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Sobre este blog

Soy cordobesa, del barrio de Ciudad Jardín y ciudadana del mundo, los ochenta fueron mi momento; hiperactiva y poliédrica, nieta, hija, hermana, madre y compañera de destino y desde que recuerdo soy y me siento Abogada. 

Pipí Calzaslargas me enseñó que también nosotras podíamos ser libres, dueñas de nuestro destino, no estar sometidas y defender a los más débiles. Llevo muchos años demandando justicia y utilizando mi voz para elevar las palabras de otros. Palabras de reivindicación, de queja, de demanda o de contestación, palabras de súplica o allanamiento, y hasta palabras de amor o desamor. Ahora y aquí seré la única dueña de las palabras que les ofrezco en este azafate, la bandeja que tanto me recuerda a mi abuela y en la que espero servirles lo que mi retina femenina enfoque sobre el pasado, el presente y el futuro de una ciudad tan singular como esta. 

¿ Mi vida ? … Carpe diem amigos, que antes de lo deseable, anochecerá.

Isabell antes de ser desahuciada de la vivienda que tenía alquilada

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Hay veces en esta profesión en las que te pones la toga sabiendo que nadie tiene razón y todos son víctimas de algo. Cuando eso ocurre y el juez dicta una sentencia fundada en derecho, aunque parezca que la justicia se aleja porque se ha quedado en el camino una de las víctimas, la realidad es bien distinta. Impartir justicia es aplicar la ley.

Últimamente me he encontrado con asuntos en los que algunos jueces pretendían dejar de aplicar la ley para aplicar justicia social. Comprendo que muchas veces pueda ser difícil -porque son humanos-, estar ahí arriba, revestidos del imperio de la ley, con la toga puesta y aplicar una ley que consideren injusta, pero esa es su función. No la de hacer favores sociales, ni ser salvadores de nada. Menos aún que sus colores se transparenten, porque entonces la justicia sería la de cada uno de ellos. Gravísimo error.

Por eso admiro cada vez más a los jueces que sin color, o que si lo tienen se olvidan de él, aplican fundadamente la ley. Que lo hacen con seriedad, con rigor jurídico y dedicación. Aplicar la ley incluso con sensibilidad, pero sin pretender salvar el mundo, porque cuando así lo pretenden es probable que la ley solo puedan bordearla y entonces, ya saben…

Y es que la vida y los trozos de vidas que se ventilan en un juicio, es como estar en un ring de boxeo. Nadie sale ileso. Hace unos días se publicaba en estas líneas el caso del desahucio de Isabell, una mujer sin recursos, con tres hijas menores, sin trabajo y un piso de alquiler cuya renta llevaba mucho tiempo sin pagar a la propietaria. A todos se nos heló el alma al ver el lanzamiento de la vivienda por mandato judicial y las mochilas rosas de las niñas en la puerta de la vivienda.

Lo que puede que muchos no supieran es que en la otra esquina del ring había otra mujer y su abogado. Araceli es víctima de violencia de género, trabaja cada día de sol a sol para darle de comer como puede a sus tres hijos menores, a los que tiene a su exclusivo cargo porque lleva años sin cobrar la pensión del que la maltrató; que su vivienda la tuvo que abandonar y huir para poner tierra de por medio a la violencia. Que la alquiló para poder pagar la hipoteca y completar sus ingresos y que el impago de la renta de Isabell le estaba suponiendo a ella acumular una deuda imposible con el banco y redoblar su propia miseria.

Juzguen ustedes… si pueden. Una, o la otra. La soledad del juez que aplica la ley y dicta, por ejemplo, esa orden de lanzamiento es sencillamente impagable. Pero así debe ser. La soledad del abogado que así lo pide, aunque distante de aquella, no es muy distinta. Y la conciencia de ambos debe quedar incólume. Que asuman los políticos la responsabilidad de un mundo con leyes tal vez injustas, o la injusticia de situaciones imposibles porque ellos no hicieron bien su trabajo. Ellos sí que casi nunca están a la altura.

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Soy cordobesa, del barrio de Ciudad Jardín y ciudadana del mundo, los ochenta fueron mi momento; hiperactiva y poliédrica, nieta, hija, hermana, madre y compañera de destino y desde que recuerdo soy y me siento Abogada. 

Pipí Calzaslargas me enseñó que también nosotras podíamos ser libres, dueñas de nuestro destino, no estar sometidas y defender a los más débiles. Llevo muchos años demandando justicia y utilizando mi voz para elevar las palabras de otros. Palabras de reivindicación, de queja, de demanda o de contestación, palabras de súplica o allanamiento, y hasta palabras de amor o desamor. Ahora y aquí seré la única dueña de las palabras que les ofrezco en este azafate, la bandeja que tanto me recuerda a mi abuela y en la que espero servirles lo que mi retina femenina enfoque sobre el pasado, el presente y el futuro de una ciudad tan singular como esta. 

¿ Mi vida ? … Carpe diem amigos, que antes de lo deseable, anochecerá.

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