Somos Universidad
Condeno el abuso inconsciente que hacemos de esas palabras con las que políticos y burócratas infestan el aire. Nos habituamos a llevarlas en la lengua como los zapatos en los pies, sin darnos cuenta del daño hasta que nos provocan rozaduras. Mercado laboral o disciplina de partido, por ejemplo. La primera nos degrada a simple mercancía humana. Y la segunda reconoce que los partidos políticos, los agentes sociales de la democracia por excelencia, no son democráticos. La lista de palabras y expresiones es interminable. Una pandemia. Y no podemos permitir que Universidad también resulte contaminada por esta plaga.
Me emociona su raíz etimológica. Proviene de dos monemas latinos: “uni” (uno) y “versitas” (convertido). Universidad, universal y universo, admiten que la diversidad es una. Que todos y todas, desde el respeto a nuestras diferencias, podemos compartir el mismo sueño, el mismo reto, la misma utopía. Las primeras Universidades latinas tomaron por nombre “Universitas Magistrorum et Scholarium”, es decir, la unidad de maestros y alumnos para el fin común de la docencia y el aprendizaje. Hoy no podemos concebir la comunidad educativa sin padres y madres, personal administrativo y de servicios, gestores o cargos públicos. Es la prueba definitiva de que la palabra significa lo que es. Por eso temo que los burócratas de la política la gasten con un significado distinto. Haciéndonos creer que se ha convertido en el privilegio de los pocos que pueden pagarla. Condenando a los jóvenes de familia humilde a la excelencia para seguir estudiando. Y a muchos docentes y no docentes, directamente al paro.
La crisis griega ya no es portada en los medios de comunicación. Ha dejado de estar de moda. Todo cansa. Y a fuerza de darla por supuesta, se convierte directamente en invisible. Por imperativo de la Troika, el Gobierno de Antonís Samaras acordó un eufemísitco “plan de movilidad” consistente en que 25.000 empleados públicos recibirán un 75% de su salario, con la amenaza de ser despedidos sin no encuentran un nuevo destino en los próximos ocho meses. La medida ha supuesto el recorte de casi la mitad de la plantilla del personal y el cierre de la universidad más antigua de Grecia. La Universidad Nacional y Capodistriana de Atenas, con 125.000 estudiantes y 2.000 profesores, también ha suspendido todas sus actividades, “incapaz de matricular nuevos estudiantes, celebrar exámenes, entregar diplomas y, en general, cualquier clase de actividad académica”. El virus se expande por toda Grecia. El Consejo de Rectores ha advertido de la falta de personal, de la imposibilidad de investigar, del desamparo de los alumnos, del colapso, de la quiebra, del desastre. En Grecia, la Universidad ha dejado de ser lo que es por culpa de la austeridad derivada de los rescates europeos. Y el virus corre por el Mediterráneo con viento de poniente.
España es hija de la misma crisis. Y la coartada de la austeridad para evitar el rescate, una simple patraña para encubrir el que se produjo a través de las entidades bancarias con nuestro dinero. Al igual que en Grecia, el Rector de la Universidad de Córdoba denunció la invisible “descapitalización humana” que está sufriendo la Universidad Pública. Ya no existen profesores asociados que trasmitan el saber práctico a los alumnos. Apenas existen ayudantes y becarios que quieran iniciar la carrera universitaria para no caer por el barranco. Las plazas de profesores y personal no docente se amortizan por falta de presupuesto. Los alumnos tienen que pagar tasas que multiplican por diez el precio de otras Universidades europeas. Y los que se gradúan, se ven forzados a sufragar másteres y postgrados si quieren competir en el “mercado laboral” para el que se formaron, o a exiliarse como camareros en el extranjero para poder pagarlos después. La Universidad pública que consiguió ser universal hace unos años, abriendo sus puertas a los que jamás tuvieron acceso, corre el riesgo de darnos el portazo a los de siempre, camuflando la decisión en una hipócrita ley de los mejores. Mentira. Si los peores tienen recursos, estudiarán. En eso no consiste la igualdad que proclama nuestra Constitución. Porque que quizá quienes legislan, no crean en ella.
Si queremos que la educación sea universal debemos empezar por creernos la palabra. Por implicarnos todos en su defensa. Y empezar a llamar a las cosas por su nombre. Profesores, alumnos, personal de administración y servicios, padres y madres... El problema de cualquiera de ellos es el problema de todos. En eso consiste el significado de la palabra Universidad. El que no vamos a consentir que gasten a fuerza de usarlo amputado.
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