Manon y Julio han recorrido medio mundo en bicicleta y están empeñados en montar al otro medio sobre dos ruedas para propagar los beneficios de la movilidad activa. Discípulos de Malabrocca, llevan lustros investigando sobre intermodalidad, urbanismo, mecánica o educación. Siempre en y sobre sus velocípedos. Como profes que son, les encanta aprender. Están convencidos que esto de la movilidad activa es la solución a la insoportable levedad del ser en la era del petróleo. Para ello han puesto a pedalear todo lo que han aprendido en su formación en sociología, economía, pedagogía, turismo o gestión cultural. Y han metido todo en una coctelera para fundar Revelociona SCA. Los de Cordópolis les han dejado esta esquinita para compartir los paisajes, análisis y resultados que ven desde su manillar.
Tor y la ortografía. Capítulo 1
A mi amigo Hannes, in memoriam.
La elegancia y la ortografía tienen infinidad de maneras de manifestarse. Y casi siempre en estas ciencias las apariencias son inversamente proporcionales a la realidad. Como un juego de los espejos estético, alfabético y fonético.
Desde aquí arriba, los tresmiles y sus cumbres apenas blanquecinas se ciernen sobre toda insignificancia humana. Todo es armonía hasta donde alcanza la vista. Y si la vista no alcanza, aún más armonioso se intuye. Estamos en la línea imaginaria que separa Andorra y la comarca ilerdense del Pallars Sobirà, en el noroeste catalán. Desde el centro de Andorra la Vella (¡con “v” de vieja!) el asfalto reluciente asciende apartando los edificios de la vista. Y pasando entre estaciones de esquí culmina en el alto de Cabús, a 2302m.
Subir hasta ahí en bicicleta debería ser un precepto que todo ser humano tuviera que realizar al menos una vez en la vida. Apenas lleva un par de horas de pedaleo. Pasan unos minutos de las 9am. En la cumbre, cambiamos de país. Además de cruzar con cuidado para no tropezar con la típica línea de puntitos fronteriza, el alquitrán desaparece y la vertiente occidental se desliza entre pistas de tierra con forma de tobogán de enorme pendiente. Inmediatamente, una señal imponente y amenazante nos aborda, y nos advierte de adentrarnos en territorio privado. Algo huele a chamusquina.
Sin embargo, se trata del amanecer nítido de una mañana de agosto en las laderas escarpadas de este rincón del Pirineo catalán. Donde las vacas pallaresas trasiegan educadamente en fila como si avanzaran en la cola del supermercado. O los terneros juguetean balduendos entre la hierba. Como chiquillos felices en aquellos veranos en que los coches aún no habían convertido en una jungla de asfalto la ciudad. La ardilla Pizpireta se encarama al árbol y observa. Una manada de caballos salvajes se pasean de buena mañana. Dejando el protagonismo a un esbelto ejemplar de color natachocolate que exhibe su crin impecable galopando ladera arriba y abajo mientras relincha como un solista que se sabe guapo. El Potrillo del Potrero. Guapérrimo.
El aire frío cristaliza las gotas de los incipientes rayos de sol en el verdísimo prado. Un manantial brota desde el centro de la tierra y las primeras aguas de la Noguera chisporretean entre las rocas abriéndose hueco hacia el valle. El sendero serpentea en su precipitado descenso, encañonado entre gigantes de piedra que quitan el aliento por su magnificencia. La respiración se hace límpida y profunda. Para mimetizarse con el decorado de esta obra maestra ciclista en que nos deslizamos absortos por tanto privilegio y belleza.
Y en medio, ¡cuál Júpiter tronando!: TOR. Como una onomatopeya humana que emponzoña la armoniosa poesía de este rinconcito de naturaleza infinita. Apenas un puñado de casas que asaltan tras una curva del hipnótico descenso y que se desvanecen una centena de metros más abajo. Una mota de brizna humanizada en medio de la inmensidad.
Pongamos que en la aldea de Tor hay apenas trece casas. La densidad de población es cercana a cero. Que desde el siglo XIX la propiedad de la totalidad de la montaña, unas 2600 hectáreas, recae en las trece familias que históricamente han residido en la aldea, en un debate de siglos entre la colectivización de la tierra, la propiedad colectiva o la propiedad privada. Pongamos una tierra que, aparte del ganado, es improductiva para la agricultura por lo accidentado del terreno y por su altitud. Tor está situada a 1650m sobre el nivel del mar y es uno de los pueblos a mayor altura de la península. Que le vale para custodiar una de las historias más gélidas del s. XX.
Con este panorama, y encaramada a tan grandilocuente pedestal, era normal de Tor que se endiosara. Bien podría haber sido “Thor” el topónimo de este villorrio, para endiosarse aún un poco más. Pero la discreta “H”, con su muda bondad, dijo que ahí no pintaba nada y se bajó del caballo de la etimología. Ya veremos más adelante el porqué de esta rebeldía ortográfica.
Sobre este blog
Manon y Julio han recorrido medio mundo en bicicleta y están empeñados en montar al otro medio sobre dos ruedas para propagar los beneficios de la movilidad activa. Discípulos de Malabrocca, llevan lustros investigando sobre intermodalidad, urbanismo, mecánica o educación. Siempre en y sobre sus velocípedos. Como profes que son, les encanta aprender. Están convencidos que esto de la movilidad activa es la solución a la insoportable levedad del ser en la era del petróleo. Para ello han puesto a pedalear todo lo que han aprendido en su formación en sociología, economía, pedagogía, turismo o gestión cultural. Y han metido todo en una coctelera para fundar Revelociona SCA. Los de Cordópolis les han dejado esta esquinita para compartir los paisajes, análisis y resultados que ven desde su manillar.
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