Alfonso Alba es periodista. Uno de los cuatro impulsores de Cordópolis, lleva toda su vida profesional de redacción en redacción, y de 'fregado en fregado'. Es colaborador habitual en radios y televisiones, aunque lo que siempre le gustó fue escribir.
Los ultras
Creo que todavía tengo pesadillas con lo que pasó en Sarriá en marzo de 1992. Un niño, que entonces tenía exactamente mi edad, moría en el estadio. Un grupo de ultras arrojó una bengala marina, que se le clavó en el pecho. Es una imagen que me conmocionó mucho más de lo que yo había visto en los pocos estadios a los que había ido en mi vida, con esos ultras con la cabeza rapada y gritos salvajes, escupitajos a los porteros, batallas campales, Heysel en directo.
Los ochenta y los noventa fueron terribles en los estadios, en un fútbol que, más por efecto de la nostalgia, por volver a ser jóvenes que por otra cosa, añoramos. Los estadios eran ollas a presión donde estaba justificado acudir a desfogarse de la peor de las maneras tras una mala semana, donde insultar hasta desgañitarse al rival, al árbitro o a los propios jugadores que no rendían o que no te gustaban. Donde se golpeaba y se apuñalaba con impunidad. Y donde se normalizaba la exhibición de símbolos fascistas e incluso nazis. Recuerdo las críticas a Guus Hiddink cuando se negó a empezar un partido en el campo del Valencia hasta que no se retirara una esvástica de un fondo.
El Madrid y el Barça acabaron con los ultras en sus estadios, convencidos más por el bien del negocio que por otra cosa. Si vemos imágenes de partidos de los noventa las gradas nunca están llenas y el hormigón asoma por todas partes. Entonces era fácil ver partidos por la televisión en abierto, más cómodo, más seguro y más tranquilo. Aún recuerdo a la madre de un amigo con la cabeza abierta por una litrona arrojada por su propia afición a las puertas del Sánchez Pizjuán.
Tras la pandemia está habiendo un resurgimiento ultra en las gradas de los estadios europeos. En España, no se acabaron de marchar y se están volviendo a hacer fuertes. Los clubes, preocupados por el negocio, intentan acotarlos, pero no es fácil. Son los que animan, los que dan color y los que te amenazan si le tocas la moral.
Ir al fútbol hoy en día es una experiencia muy diferente a la de los años noventa. Pero siguen existiendo esos rescoldos muy pesados de gente que se pasa el partido insultando a lo que sea, berreando de forma salvaje e incomprensible. Molestando, en definitiva. Los que te pueden dar un partido y quitarle las ganas de volver a un lugar que debería ser un espectáculo, donde es posible animar, disfrutar y sufrir sin tener que (intentar) humillar a nadie, sin hacer el salvaje.
Hay estadios con magia y campos de fútbol donde puedes pasar la peor tarde de tu vida. Y de nosotros y de los clubs depende que la escoria no se vuelva a hacer con el poder.
Sobre este blog
Alfonso Alba es periodista. Uno de los cuatro impulsores de Cordópolis, lleva toda su vida profesional de redacción en redacción, y de 'fregado en fregado'. Es colaborador habitual en radios y televisiones, aunque lo que siempre le gustó fue escribir.
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