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Los hijos de Abd al-Rahman y la tardía conciencia

Alfonso Alba

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Cuenta la leyenda que el primer emir de la Córdoba que asombró al mundo, la que construyó la gran mezquita aljama, la del (mito) millón de habitantes, la que asombró a Occidente, la que tenía un complejo sistema de alcantarillado cuando en París los parroquianos hacían sus necesidades en agujeros y caían presa de enfermedades, viajó hasta Al-Andalus desde Damasco (capital de Siria), donde sobrevivió a la matanza de todo su linaje, el omeya, ordenado por el califa de Bagdad. Se llamaba Abd al-Rahman ibn Muawiya y supuestamente había llegado a Córdoba huyendo desde Siria a través del Magreb. Había superado todo Oriente Medio, cruzado Egipto, Libia, Argelia (no eran países como los conocemos hoy día) y había salvado el estrecho de Gibraltar. Luego, en Al-Andalus, había encabezado una revuelta, una guerra civil, que lo proclamó emir.

Hoy, son muchos los sirios que hacen el mismo camino. Huyen de una matanza, la guerra de Siria, y lo hacen por donde pueden. El camino menos seguro es, desde luego, el del Magreb. Libia es un polvorín similar al de su país y no son bien recibidos en algunos países árabes (la unidad árabe, ese oxímoron). Ahora, prefieren llegar a Europa a través de Turquía, Grecia, los Balcanes y Hungría, donde son recibidos directamente a patadas (o zancadillas).

Todo este éxodo no es nuevo. Puede que lo estrenase hace 1.300 años Abd al-Rahman ibn Muawiya. Los historiadores no se ponen de acuerdo. Algunos, incluso, hablan de que se trataba de un caudillo visigodo que se hizo musulmán (era la religión de moda entonces) y se inventó una leyenda para consolidar su poder. Al fin y al cabo, esas son las leyendas. Pero cierto o no, Córdoba y Damasco son dos ciudades hermanas desde entonces. Cuentan, algo que también está en duda, que la Mezquita de Córdoba no está orientada a la Meca porque lo está hacia Damasco.

En 2001, Medina Azahara acogió una magna exposición para celebrar la herencia omeya. Vinieron los Reyes de España y también vino el presidente de la República de Siria, el dictador Bachar Al Assad, que ya entonces tenía una oscura leyenda en torno así pero que como era un año mágico decidimos mirar hacia otro lado. Era un dictador, sí, pero era laico y fácilmente manejable, tanto por Rusia como por Estados Unidos. No molestaba. Hasta que estalló la primavera árabe y todo cambió.

Desde Occidente, es muy fácil juzgar a todos estos países, que tanto se parecen los unos a los otros pero que tanto se diferencian a los nuestros. Son estados fallidos desde la crisis del petróleo. Son estados que en los años setenta quebraron. Entonces, eran laicos y su población miraba más a Occidente como faro que como agresión. Pero hubo que cerrar escuelas, hospitales y la población pasó hambre. Los que abrieron las escuelas, los hospitales y dieron de comer fueron los que tenían el dinero: Arabia Saudí y todas las monarquía ultrarricas y ultraconservadoras del Golfo Pérsico. Y claro, germinó el islamismo radical. Pero entonces, decidimos mirar para otro lado.

Luego llegó la primavera árabe, se nos llenó la boca de democracia y algunos países incluso llegaron a tener sus primeras elecciones más o menos libres en décadas. ¿Qué pasó? Que ganaron los islamistas. Pero eso ya era peor. En Egipto, un golpe militar impidió que los islamistas se consolidaran en el poder. Y claro, en Siria siempre era mejor que Bachar Al Assad consolidara el poder a que ganaran los islamistas. Eso desangró el país. Los islamistas se hicieron más radicales aún y hasta crearon su propio estado, el DAESH, mal llamado Estado Islámico, que es quizás el régimen más salvaje y terrorífico jamás conocido desde la segunda guerra mundial.

Ahora, la imagen de un niño ahogado en una playa de Grecia huyendo de la guerra de Siria ha conmovido a Europa. Ahora. Como siempre, ya es tarde para casi todo. Lo único que nos queda es acoger a esos sirios que siempre se consideraron nuestros hermanos y al menos darles un consuelo con el que purgar nuestra mala conciencia (si es que la tenemos) por lo mal que lo hemos hecho con ellos desde hace tantos años. Al menos.

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