Mirar el Tajo desde Lisboa
Como me decía una amiga que vivió allí varios años, Lisboa es una ciudad en 3-D. A los conceptos izquierda y derecha hay que unir el dimensional arriba y abajo. De esta forma, aunque desde cualquier punto centres tu vista en el río Tajo, siempre habrá algo de Lisboa delante, por encima o debajo de ti. Obra el milagro la sucesión de colinas sobre las que se desparrama esta ciudad que se asoma al agua. Para jugar a este juego de buscar al Tajo sin perdernos de Lisboa, propongo tres sitios. Allá voy:
-El Tranvía 28. Tópico de las guías de turismo, pero con razón. Línea clásica, que cual montaña rusa, asciende y desciende por las colinas uniendo Alfama con el Bairro Alto, atravesando de por medio la Baixa. Tres puntos vitales para conocer la Lisboa antiga. La experiencia del crujir del hierro y la madera y el ruido de los chispazos y frenazos son alicientes pero hay que añadir la presencia del Tajo casi desde cualquier punto. La línea va en paralelo al río, curiosea con él entre tejados. Ofrece impresionantes vistas a la altura de los miradores de Santa Luzía o subiendo hacia el Chiado. En Carris, la empresa pública (aún) de transportes, está toda la información sobre billetes, tarifas y rutas. También sobre otro asombro lisboeta: los elevadores y ascensores que suben cuestas imposibles a ritmo de raíl.
-Mirador de Santa Caterina. Confieso que es uno de mis rincones secretos. No es de los más transitados por el turismo. Tiene un fuerte sabor local. Es decir, a Imperial (cerveza), a una bica de café y a pausadas charlas tomando el sol o la brisa. Es una plaza balcón única para ver ciudad y río. Está encaramada en uno de los bordes del Chiado, en rua Alto Santa Catarina. Tiene un simple y siempre animado quiosco cervecero, un jardín mínimo y una curiosa escultura de Adamastor, una criatura legendaria creada por Camoes. Mirando abajo: Lapa y Sao Paulo, y al fondo: los muelles, el puente colgante 25 de abril y nuestro Tajo. Por cierto, muy cerca en la rua Marechal Saldanha, está el restaurante A Camponesa. Alejado de los locales para guiris del Chiado, a buen precio y donde cena la gente que se dispone a salir por la zona. Es lo mejor para recalar luego de disfrutar de un atardecer en el mirador. La comida es caserota. Buenos guisos, pescados y guarniciones portuguesas que nunca acaban. Aún me acuerdo de un atún con soja en una de esas noches lisboetas que no se olvidan…
-Muelles abandonados de Cacilhas. Otro de mis secretos lisboetas. Hablo de un conjunto de cais, o sea, muelles y naves abandonados a su suerte, bordeados por un asombroso paseo abierto hacia el río. El paseo arranca en el muelle de Cacilhas, enfrente de Lisboa, al otro lado del Tajo y llega hasta unos ascensores que conectan con Almada. Los muelles están encajonados entre las colinas de la ribera sur del Tajo y el propio río. Las vistas impresionan. Más allá del agua, ya muy cerca del Atlántico, se ve Lisboa suspendida. La arquitectura cúbica y empedrada de la ciudad se desparrama colina abajo hacia el Tajo sin orden ni concierto, en lo que parece un tetris a punto de derrumbarse sobre el río. No he visto horizontes urbanos tan absorbentes. La zona da miedo, lo admito. Pero no hay qué temer. Es lugar tranquilo, con presencia de algún que otro pescador. El final recompensa. Casi llegando a los ascensores hay dos locales fantásticos: Atirate Ao Rio y Ponto Final: dos restaurantes de buen pescado y comida portuguesa, casi colgados sobre el agua, con mesas fuera si el tiempo acompaña. Y acabo con la mejor experiencia: la ida y vuelta desde Lisboa hay que hacerla en ferry. En Cais do Sodre, junto al barrio de la Baixa, se puede pillar el barco regular que une la capital con Cacilhas. El barco te deja a pocos metros del arranque de los muelles y la travesía es maravillosa. Transtejo es la transportista.
Esto es solo un juego. Lisboa es mucho más. Ni siquiera es solo portuguesa. Bulle de razas, de África, Asia y Brasil y rezuma historia en cada trozo de adoquín. Pero me atrevo a este picoteo como primera entrada para posteriores y suculentos menús sobre una ciudad que arrastra belleza, tristeza, blancos, azules y mar como ninguna otra capital europea.
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