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Hay deudas que se pagan con (sumo) gusto

Sebastián De la Obra

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Las deudas intelectuales de este forastero se han vuelto muy numerosas. Antes que finalice este año quiero pagar algunas. Ha sido un año muy ajetreado de mapas, desplazamientos, diásporas y algún que otro infortunio proclive al olvido y... no quiero que esto suceda. El miedo al olvido dispara el deseo de recordar, ¿o será a la inversa?

Quiero reconocer a Platón y su República. En esta obra habla de la condición humana. Nos sitúa desde niños en una caverna; con las piernas y el cuello encadenados, de modo que sólo podemos mirar hacia delante, las cadenas nos impiden girar la cabeza. La mayor parte de las veces, en esta situación desesperada y absurda, sólo nos queda soñar.

Quiero reconocer al rebelde y sabio Averroes en su Exposición de la República de Platón. En esta obra se rebela contra los poderes oligárquicos de su época: “Las masas son explotadas por los poderosos; éstos progresan apropiándose de los bienes de las gentes, lo que qa veces conduce a la tiranía, como sucede en nuestro tiempo y en nuestra sociedad. Puede pensar el tirano que no es un tirano y que pretende guiar y dirigir a los hombres con el fin de alcanzar su bienestar. Sin embargo así puede manejar los bienes y vidas de las gentes que no pueden librarse de él, estando preocupados de sí mismos, buscando el pan de cada día (...)”

Quiero reconocer, a pesar de todo, a Rousseau en su Carta a Malesherbes. En esa carta a su amigo reconoce que “nací con un amor natural a la soledad, que no ha hecho sino aumentar a medida que he conocido mejor a los hombres”. Yo crecí con el anhelo de que Rousseau se equivocase.

Quiero reconocer a mi maestro el trapero Walter Benjamin y a su Ángel de la historia. Un ángel (como casi todos los forasteros) que mira atrás, hacia las ruinas del pasado mientras es empujado, lanzado hacia un futuro incierto, por una tormenta.

Por último en este año mi hijo pequeño me ha provocado que reconozca la imaginación y la verdad a través de Antoine de Saint- Exupéry y El principito. Una y otra vez hemos leído el encuentro de el principito con el zorro:

¿Quién eres?, preguntó el principito. Soy un zorro, contestó (...)

No puedo jugar contigo -comentó el zorro- No estoy domesticado. ¿Qué buscas?, preguntó el zorro. Busco a los hombres...

Los hombres-dijo el zorro- tienen fusiles y cazan. Es muy molesto. También crían gallinas. Es su único interés.

¿Qué significa “domesticar”?, preguntó el principito.

Es una cosa demasiado olvidada. Significa “crear lazos”. Los hombres ya no tienen tiempo de conocer nada. Los hombres ya no tienen amigos. Si quieres un amigo, ¡domestícame! (...). Hay que ser muy paciente. Te sentarás al principio un poco lejos de mí, así, en la hierba. Te miraré de reojo y no dirás nada. La palabra es fuente de malentendidos. Pero cada día, podrás sentarte un poco más cerca... Si vienes, por ejemplo, a las cuatro de la tarde, comenzaré a ser feliz desde las tres... Pero si vienes a cualquier hora nunca sabré a qué hora preparar mi corazón...

Nota: me quedan, afortunadamente, muchas más deudas que pagar. Muchos más reconocimientos que proclamar. Todos tienen nombre y... espero disponer de tiempo para poder hacerlo.

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