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Tony Allen: el beat del Afrobeat

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Juan Velasco

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Háganle caso a los que saben: Tony Allen ha sido el batería más importante de los últimos cien años. ¿Cuántos bateristas pueden decir que inventaron un género con una creativa combinación de sus golpes? Unos pocos elegidos. Tony Allen era uno de ellos.

Músico autodidacta pero férreamente autodisciplinado, Tony Allen era la otra cara de Fela Kuti. Allí donde Fela era frenesí, Tony era sofisticación. Como él mismo dijo: estaban hechos el uno para el otro. Y sin ambos, sin su fértil matrimonio artístico, la música de los últimos 60 años habría sido mucho más aburrida.

Se conocieron en la Nigeria de finales de los 60, cuando Fela volvió de Londres y tocaron juntos para una radio. En aquel entonces lo que hacían era Highlife, un género de jazz africano que ya era muy conocido en el continente. No tardaron demasiado en encontrar su propio camino, un género nuevo, un sonido propio, el afrobeat. De ese sonido, tal y como reconoció el terco Fela, el principal culpable fue Tony Allen, que incorporó a la batería de jazz múltiples elementos percusivos africanos.

Y al hacerlo desarrolló una técnica propia: Allen usaba a menudo una baqueta al revés, provocando un seductor arrastre en las cajas; modulaba el volumen de forma suave, y el ritmo lo marcaba con un doble o triple bombo constante, combinándolo con un tintineo único en los platillos, que no ahorraba tintes psicodélicos. Un sonido ancestral, repetitivo, un groove perfecto. Alquimia pura.

Fela Kuti y Tony Allen fueron los Lennon y McCartney africanos durante la década de los 70. Juntos formaron Afrika 70, probablemente la mejor banda de directo de la historia, según los testimonios de todos los músicos occidentales que fueron a verlos tocar en el club Shrine de Lagos, un combo de músicos inimitable que acompañó a Fela y con los que Tony Allen también grabó sus primeros discos en solitario.

Aquel ensueño de banda se acabó con la propia década de los 70. La politización de Fela -que anunció que se presentaría a presidente de Nigeria-, su temperamento y sus ansias de control económico y mental de los músicos que tocaban con él le acabó enfrentando con Tony Allen, que en aquella época estaba, además, enganchado a la heroína. Fue tras un concierto en Berlín, después del enésimo incidente a la hora de cobrar, cuando la asociación se vino abajo.

Allen puso rumbo a París mientras Fela Kuti tuvo que contratar a varios baterías para que hicieran lo que hacía su antiguo socio en el escenario. Sus caminos se separaron pero siguieron siendo amigos, a pesar de la insistencia de determinados medios de comunicación en enfrentarlos.

Una vez ubicado en París y tras haber superado sus adicciones, la segunda etapa de la carrera de Allen fue un mar de placidez comparada con aquella primera época. El maestro siguió editando discos, la mayoría de ellos en el sello Comet, en los que sofisticó todavía más su particular toque de batería, y en los que trazó nuevos caminos para la música africana. El ejemplo más claro es N.E.P.A.(1984), un LP en el que experimentó con sintetizadores y creó una especie de house africano primigenio.

Su figura crecía a medida que músicos occidentales les rendían pleitesía, y Allen pasó las últimas décadas enfrascado en proyectos con artistas de sensibilidad pop como Air, Charlotte Gainsbourg, Grace Jones o Damon Albarn (con el que formó dos bandas The Good, The Bad & The Queen y Rocket Juice & The Moon), al tiempo que dejaba su impronta en el mundo de la música electrónica, colaborando con genios como Jimi Tenor, Jeff Mills, Theo Parrish, Moritz Von Oswald o Amp Fiddler.

En esta última época también plantó su batería en una de las canciones más perfectas que se han hecho en lo que llevamos de siglo: La Ritournelle, de Sébastien Tellier. Una canción que da buena medida del talento de Tony Allen, cuya precisión rítmica, casi quirúrgica, es el sostén central de un tema que no existiría sin su latido. Una pieza de pop en la que el batería toca en espiral, con aparente sencillez, un complejo ritmo que parece que a estallar en cualquier momento, pero que solo estalla cuando la canción lo requiere.

Este que escribe la bailó en su boda.

Tony Allen se ha ido. Y me lo imagino sentado a la batería, muy erguido, tocando los tambores y los platillos con suavidad, mientras sus ancestros bailan a su alrededor.

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