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Nada es para siempre

Luis Medina

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Nada es para siempre.

Acostumbrados a poca inversión en deporte base, a esporádicos y épicos resultados en los deportes mayoritarios, a una encomiable competitividad en otros modestos, la generación de los juegos de Barcelona inauguró una época de oro cuyos mejores años aún humean en nuestro recuerdo. Han sido veinte años maravillosos de deporte patrio. Mundiales y europeos de fútbol, baloncesto, Fórmula 1 y motociclismo, siete champions para equipos españoles, los franceses aburridos de vernos ganar en París con una bicicleta o una raqueta, copas Davis al peso, dominio del cuadro ATP de tenis en los 50 primeros jugadores...

Los ciclos pasan. Los demás se estimulan para ganar. Los síntomas aparecen. No es algo inminente, pero los mitos comienzan a verse las patas de gallo en el espejo.

Mientras Pau Gasol mira con nostalgia sus anillos, intenta demostrar en Los Ángeles que su ciclo por la alta competición puede prolongarse algo aún. Fernando Alonso centra sus esperanzas en las nuevas ruedas Pirelli, desiguales, ese nuevo invento en las extrañas reglas de Ecclestone. En las ruedas, y en que Ferrari encuentre un compañero avanzado de clase de Adrian Newey. Rafa Nadal, por su parte, y tras meses sin competir, piensa y repiensa su retorno sabedor de que su tenis, el mejor de nuestra historia, requiere unas capacidades físicas que probablemente nunca volverá a tener. Hace días dejó de ser el número 3. El ciclismo goza de tal desprestigio que apenas cuenta como posible compensación futura. En fútbol, buena parte de nuestros mejores jugadores buscan y encuentran cada vez con más facilidad excusas para irse al extranjero, menos crisis, menos presión. Además, el dinero ya no está aquí. La selección aún está en lo alto, pero afrontaremos el gran reto de un Mundial en Brasil con Xavi, Puyol y Casillas claramente por encima de la treintena. San Iker tiene su primera lesión de cierto tiempo de recuperación. ¿Necesitan a los mayas para ver más signos?

Nada es para siempre. Tampoco lo será la crisis. Y, mientras, volvemos a nuestros modestos sueños caseros. Pasaremos el ciclo en condiciones que ya hubéramos querido hace décadas. Ayer mismo volvimos a ser campeones del mundo de balonmano. Es la segunda vez. Además, coincidiendo con la presencia de un equipo cordobés, el Ars de Palma del Río, en la División de Honor. Hace pocos días, Javier Fernández ha conseguido un campeonato de Europa realmente inédito para nosotros. En patinaje artístico. Inaudito. Y David Ferrer se mantiene entre los cinco primeros del mundo en tenis.

Durante este tiempo de borracheras de gloria, he escuchado (y me he escuchado) decir muchas veces que el único sueño deportivo que nos quedaba que vivir era volver a ver, ya con uso de razón (para otros de manera absoluta), al Córdoba en Primera División. Su Presidente lo volvió a asegurar en la puesta en escena de su nuevo director de comunicación. Aunque no dijo cómo, más allá de seguir vendiendo jugadores y hacer, como él dice, “gestión deportiva”. El equipo, enrachado, volvió a ganar, aunque es poco convincente cuando juega en superioridad. Es el único “debe” en el proceso de recuperación de la autoestima que el equipo anda construyendo. Ojalá esté en el destino completar nuestro particular ciclo, el de la guinda local, cumpliendo el objetivo. Quizá tras disfrutar una temporada en Primera pierda sentido seguir enganchado al deporte como lo he estado toda la vida. O quizá sea imposible. Porque, ya saben, nada es para siempre. Y tampoco lo será la crisis.

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