidarte del dolor y empujar con todas tus fuerzas. Tu criatura y tú os convertís en un equipo perfectamente coordinado,  empujando al unísono, ansiosos por encontraros. Y haces los esfuerzos físicos de tu vida. Venga a empujar y a empujar, y  venga a vomitar del esfuerzo. Cuando recuperas el aliento, notas su ausencia en tu interior, y hay un silencio en el oscuro paritorio. Abres los ojos y ves al fondo a una criatura silente. Aguantas la respiración y logras exhalar cuando suelta el primero de sus infinitos llantos. Ninguno de sus lloros te volverá a parecer así de maravilloso. Ver su imagen por vez primera es una emoción inexplicable. Allí está. No era y ya es. Es una sensación extraña. Te la ponen en tu regazo y lejos de entusiasmos te preguntas: ¿Cómo voy a mantener esto con vida si se me mueren hasta los cactus?.

Bueno, pues ya ha acabado todo -dices tú con total ingenuidad-. No, -dice alguien con una sonrisa maquiavélica-ahora es cuando empieza...¿Ehm?.

(Cada mujer debería poder elegir como abordar su parto: de una forma natural o intervenida. Son pocas las clínicas que permiten esa opción, sobre todo en la sanidad pública. Yo, hipocondríaca, quería acabar con el tema cuanto antes y con la mayor intervención médica posible. Afortunadamente vivo en un país desarrollado y en el siglo XXI).

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