Ahora que hemos vuelto a aquello que les explicaba de la cruda realidad, me están sirviendo y mucho los consejos del psicólogo Rafael Santandreu en su libro “El arte de no amargarse la vida”. Lo leí desde la tumbona hace pocos días, a sabiendas de que la vuelta sería muy dura. Y tanto que sí.
“Es que me han echado del trabajo y esto para mí es el final”; “mi marido ya no me quiere, creo incluso que está con otra y yo solo quiero morir”; “Tengo tanto trabajo que me entran ganas de llorar y me bloqueo absolutamente” … podría seguir así un buen rato, con frases que son el día a día de muchas personas.
Según Santandreu esto es “terribilitis”, la tendencia a interpretar desproporcionadamente la realidad, a considerar insoportables las adversidades y las situaciones negativas, calificándolas de “terribles”. Y no es así. Recuerden que solo morirse es terrible y, cuando ocurra, ni siquiera lo recordarán.
La “necesititis” es otro término acuñado por el mismo psicólogo y confieso que me gusta todavía más. La creencia de que necesitamos muchas cosas para ser felices y sentirnos completos, así que, si no tenemos lo que imaginamos que debíamos tener, somos infelices y puede que hasta tengamos ansiedad y depresión.
Pero no solo en el ámbito puramente material. En el aspecto personal también. “Es que todo el mundo me trata fatal y no me valora”; “no es justo que no gane lo que debo ganar”; “mi vida no es perfecta, ¿cómo va a serlo si no puedo viajar todo lo que me apetece?”; “no merezco que me hayan engañado”; “necesito trabajar menos y ganar más” … las creencias que nos apartan de la realidad y esconden deseos personales, son una permanente fuente de insatisfacción.
Señores, que no todos somos altos, ricos, elegantes, podemos viajar lo que queramos, estar en forma, tener un casoplon de la leche, trabajar lo justo, levantarnos a las 9 de la mañana, que nos esperen los clientes agolpados a la puerta del negocio aplaudiendo, o que todos suspiren por nuestra inteligencia porque, además, nuestro trabajo no depende del rendimiento. ! Puritos deseos muy mal gestionados ¡ ... uhm, ahora que lo pienso, conozco a uno que vive así en una casa llamada “de la República”, en Waterloo.
Cada vez que elevamos a la categoría de necesidad un simple deseo, generamos emociones negativas en potencia. Si no lo logramos, es un fracaso. Y, si lo conseguimos, aparece el temor a perderlo, pero ¿dónde quedó eso de saber que a lo largo de la vida no siempre ganas lo mismo - o más - y que, muchas veces, te caes, te mantienes un tiempo, avanzas otro poco, o vuelves a retrocedes para seguir avanzando? No, es que ahora todos funcionarios.
La solución radica en distinguir entre necesidades y deseos. Las necesidades reales son pocas: comida, abrigo y algo de compañía. El resto, aunque legítimos, deseos que no deben determinar nuestra felicidad. Este mundo solo puede avanzar a costa de los valientes optimistas. Si, de los intrínsecamente optimistas, frente a los numerosos inherentemente pesimistas.
Súmense a los primeros, déjense de terribilitis absurda y necesititis falsa y hagan caso a Albert Einstein: “Prefiero ser optimista y tonto, que pesimista y estar en lo correcto”.
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