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Sobre este blog

Juan Velasco es periodista y promotor cultural. Desde hace un tiempo coordina el área de Cultura de Cordópolis. Antes de eso, ha sido durante una década colaborador de la Agencia EFE en Córdoba y en Guadalajara y también ha estampado su firma en prensa especializada como Enlace Funk o Vicious Magazine. Como disc jockey, bajo el alias Juani Cash, dirige desde 2015 la promotora Jukebox Jam! y ha sido dj residente y programador en Sonora Beach (Estepona) y Gran Baba (Cádiz). También ha impulsado en Córdoba el Festival de teatro InstanTeatro (2018) y ha trabajado en la programación y la producción del Festival RíoMundi en 2018 y 2019.

No me llames Dolores, llámame Lola

Espinosa de los Monteros y Pablo Iglesias ríen durante el Día de la Constitución en el Congreso.

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Domingo, 2 de mayo. 23:00. Faltan apenas 24 horas para las elecciones madrileñas y en un programa de televisión cuatro periodistas debaten sobre si es propicio llamar fascismo a las políticas de Vox. La mayoría da vueltas sobre el tema y opta por neologismos: neofascismo, ultraderecha, extrema derecha… Nadie, absolutamente nadie, debate si es lícito llamar comunismo a las políticas de Podemos.

No hay neologismo para ello. Eso ni se debate. Primera victoria (inapelable) de la campaña de las madrileñas: en la dinámica Comunismo o Libertad vs Fascismo o Democracia, el único término prohibido, aquel cuestionable, era el de fascismo.

No hace falta que le explique yo a nadie que el programa de Podemos no es comunista en términos absolutos. Basta con mirar su derrota moral a manos del PSOE en el Gobierno Central, así como todo lo que ha hecho en el pasado allí donde ha gobernado, y que está mucho más cerca de la socialdemocracia que de los planes quinquenales. Sin embargo, parece que todo el mundo ha aceptado tácitamente, sin ambages ni neologismo, que se pueda llamar con naturalidad comunista a Pablo Iglesias, en el mismo país en el que un grupo de militares pide una “purga de rojos” que afectaría nada menos que a 26 millones de comunistas españoles.

Así que la derrota estaba escrita, en el mismo momento en el que el único término tabú en la campaña era el de fascismo. Bueno, no del todo. A Iglesias sí que lo han llamado fascista. Directamente. Sin rodeos.

Iglesias, no obstante, se la jugó. Se la jugó porque se sintió, no sin razón, como una víctima del fascismo: había sido señalado, perseguido, increpado, acusado, denunciado, insultado, vilipendiado… Tenía sus motivos, claro. Lo que pasa es que un motivo no es una estrategia. Y tener una estrategia tampoco es tener la razón.

El debate planteado, además, ha llegado demasiado tarde. Llega, de hecho, tres años tarde, cuando Vox y el trumpismo ya estaban en las instituciones; cuando ya no se podía llamar Dolores a la niña, porque ella prefería que la llamaran Lola. Llega tarde, porque Podemos se ha aprovechado durante años del miedo a Vox, pero, sobre todo, porque ya había una foto de Iglesias riéndose en el Congreso con Espinosa de los Monteros, porque ya había un vídeo de un joven Iglesias debatiendo alegremente con una joven Díaz Ayuso y porque ya hubo debates en los que todos los atriles estuvieron ocupados, incluido el de “los fascistas”.

Llega tarde porque en los tres años que han pasado desde que Vox entró en Andalucía, el término fascismo ha perdido todo su valor, hasta el punto de que cualquiera puede ser llamado fascista. Menos los fascistas, a quienes no se puede llamar fascistas.

Michela Murgia explica en en Instrucciones para convertirse en fascista que “es preciso minar todo principio de jerarquía entre las opiniones a fin de que no se pueda distinguir entre lo verdadero y lo falso”. Esa batalla lleva ganada en España desde hace demasiado tiempo como para que una campaña basada en un eslogan como “Fascismo o Democracia” tuviera la más mínima oportunidad.

Hace semanas, cuando vi hacia dónde iba el exvicepresidente, imploré que supiera bien lo que estaba haciendo, pues su derrota la íbamos a pagar todos los demás. Hoy ya no está. Perdió en las urnas y perdió la batalla semántica. Los demás hemos perdido también porque nadie sale indemne de una campaña como la que se ha vivido en España.

Ahora empieza su proceso de canonización. Llevará tiempo. Décadas. Pero acabará santificado por la izquierda y por la misma parte de la derecha que, a pesar de su odio instintivo hacia su figura, ha sido capaz de reconocer que Iglesias era el mejor preparado de los políticos españoles de su generación, el más audaz y, por tanto, el más peligroso. No tengo dudas de que ese proceso ocurrirá.

En Córdoba conocemos bien ese trayecto, pues será similar al que vivió Anguita. Al tiempo.

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Juan Velasco es periodista y promotor cultural. Desde hace un tiempo coordina el área de Cultura de Cordópolis. Antes de eso, ha sido durante una década colaborador de la Agencia EFE en Córdoba y en Guadalajara y también ha estampado su firma en prensa especializada como Enlace Funk o Vicious Magazine. Como disc jockey, bajo el alias Juani Cash, dirige desde 2015 la promotora Jukebox Jam! y ha sido dj residente y programador en Sonora Beach (Estepona) y Gran Baba (Cádiz). También ha impulsado en Córdoba el Festival de teatro InstanTeatro (2018) y ha trabajado en la programación y la producción del Festival RíoMundi en 2018 y 2019.

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