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Mamá, quiero ser política

Rafa Japón

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Al verla entrar sonriente en el aula me relajé un poco. Iba a tener que decirle que si su hija quería pasar de curso tenía que hartarse a estudiar durante el verano, así que era mejor que el estado de ánimo inicial fuese bueno. Busqué el boletín y se lo abrí. Las marcas en rojo de los suspensos resaltaban aquí y allá. Empecé a explicarle que la chica no se había esforzado demasiado en mejorar sus malos resultados, cuando me cortó en seco:

— ¿Qué más da que la niña suspenda matemáticas o ética si va a ser política? Algo tendrá que estudiar, que no se diga, pero ¿el qué? usted podrá guiarla.

Yo intentaba recuperar el resuello aconsejándole que lo primero era centrarse en los estudios y quizá así sería más fácil encontrar su vocación.

— Es que a la niña le gusta el lujo y donde hay parné es en la política, ¿o no ve usted las vidorras que se pegan?

Supongo que alarmada por mi gesto de estupefacción, añadió:

— Hombre, también está que la niña ha sido siempre muy democrática.

Y se quedó tan pancha. Añadió:

— ¿Qué cree usted que le pega más el PP o el PSOE? Yo quería apuntarla ya a Nuevas Generaciones, para que vaya cogiendo antigüedad, usted sabe, pero mi marido dice que en el PSOE hay más sitio ahora mismo. ¿Usted de quién es?

Le dije que era de Antonia (mi madre) y que, en todo caso, tenía esperar a la mayoría de edad para que ella misma tomara esas decisiones.

— Y no se piense usted que mi niña se va a conformar con ser la alcalde [sic] del pueblo. A eso llega cualquiera. ¿O no ve el que hay ahora? 

La verdad que en eso tenía razón. Hubo más confesiones y peticiones de consejos, pero me escaqueé como pude, que en un instituto significa mandarla al departamento de Orientación.

Cuando la buena señora se marchó, corrí a buscar un papel que jamás creí que iba a utilizar en toda mi carrera docente. El primer día del curso les pasamos a los chicos de nuestra tutoría una especie de encuesta. Estos papelajos suelen servir para matar el tiempo el día de la inauguración y cumplir así la regla no escrita de que no se imparte materia el primer día. Entre otras estupideces, les soltamos la concurrida pregunta de qué quieres ser mayor. Mientras rebuscaba entre mil papeles deseaba que la chica hubiera contestado médica, peluquera o chófer del Papa. O mejor aún. Deseaba haber tirado las inútiles encuestas. No fue así. Las encontré y la respuesta de nuestra heroína fue clara: alcaldesa. Desde entonces doy clase el primer día. Por supuesto.

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