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Consume Córdoba

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Ángel Ramírez

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¿Quieres que te cuente otra vez el cuento del haba que nunca se acaba?

Parece que hay una campaña de defensa del consumo de productos cordobeses. Yo creo que deberíamos impulsar procesos de relocalización de la economía, con flujos más cercanos, relaciones más densas entre productores y consumidores, menos necesidad de consumo energético, más confianza. Otro modelo que timidamente se va abriendo paso ante las sucesivas crisis de este sistema deslocalizado, global y espasmódico. Así que muy bien.

Por otra parte, si yo fuera consultor de estas cosas, recomendaría a los productores locales que hagan campañas con ese objetivo. No hay nada más fácil y exitoso que el localismo, toda acción política se resume en que alguien le dice a otro “yo soy de los tuyos y estos otros nos están atacando a ambos” y ya la tenemos liada. Es sencilla, barata, emotiva, fideliza. Solo hay que tener cuidado con algunos efectos secundarios.

El primero, que no parezca una campaña perdedora. Si uno llama a sus vecinos a que compren su producto por el hecho de ser su vecino,  siempre se puede pensar que el producto no es muy bueno, que apelan a emociones y sentimientos más que a la capacidad del producto o servicio de satisfacer deseos y necesidades mejor que otro. Es como las papeletas para el viaje de fin de curso del colegio del niño para el sorteo de una cesta de navidad llena de latas de embutidos de segunda, al final nos las quedamos los padres y madres porque no hay manera de ir vendiéndola por ahí.

El segundo efecto secundario, el canallerío al que le suelen gustar esas trincheras. Al canallerío le gustan las distancias cortas para no errar en la estocada, y las trincheras localistas/numantinas son tierra abonada para vendedores de crecepelo, ventas piramidales de utensilios de cocina y tarotistas emancipatorios antihegemónicos. Así que antes de abrir la puerta hay que mirar bien por la mirilla (Lord Robert Stephenson Smith Baden-Powell, fundador de los boys scouts, recomendaba prestar especial atención a los zapatos, que ahí se descuidan los impostores), y después, cada vez que te hacen exhibición sobreactuada de empatía e identidad común, echarle un chorrito más de agua al café de pucherete.

Sí, contesta el niño. Pero si yo no te digo eso, sino que si quieres que te cuente otra vez el cuento del haba que nunca se acaba…

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