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Call me by your name

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Juan Velasco

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Mi alias es Juani Cash porque un día me emborraché, agarré una guitarra y canté Ring on fire. Un amigo de parranda me empezó a llamar Juanito Cash y, unos meses después, cuando comencé a pinchar, fue el nombre que se me ocurrió para subirme al escenario.

Me gustaría contar algo más glamuroso, pero esa es la historia de mi nombre.

Y evidentemente, los fans de Johnny Cash se sentirán decepcionados si vienen a verme pinchar. Porque jamás en mi vida he puesto un disco del hombre de negro, a pesar de que me apasione su música y su figura tanto como para escoger su repertorio estando borracho -que, recordemos, siempre cantan las verdades-.

Tampoco jamás un fan de Johnny Cash me ha dicho que soy un fake por llevar españolizado su nombre y no hacer honor a su legado. Y si lo hubiera hecho, le habría dicho que me importa un carajo su opinión de mierda. He pensado en cambiar mi alias cientos de veces, por cientos de motivos, y ninguna de ellas ha sido por faltar el respeto a los seguidores de Johnny Cash.

En los últimos días, la comunidad de la música electrónica, que anda bien jodida profesionalmente con el coronavirus, ha visto como dos artistas de renombre cambiaban su nombre de guerra después de que así se lo hubieran pedido miembros de la comunidad afroamericana.

Argüían los ofendidos que The Black Madonna debía eliminar la palabra Black de su nombre, pues es más blanca que la mesa de Tony Montana; y que el gran productor y selector británico -y caucásico- Dave Lee, más conocido como Joey Negro, debía plantearse si ya era hora de enterrar este alias, para no confundir a quien no tiene google sobre el color de su piel.

A estos dos grandes nombres se sumó a última hora el canadiense Project Pablo, que, adivinad, no se llama Pablo ni es latinoamericano. Y también ha cambiado de nombre, a petición, asegura, de algunas personas de latitudes más tropicales.

Y estos cambios han hecho correr ríos de bits durante unos días entre el resto de productores, aficionados e interesados en el asunto. Las opiniones son dispares, pero entre mis círculos digitales y cercanos he palpado un cierto estupor por el hecho de que estos artistas hayan accedido a cambiarse el nombre.

Hay dos maneras de ver esta cuestión. Las dos dibujan una nueva realidad. La primera es que la presión de lo políticamente correcto y lo que está de moda -blacklivesmatter- es tan fuerte que coarta la libertad de estos artistas y les obliga a cambiar su nombre, lo que son, lo que han sido durante años contra su voluntad.

La segunda, que es la que yo prefiero, es la de que estos artistas han decidido libremente cambiar sus nombres, lo que son, lo que han sido durante años, por respeto a un colectivo con el que, les guste o no, tienen una deuda enorme.

Se puede argumentar que ha habido presión. Pero, seamos serios: Dave Lee, The Blessed Madonna y Patrick Holland han hecho lo que han querido. Se han cambiado el nombre porque les ha dado la gana, no porque haya habido una verdadera campaña de desprestigio. Lo cierto es que, si no hubieran accedido a hacerlo, no habría ocurrido nada. Por tanto, la polémica, un tanto artificial, da para hablar -y escribir, aquí estoy yo- de menudeces. De estupideces, si me apuras.

Pero no de una presión real. No hablemos de falta de libertades. No victimicemos a personas que pueden elegir en un momento en el que miles no pueden hacerlo.

Yo pude elegir. Todavía puedo hacerlo. Aquel día en que canté Ring of fire, también pude haber cantado When the man comes around. Le viene mejor a este asunto: “Hay un hombre dando vueltas tomando nombres, y decidiendo a quién liberar y a quién culpar”.

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