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Sobre este blog

Desde muy pequeña he sentido que mi mundo lo dirigían como en “El Show de Truman”, pero con Fofito. Me esforzaba en tener una vida seria y, desde arriba, alguien iba soltando “extras” y guiones absurdos que me hacían perder la dignidad a base de risa. Llegó un momento en que mientras protagonizaba esas historias, mi mente solo pensaba -para sobrevivir- en cómo iba a escribirlo. Por lo que ya no puedo seguir siendo testigo en silencio. Necesito vaciar mi cerebro y madurar.

Rakel Winchester

Regla del camarero: VER, OÍR Y CALLAR.

Sirviendo una copa en un pub

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Al igual que me encanta el oficio de “camarera”, empiezo a cansarme de algunas cositas que NUNCA dejan de pasar. Y el cansancio que tengo hoy me hace recordar algunas... Y aunque nuestra regla sea: ver, oír y callar, si no se dicen nombres “se vale” quejarse.

Por ejemplo: el “momento te agarro la mano” que muchos clientes tienen por costumbre en su repertorio nocturno.

O sea, o bien te dan el billete para pagar y tiran de él cuando lo vas a coger sintiéndose Fofito por un minuto o, cuando les vas a dar la vuelta te “agarran” suave y asquerosamente la mano, buscando qué se yo. Bueno, lo sé perfectamente y me muero de la grima.

¿Hasta cuándo una va a tener que aguantar eso?.

Otra cosa de la que me he dado cuenta es de la abundancia del “dúo de hombres chismosos” que frecuentan las barras de los bares últimamente.

Suelen ser dos, y suelen criticar a la novia de un tercero que parece ser que no ha salido con ellos porque ella “no le ha dejado, la muy blablabla...” (aviso que mis trabajos en barra son en lugares chiquititos donde se escuchan las conversaciones de los clientes obligatoriamente).

Y no quisiera olvidar comentar al tipo al que ha dejado su chica y que queda con un colega por la necesidad de un hombro donde llorar, y van a parar a la barra donde yo trabajo.

Mamma mía. Valiente poca inteligencia emocional que suele tener el amigo y vaya con las conclusiones y los consejitos que le suele dar al pobretico.

Luego tenemos al que le huele la boca. Sí, al que LE HUELE LA BOCA. Al que lleva toda la santa noche bebiendo y se pensará que es un angelito del cielo y que puede pedirte las copas a una distancia en que puedes adivinar hasta lo que desayunó el mes pasado. ¡Pero bueno! ¿es que no se dan cuenta?. Por dios, que sepáis todos que después de dos o tres copas, la boca huele a calimocho.

¿Y el que te escupe?.

Que sí, que será sin querer, pero que de noche todo es un bar oscuro donde los focos están en el techo, y la saliva del que habla sin cuidado reluce como un fuego artificial. Y la primera vez, disimulas por pura educada que eres, memorizas dónde te cayó el escupitajo y esperas a que el tipo se vaya para limpiarte. Pero si te escupe SIEMPRE que te habla. Si encima usa palabras que contienen “consonantes que incitan al gapo”, rollo “S”, “T”, “P”, “F”...

¿Por qué coño todos los personajes que escupen al hablar beben algo con “PePSi” (tres letras de peligro) o siempre te preguntan si “TieneS” (dos letras de peligro) equis bebida, o se cansaron de alcohol y ahora quieren FanTa, y un surtidor de babas te rebota en la cara?.

Fatiga...

Luego tenemos al que no se lava.

Mucha colonia, pero jaboncito poco.

Y se te mete el olor ese de mierda con colonia por la nariz y no hay quien te lo saque.

Yo he tenido la “suerte” en cierto momento de mi vida de trabajar con un personaje que olía a sudor añejo mezclado con colonia de hombre que ni quiero recordar.

Con lo perfumadita que llegaba yo a mi trabajito, oliendo a limpio y a frambuesa... y llegaba el “hombre ambipur” de los cojones y me amargaba la noche.

