Virginia

No hay padres en el parque. Solo madres.

Miento, madres y abuelos. No hay abuelas en el parque. Apenas una o dos.

Madres que cargan con la casa encima. Cubos, palas, rastrillos, carritos, pañales. Madres que visten a sus hijas como ellas y madres que aprovechan por la tarde el uniforme escolar. Madres que tienen que cuidar a los hijos de otros mientras alguien cuida a los suyos. Madres que riñen a sus hijos cuando estos roban los juguetes de otros. Madres que sueñan con las nueve de la noche como puerta abierta a la paralela dimensión del descanso. Madres que se emocionan al mirar, otras que educan a los hijos de los demás y también las que son de dejarles libres para que conozcan la dureza de la vida. Madres que imprimen un acento latino a los hijos de otros. Madres que fuman en los bancos y hablan por teléfono. Otras que a escondidas comen los gusanitos de sus hijos y, sedientas, beben de sus botellas de agua con motivos infantiles. Madres que comen pipas, acompañadas de hermanas también las comen y que cumplen como madres postizas ajenas a su propia indeterminada e indefinida maternidad.

¿Y los padres? No hay padres en los parques, como si vivieran en plena revolución industrial y apuraran un último trago en la cantina de la fábrica, hastiados, con sus monos azules o grises manchados de grasa y el cansado golpeo cadente del torno enquistado en sus oídos.

Solo hay madres. Madres que pudieron ser amores de adolescencia y que ahora son Virginia, madre de dos hijos, compañera de primaria de la poeta. Virginia, con un bolso colmado de galletas en el parque del centro, el centro de nuestra localidad minúscula, entiéndase, no el centro de las cosas. Y yo no estoy hablando del fracaso, sino todo lo contrario. Te estoy hablando del más absoluto éxito, Virginia.

*Las cursivas son parte del poema “A Virginia, madre de dos hijos, compañera de primaria de la autora”, del más que recomendable poemario Chatterton, de la poeta Elena Medel, editado por Visor.