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Canal

José María Martín

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Llevo meses sin escribir un artículo. Lo he intentado varias veces pero siempre he tenido la sensación de llegaba tarde, como si aquello que iba a decir ya hubiera sido dicho ya. Como el que intenta hacer un chiste en Twitter y se da cuenta de que ese chiste ya es pasado porque ha habido decenas de tuiteros que lo han dicho ya. Hay que tomarse un tiempo para escribir y yo no lo he tenido.

Un tiempo se ha tomado Javier Fernández para escribir Canal, XXIII Premio de Poesía Ciudad de Córdoba Ricardo Molina, editado por Hiperión. Veinte años, prácticamente; de forma consciente o inconsciente toda una vida tallando un texto.

No sabia que Javier había perdido a un hermano hasta que leí una noticia que desvelaba los motivos del jurado para concederle el premio Ricardo Molina de Poesía. En esa información se explicaba el tema del libro: la muerte del hermano del autor. Javier perdió a su hermano y yo no lo sabía. Tampoco tenía por que saberlo, pues solo somos amigos de una forma tangencial. Amigos porque nos respetamos y porque le he de agradecer que accediera a corregir mi primer libro. También porque hemos jugado juntos al fútbol un tiempo, y eso une. Quiero decir que ya que él no lo comentó en mi presencia, ni nadie me lo dijo, yo no tenía porqué haber sabido que su hermano había muerto.

Un día, después de la concesión del premio, me encontré a Javier sentado tomando un café en la librería la República de las Letras. Le di la enhorabuena. Se la di realmente emocionado porque sé que cuida tanto lo que escribe y se atormenta destruyendo lo que no le gusta, que ser premiado era algo importante para él. En un primer momento, sentí cierto reparo para abordar con él el durísimo tema que trata el libro. Es literatura, pero ¿cómo hacer una pregunta sobre la muerte de un hermano? Javier me explicó todo lo ocurrido.

El libro hablaría sin tapujos de un único hecho: el hecho determinante en la vida de su familia. Me angustiaba más la idea de la ausencia y lo que provocó que la muerte accidental en sí. Quería leer ese libro. Volví a encontrarme con Javier y al preguntarle por Canal, me dijo que suponía que a mí iba a gustarme especialmente. Creo que llegó a decirme que le apetecía que yo lo leyera. “Tengo muchas ganas de que lo leas”, creo que dijo. A mí eso me emocionó porque, aunque somos amigos recientes y conocidos desde hace ya algunos años, no tenía por qué tener esa deferencia conmigo.

Cuando leo o digo la palabra Canal recuerdo la infancia, los miedos porque a mí también me dijeron que no debía ir al canal, ni cruzar la carretera a lo loco, pero entonces los niños éramos libres para saltar las vallas de los colegios para jugar al fútbol o volar en bicicleta por los montículos de las obras del pabellón Vistalegre. La ciudad la extendíamos nosotros. He hecho cabañas con palés y ramas en la mitad de las promociones de Poniente. Desde la casa de mi tía Lourdes en la calle Mazzantini se veía la ABB y el final del mundo.

He leído Canal dejando que entrara completamente en mí, buscando la angustia y la pena, pensando en mis hijas, en mi mujer, en mi hermano, en mi hermana, en mis padres. He leído Canal tres veces seguidas y son aún insuficientes. Su estilo seco es el único posible, cualquier otro habría desembocado en una interpretación de un hecho: lo correcto era la descripción de lo ocurrido. La distancia es un punto de vista en sí mismo, la distancia que ofrece esa frialdad es el final del poema, no el principio. He creído entender mejor a Javier después de leer Canal, pero no estoy seguro de qué parte de la historia es ficción y cual realidad. Es un poema pero podía ser una novela, porque ya nadie sabe qué ha inventado ni qué hemos vivido o inventaremos. Y debe darnos igual. Solo los y las valientes se desnudan al escribir de esta forma.

Yo también dormía en el mismo cuarto que mi hermano, yo también iba al mismo colegio. De hecho, creo recordar que nosotros también íbamos al mismo colegio que Javier y su hermano Miguel, pero yo recuerdo haber defendido a mi hermano de los demás. Ya no sé si alguien me contó que un niño murió al caer al canal, debería preguntárselo a mi madre, seguro que ella lo recuerda

Veo a Javier hablando con su madre y con su hermana de la muerte de su hermano. Me eriza la piel leer las cursivas de aquello que oían decir a la gente sobre la muerte de Miguel. La realidad no es solo lo que ocurriera aquel 5 de marzo. La realidad es lo que ocurrió después en esa casa. La realidad es este libro. Pienso en la soledad de Juan Antonio viendo caer a Miguel al canal. Cuando Javier dice que no quiere imaginar las horas en la casa de sus vecinos, donde lo dejaron el día de la muerte de Miguel recuerdo la merienda con donuts en mi casa con Carlos y Luis cuando murió el padre de ambos. Leo y veo a la madre de Javier recordando palabra por palabra lo que la gente le dijo tras perder a su hijo.

Dudo si debo escribir este texto.

Me interesa la construcción de los recuerdos, me interesaba leer como la muerte de su hermano condicionó su vida y la de su familia a pesar de ser cronológicamente una historia de dimensiones mínimas –Javier tenía 3 años, podía haberlo olvidado todo-.

Leo ochomesino y creo que es una palabra que ya no se dice. Ahora dicen prematuros. En 1975 no había protecciones en los canales y los niños jugaban en las afueras. Dudo si Javier duda que lo que ocurrió con Miguel fuera un accidente. Encontrar a Miguel en algunos gestos de Marian es el único consuelo de esto.

Javier también reconoce haber soñado con su hermano Miguel, pero no quiere hablar de ello. Me sorprende esa negativa después de vaciarse en este poemario. Qué puede haber más duro que reconocer que no ha conocido un tiempo sin su hermano a pesar de haber vivido solo tres años con él.

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