He estado estos días comiendo con las amigas de siempre. Que si la jubilación de una, que si la recuperación de un ictus, que si los hijos que se han casado, que si los que se independizan y vuelan solos. Los mejores brindis fueron por la vida. Sin más. Por estar vivas y por lo que aún nos queda. Mujeres de cierta edad y con vidas normales que darían para una serie de Netflix o, al menos, para un manual de psicología de supervivencia femenina.
No conozco a nadie que haya visto la serie Machos alfa que no le haya gustado. Todos le reconocemos su gracia y confesamos habernos reído a carcajadas con esos hombres tan reconocibles como certeros, que ponen en crisis su masculinidad porque creen estar perdiendo los privilegios que siempre tuvieron sobre las - sus - mujeres. El privilegio de ser el triunfador con éxito, el del poder del dinero, el de mandar en la cama … e incluso en las camas ajenas. “Mi polla es la que manda dentro y fuera”. Punto y final.
Y hablando con mis amigas de los machos alfas de nuestras vidas, con las noticias de fondo de los Premios Feroz y el Sr. Alvés, ya saben, dije de repente: “Que levante la mano a la que le hayan tocado el culo alguna vez sin ella querer”. La respuesta fue demoledora. Todas sin excepción. Doce de doce. En el cine, en el autobús, en la calle, un amigo, un jefe, en el ascensor … y no una, sino muchas veces.
Ahí me vine arriba y seguí preguntando. No sé si por los efectos del buen vino, o porque a ciertas edades la sinceridad es el premio de la vida, el caso es que las respuestas me dejaron anonadada. A todas menos dos nos habían tocado, además, una teta alguna vez. Tipo bocina. Ya sabes, llega el tío y sin mediar palabra te la agarra como si fuera la pera de goma de una bocina. A la mayoría nos habían “restregado la cebolleta” muchas veces. Bailando, en el metro, o simplemente en una cola y también a la mayoría nos habían metido boca sin querer. En una fiesta, al llegar al portal de tu casa y hasta a plena luz del día. Incluso señores bien respetables que abusaron claramente de una supuesta superioridad. La de ser y creerse “macho alfa”.
Hubo tres confesiones que fueron más allá. Un ginecólogo que se propasó con una, otra que se zafó como pudo en moto de una agresión segura y una tercera que cayó ante una cruel manada. Este fue el sorprendente y escalofriante resultado de doce mujeres, doce, que nunca denunciaron, que nunca estuvieron en ninguna estadística y que aquello pasó... como si nada.
Detrás de todos los machos alfa y por supuesto de los abusadores que se han atrevido a tocarnos sin permiso cualquier centímetro de piel, hubo mujeres mega ¿saben por qué? Porque “mega” significa un millón y ahora sé que fueron millones de veces las que lo aguantamos y porque “mega” significa también “grande” y hay que ser muy grande para sobrevivir a todo eso sin guardar nada. Solo las ganas de brindar por la vida y por lo que nos queda.
Ahora algo ha cambiado. Las mujeres, las que nos siguen, se atreven a denunciar, aunque sea “solo” por una teta. Porque esa teta, sus tetas, son solo nuestras tetas. De nadie más.
Soy cordobesa, del barrio de Ciudad Jardín y ciudadana del mundo, los ochenta fueron mi momento; hiperactiva y poliédrica, nieta, hija, hermana, madre y compañera de destino y desde que recuerdo soy y me siento Abogada.
Pipí Calzaslargas me enseñó que también nosotras podíamos ser libres, dueñas de nuestro destino, no estar sometidas y defender a los más débiles. Llevo muchos años demandando justicia y utilizando mi voz para elevar las palabras de otros. Palabras de reivindicación, de queja, de demanda o de contestación, palabras de súplica o allanamiento, y hasta palabras de amor o desamor. Ahora y aquí seré la única dueña de las palabras que les ofrezco en este azafate, la bandeja que tanto me recuerda a mi abuela y en la que espero servirles lo que mi retina femenina enfoque sobre el pasado, el presente y el futuro de una ciudad tan singular como esta.
¿ Mi vida ? … Carpe diem amigos, que antes de lo deseable, anochecerá.
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