Y lo peor.

Nadie fue capaz de decírselo. NUNCA.

Yo no lo hacía porque no tenía confianza con él y, aunque se barajó escribir un anónimo, nunca se puso en práctica. Porque es que encima llegaba el tío impecable, con la camisa sin una arruga, pero sin duchar. Y ese olor era antiguo. Imposible que se hubiera duchado.

Y aunque intenté disculparlo para mis adentros pensando que su pequeña nariz no funcionaba, estaba claro que ese aroma no era de un rato, ni de un día. O sea, que SABE que si no se lava en una semana es imposible oler bien.

Y bueno, como el enfado me está subiendo y me quiero acostar, recordaré que los tiempos de quedarse como último cliente para ligarse al/la camarera/o pasaron a la historia. Que si la camarera/o no te da muestras mínimas de interés durante la noche, olvídate de hacerte el remolón/a porque las camareras/os, como el resto de los seres humanos, también eligen. Y que es hora de que se compren un librito de “comunicación no verbal” y aprendan de una puñetera vez el significado de los gestos.. O sea, tengo mala cara=NO, no contesto a tus preguntas=NO, me cruzo de brazos esperando a que te vayas=NO, te miro desafiante mientras me propones “una grata amistad”=NO.

Me da lastimita decirlo, pero tampoco aguanto al cliente que piensa que estás muerta/o de sed en la barra sin beber, esperando que le sobre suficiente dinero (al darle la vuelta de sus copas) y, soltando las monedas -normalmente además insuficientes- en la barra, te dicen:

-mira a ver si te da pa tomarte “un cocacola” -grrrrr... y encima en masculino.

También es molestoso el que no cierra la puerta del WC para hacer pipí, que en su casa no sé si lo hará, y que parece que quiere que le veas el culo. Que siempre es hombre, lo siento.

Y los que porque se han tomado una copas exigen que les invites a un chupito. ¿Acaso cuando compran tres barran de pan reclaman que les inviten a un mollete?.

También odiamos -sí, se me ha escapao- a quien ha perdido su copa, abrigo, bufanda, bolso, paraguas... como si entre nuestras obligaciones estuviera cuidarle las pertenencias. Que encima te da pena y le ayudas a buscarlo y lo ha dejado finalmente donde no se acuerda.

O al que se le cae la copa por borracho y te ordena reponérsela.

Por no hablar de quien te interroga delante de su pareja para que afirmes algo que tú viste que es mentira.

Y a quien te jura que te ha dado un billete que no existe en tu caja, para que le devuelvas más.

Y a quien dice que le quitaste la copa entera, y sabe perfectamente que te la pidió un año antes y no quedaban ni los hielos.

En cambio, adoramos al cliente que saluda, pide educadamente, sonríe, te agradece el servicio, se agobia si se le rompe el vaso sin querer, te avisa de que le has dado más dinero del que le corresponde de vuelta por error, espera paciente a que le sirvas, sin presionarte, porque ve que tienes mucho trabajo, te felicita por la música, te paga sin monedillas de céntimo (si no lo digo, reviento), te trae los vasos vacíos cuando te pide otra vez por aligerarte trabajo... Porque aparte de existir el BUEN CAMARERO, también el mundo está lleno de MARAVILLOSOS CLIENTES.

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Desde muy pequeña he sentido que mi mundo lo dirigían como en “El Show de Truman”, pero con Fofito. Me esforzaba en tener una vida seria y, desde arriba, alguien iba soltando “extras” y guiones absurdos que me hacían perder la dignidad a base de risa. Llegó un momento en que mientras protagonizaba esas historias, mi mente solo pensaba -para sobrevivir- en cómo iba a escribirlo. Por lo que ya no puedo seguir siendo testigo en silencio. Necesito vaciar mi cerebro y madurar.

Rakel Winchester

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