El 31 octubre de 2000 se inauguró en la calle Morería la sede del Colegio de Abogados de Córdoba, hoy Colegio de la Abogacía.
Veinticinco años que han pasado como un suspiro. Lo juro. La celebración del pasado miércoles fue mágica. El repertorio musical de la mano prodigiosa del pianista Alberto de Paz acompañó la historia de la institución y de esas paredes que tanto han visto y vivido. La nostalgia aún perdura en mí.
Cuando el Colegio se inauguró, celebré 15 años en el ejercicio de la abogacía y estaba viviendo una experiencia vital tan intensa como difícil de olvidar. Un embarazo con el que me sentí inesperadamente bendecida de una hija que hoy, como por arte de magia, en un breve chasquido, es médica ¡Como no voy a recordar con nostalgia aquellos días!
Pero de lo que hoy quiero hablar es de todo lo que ha cambiado en una profesión que sigo eligiéndola como uno de mis propósitos cada mañana. Dicen que tener un propósito al levantarte alarga la vida o, cuanto menos, la mejora.
No solo han cambiado cosas baladíes, como aquel denso humo del tabaco que, en las Juntas de Gobierno en la flamante sede, en aquella sala cápsula de reuniones (tan alargada como estrecha), nos impedía hasta vernos las caras. No. Me refiero a esas otras que duelen en el alma guerrera de abogada de trinchera.
Atrás quedaron los métodos “artesanales” -más bien de “artistas”- de llevar la administración y las cuentas de un colectivo tan particular. ¡El nuevo siglo nos cambió hasta la moneda! Y llegó el momento de construir un futuro propio, modernizado y en una casa propia que se abrió a la sociedad de forma decidida e implicada.
Pero si los logros de la abogacía en estos años han ido de cero a 100, también siento que este primer cuarto de siglo se ha llevado parte de su esencia. La vocación de servicio, el sacrificio que supone demandar justicia, sin horas ni fechas; una abogacía casi en peligro de extinción que no está en esos despachos impersonales, la que mira a los ojos al justiciable (ahora solo son “clientes”). Y, lo peor, el significado de la palabra que antes se nos grabada a sangre y fuego. Compañerismo.
La multitudinaria despedida de nuestro decano Paco Rojas cuando falleció en 2003, tan repentina como inopinadamente, fue un acto de compañerismo difícil de olvidar, precisamente en esa sede que ahora celebramos.
Porque, como explicó Joaquín Pérez Azaustre en su lección magistral del nuevo curso de la Escuela de Práctica Jurídica -donde vi pocos alumnos, esos abogados del futuro, si los hay, que son los que debieron oír sus palabras-, esta es una profesión en la que te peleas con el que está enfrente para salir de la sala dándote la mano y, la única, en la que le enseñas a otro cómo puede ganarte mañana. Y eso, amigos, solo es posible desde una sola palabra. Compañerismo.
Hoy veo cuchillos no entre los dientes, sino clavados en la espalda; palabras dadas que no valen nada, promesas en vano, faltas de respeto, llamadas y correos que ni se contestan; engaños a conciencia y el dinero... ¡ay el dinero! Único leit motiv.
Alberto terminó la gala pidiéndonos elegir al azar las bandas sonoras de nuestras vidas para ejecutarlas prodigiosamente al instante. Ahora que nadie me escucha diré la mía: Lo que el viento se llevó …de la abogacía. Estoy mayor, dirán. Sí, tal vez. Lo sé.
Soy cordobesa, del barrio de Ciudad Jardín y ciudadana del mundo, los ochenta fueron mi momento; hiperactiva y poliédrica, nieta, hija, hermana, madre y compañera de destino y desde que recuerdo soy y me siento Abogada.
Pipí Calzaslargas me enseñó que también nosotras podíamos ser libres, dueñas de nuestro destino, no estar sometidas y defender a los más débiles. Llevo muchos años demandando justicia y utilizando mi voz para elevar las palabras de otros. Palabras de reivindicación, de queja, de demanda o de contestación, palabras de súplica o allanamiento, y hasta palabras de amor o desamor. Ahora y aquí seré la única dueña de las palabras que les ofrezco en este azafate, la bandeja que tanto me recuerda a mi abuela y en la que espero servirles lo que mi retina femenina enfoque sobre el pasado, el presente y el futuro de una ciudad tan singular como esta.
¿ Mi vida ? … Carpe diem amigos, que antes de lo deseable, anochecerá.
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