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Dehesa, Iberia en esencia

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Fidel Del Campo

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Si los americanos tienen la pampa o la pradera, los asiáticos la estepa y los africanos la sabana, Iberia tiene la dehesa. El milagro se extiende de Este a Oeste por toda la península. Como una franja separadora entre el norte verde y el sur mediterráneo. Un bosque gigante de encinas, alcornoques y matorral sureño que merece muchas escapadas. Es curioso que nos sorprenda ver documentales sobre esas grandes llanuras, cuando a tiro de veinte minutos de coche desde Córdoba entramos en una de las extensiones de verde más diferentes de Europa. Estos bosques mediterráneos, adiestrados por el hombre durante milenios, han pervivido lejos de la agricultura intensiva gracias a la orografía y a la falta de recursos hídricos. Su conservación para la ganadería ha garantizado que no hayan variado mucho desde que las legiones romanas cruzaban la Bética hacia la Meseta. Son fósiles vivos de naturaleza, pero al mismo tiempo, entornos humanos creados para la supervivencia. Ejemplo de explotación racional y salvavidas para que nuestro interior no se convierta en un solar inerte. Y sobre todo eso... cuna del cerdo ibérico, uno de los logros universales del comer. Más de dos millones de hectáreas que debemos valorar, especialmente los andaluces del valle y tierras bajas. Os doy pistas, tres puntos, tres paradas que todo sureño, y sobretodo, todo ibérico, debe pisar, al menos, una vez en la vida. Una alterna patrimonio con vida cultural. La segunda pasa por un puerto fluvial abierto al Atlántico, donde atracar un velero a pie de alcornoque y la tercera se recrea en una extensión salvaje, en lo más profundo del interior ibérico.

Belalcázar, Pedroches, patrimonio y cultura. Pedroches es la patria de Covap, nuestro milagro agrario. El que fuera valle de las bellotas de los árabes ocupa 3.600 kilómetros cuadrados de techo de Andalucía. 17 municipios con una fuerte cohesión centrada en una de las más espectaculares dehesas ibéricas. Una de sus originalidades está en su altura, a más de 500 metros, formando una penillanura de granito, una mini meseta pedregosa asomada cual balcón de lujo al valle del Guadalquivir. Las rutas y oferta de alojamientos son infinitas. Agrociudades como Pozoblanco o Villanueva de Córdoba son parada-base obligada, pero admito querencia especial por Belalcázar. El castillo de Sotomayor preside un laberinto de calles estrechas, muros, marcos de granitos y plazas abiertas al cielo limpio. Pero hay más. Allí, un grupo de gente con ganas de moverse sin depender de administraciones han creado La Fragua, un proyecto cultural comunitario asentado en el viejo convento de Santa Clara de La Columna, un impresionante edificio renacentista, a no más de un par de kilómetros del casco urbano. Además de albergar una comunidad de monjas que permite visitas, los activistas de La Fragua han “tomado” parte del edificio creando una genialidad: una residencia de artistas venidos de toda Europa que se inspiran en estos cielos transparentes para crear proyectos de escultura, pintura o fotografía. Hay varias salas, talleres y siempre algo que ver. Sorprende a pie de patio porticado, el huerto/jardín donde puedes pasear entre tomateras, habas y esculturas acopladas a la tierra. En el pueblo, tienes la parroquia de Santiago y el antiguo Pósito, con una cubierta de aristas en ladrillo muy representativa de la arquitectura de la zona. Suele haber también exposiciones complementarias.

Sanlúcar de Guadiana, Andévalo, una dehesa con puerto fluvial. Un pueblo blanco de la Huelva más apartada a orillas del Guadiana. Está sobre un cerro mirando a Portugal, en la otra orilla. Es puerto de río y frontera con el Alentejo, la dehesa que habla portugués. Sorprende porque nadie se lo espera allí, entre kilómetros de encinares y tierras pobretonas para la agricultura. Es pueblo en 3-D, o sea, con relieve, así que lo primero es subir a lo alto y pasarse por los restos del Castillo de Santiago: ruinas del siglo XVI encaramadas en la cima con vistas de lujo del Guadiana, Portugal y la dehesa que todo lo rodea. Abajo, el puerto, con paseo en la ribera, desde donde se ve el pueblo gemelo del otro lado de la frontera, Alcoutim y desde donde siempre hay una buena colección de veleros de toda Europa, que vienen desde Ayamonte y el Atlántico adentrándose en el confín de Andalucía. Dicen que hasta las princesas de Mónaco, ya olvidadas las pobres en el papel couché, han sido vistas por aquí tomando el sol en sus barcos de ensueño. Mini glamour entre alcornoques. Al estar encima del Algarve y la costa de Huelva toda esta zona se ha trabajado mucho el turismo. Hay una interminable lista de alojamientos, buenos lugares para comer y equipamientos para un fin de semana relajado. Y si quieres ver mar, abajo está Ayamonte con oferta hotelera para quitar hipo.

Parque Nacional de Cabañeros, de campo de tiro a parque nacional. La línea de la dehesa ibérica arranca al noreste de Andalucía y el sur de Castilla y acaba en el Atlántico portugués. Justo en la mitad, sobre La Mancha está Cabañeros. Lo han llegado a llamar el Serengeti español. Una extensión gigante de alcornocales, sierras y arbustos cuajados de fauna, entre las que sobresalen los ciervos y la cabra montesa. Especialmente bonito es el otoño con la berrea. Y es que no todo es andaluz en el mundo de la dehesa ibérica. El parque está atravesado por los Montes de Toledo. Es ejemplo de tozudez medioambiental exitosa. pues iba a ser usado para prácticas de tiro del Ejército. Está entre Ciudad Real y Toledo. Tener parque nacional tiene sus ventajas, entre otras, que todo el paraje cuenta con red de caminos, visitas guiadas y centros de interpretación perfectamente organizados. Es muy recomendable informarse bien, vía web, se pueden reservar visitas en 4X4, partiendo de varios puntos del parque. Hay una red de alojamientos rurales bien buena, con un rosario de pueblotes de interés como Horcajo de los Montes o Retuerta del Bullate. Para disfrutar a tope de caminos campestres, bichejos y aire puro. Naturaleza ibérica.

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