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El MONTRUO

Carlos Puentes

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Pasan ya los ecos de una de las más profundas borrascas que haya contemplado, y sufrido, el Atlántico Norte. Este pasado fin de semana, una extraordinaria depresión, un auténtico MONTRUO isobárico en forma de nube, se paseaba por las inmediaciones de Islandia dejando uno de los valores de presión más bajos desde que se tienen registros en esa parte del mundo, su nombre, Jolle. Hasta 930 hPa llegó a caer la presión en el “ojo” de la borrasca, una absoluta salvajada que dejan en solfa los 972 hPa que GONG tuvo a bien dejarnos de recuerdo en la Península Ibérica con la ciclogénesis aquella. Un curioso ranking del que un servidor, isnorante como aún es en amplios dominios de la vida, se sorprendió con el aprendizaje de un muy dudoso nuevo término meteofrikológico, agárrense, la bombogénesis. Para que se hagan una ligera idea, tal valor de presión, de darse en un proceso de formación tipo huracán, llegaría a alcanzar la categoría 4 (recuerden que iban del 1 al 5 según su intensidad).

No voy a entrar a explicar la cosa, suficiente cruz llevan ya ustedes conmigo por mi particular metodología divulgativa. A lo que voy, del paso del MONTRUO por aquí ni nos coscamos, más allá de la intensa marejada que ha llegado a dejar olas de hasta 30 metros de altura en las costas portuguesas y de la que, eso sí, padecimos y aún padecemos su influencia isobárica. Ya les expliqué que por el mardito MONTRUO a nosotros lo que nos iba a tocar era azoriano marrano, es decir, tiempo estable, del que deja el cielo raso y nos coge un pellizco por los huevos al salir de casa, enfundados en multicapas de lana para combatir el biruji mañanero, y pestazo sobaquero de mediodía por el picor del solazo que por aquí ya empezamos a disfrutar.

Pero no se alarmen que aún seguimos en la época propicia para los amantes del frío y las tempestades polares, acabamos de pasar el cenit del enfriamiento polar y eso se nota, y debería notarse, con algún que otro desalojo de aire frío. Ya les he hablado de ello y no me voy a repetir más. Nos adentramos en el mes de febrero que se caracteriza, definitivamente, por servir de comienzo al desajuste estacional previo paso a la primavera, que comienza ya a tomar cuerpo en nuestra troposfera. Se nos echa encima el carnaval y ya nuestros compatriotas del costal van sacando sus cachos de madera a pasear por las calles. Se nos presenta un mes, febrero, que será clave de cara a la temporada en que los hombres del tiempo, meteorólogos de toda la hispanidad y sus correspondientes madres y padres serán mentados con mayor entusiasmo.

Me explico. Ahora les cuento lo que toca, y después les cuento lo que debería tocar. Primero lo anterior. En febrero deberían empezar a llegarnos coletazos esporádicos de ese frío polar que se ha ido almacenando más allá del paralelo 60 desde los últimos días del verano pasado. El planeta, por su movimiento de traslación, comienza a recibir los rayos solares en su Hemisferio Norte cada vez con más perpendicularidad, lo que significa, ignorantes paletos de la meteofrikez, con mayor capacidad calorífica. Visualicen, la nevera de casa a la que una noche se le queda la puerta abierta, consecuencia lógica, que se derrite y nos toca fregar el suelo. Pues bien, eso está pasando ahora mismo, y eso mismo nos va a pasar, por ejemplo, este mismo fin de semana. Una breve, pero intensa (especialmente si comparamos con las isos que hoy mismo disfrutamos) entrada de aire polar, uno de esos coletazos de los que les hablo. Eso sí, nortada del quince, más seca que la mojama, así que los de la Confederación, y los parselistas, que respiren tranquilos. GFS, el modelo de cabecera de cualquier freak de la meteo tan vago como yo, en su vaticinio es capaz de ver hasta cuatro de estos desalojos en las próximas dos semanas en diferentes puntos de la Europa meridional, habrá que ver.

Y ahora el después, marzo, ejem, Semana Santa, ejem. Evidentemente, hacer un pronóstico, tan siquiera presentar una tendencia a dos meses vista, es una insensatez como un castillo, pero como ya algunas ovejas descarriadas, adoradores del caos y la destrucción, me han pedido que vaya sembrando incertidumbre, voy a hacer una breve, y para nada definitiva, impresión. Verán, si febrero se caracteriza por estos locos desalojos, el mes de marzo, especialmente a partir de su segunda quincena, lo hace por una tendencia a la inestabilidad atmosférica derivando en un curioso fenómeno conocido como llanto cofrade. No haré sangre. Lo que ocurre a partir de ese mes no es más que el ajuste lógico que se da en la troposfera consecuencia de la titánica lucha entre despojos árticos y la radiación solar, un proceso donde por riles ha de liberarse mucha energía, no sé si me entienden. Febrero es lo que es, y marzo será lo que será, pero por si acaso, vayan rezándole a nuestro Arcángel Custodio Hacedor de Lluvias, Tormentas y Desastres Varios, y amén.

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