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Sergio Gracia Montes es graduado en Derecho por la Universidad de Córdoba. En 2018 impulsa desde Córdoba el Centro de Investigación de la Extrema Derecha (Cinved), con el que analiza y estudia los movimientos populistas y extremistas en España y a nivel internacional. Gracia cuenta con amplia formación en materia religiosa, política y de derechos humanos, e interviene en medios nacionales (Cuatro, La Sexta, Huffington Post, El Independiente, El Confidencial o El Temps) como experto en fanatismos y movimientos de ultraderecha.

De la derechización social a la ola reaccionaria

Lona pagada por Desokupa.

Sergio Gracia

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Que Europa estaba cogiendo tintes conservadores en las dos últimas décadas era más que evidente, pero que Europa estuviera cogiendo tintes extremistas lo era menos, pese a que la semilla del odio ya había sido plantada mediante el nacimiento de decenas de partidos políticos y grupos sociales ultraderechistas.

Hemos pasado en 20 años de proponer sanciones y posibles ilegalizaciones a la extrema derecha, a pactar con ellos y blanquearlos. Hemos pasado en 20 años de crear leyes para reconocer derechos a las personas y luchar contra el odio extremista, a legitimar y permitir a los radicales que se salieran fuera de la Ley cuantas veces quisieran, y actuaran en algunos casos, como elementos paramilitares del Estado que aplican su propia ley.

Para entender lo que sucede actualmente debemos retrotraernos varias décadas. Normalmente, los experimentos y las modas no suelen terminar bien, y la moda de la tolerancia con radicales, extremistas, fanáticos y en algunos casos terroristas, a los que se les aplica la ley de forma laxa y casi paternal, tampoco.

Ejemplo de lo anterior aconteció en 1969 en un Instituto de Palo Alto, California, donde un profesor llevó a cabo un experimento conocido como La Ola donde buscó comprobar con sus alumnos si era posible recrear lo vivido en Alemania bajo el régimen nazi. Lo que está sucediendo hoy en nuestra sociedad es el paradigma de aquel experimento. 

Aunque el punto de inflexión social en Europa estuvo en la llegada de Jörg Haider en Austria en 1999, pese a los impedimentos y amenazas que recibió, el camino ya estaba marcado nuevamente.

Son varias las causas que nos han llevado a este punto. Por un lado, el coqueteo de los partidos conservadores, en principio moderados, que por tal de conservar el sillón, pactan con los enemigos de Europa, con los que quieren el cierre de fronteras y crear muros a la inmigración económica pero que no dudan en vender cada piedra de su país a fondos buitre, con los amigos de Rusia que reciben las prebendas de Putin, con los negacionistas, con los que están en contra del cambio climático o con quienes niegan la violencia machista.

Por otro lado, la crisis financiera cimentada sobre la economía especulativa, la culpabilización de todos los males de la sociedad hacia los grupos minoritarios, donde es llevado a cabo un ataque exacerbado contra inmigrantes, homosexuales, afrodescendientes o musulmanes con continuas referencias a la teoría del reemplazo, y donde la identidad es utilizada como arma arrojadiza, lanzando contra el que no es igual a las turbas de acólitos. 

Hoy Europa es invadida por una ola reaccionaria que crece al calor de partidos extremistas y supremacistas. 

Día tras día vemos agresiones machistas, racistas, xenófobas y/u homófobas, quema de coranes, asesinatos o abusos de personas racializadas a las que se les aplica la ley de forma arbitraria. 

Pero no queda aquí la cosa en esa ola reaccionaria, ya que esta también se lleva a cabo a través de la creación de leyes represivas o la eliminación de leyes que reconocen derechos, a través de propaganda electoral como las aparecidas en Madrid o Barcelona bajo una “supuesta libertad de expresión”, a través del discurso de odio expresado en las redes sociales, el continuo rechazo a la diversidad o mediante la creación de lonas donde son tirados a la basura, de forma literal, todas aquellas personas que no entran en los cánones físicos exigibles por parte de partidos supremacistas o que vuelven a difundir teorías conspirativas y fake news; todo ello sin más argumentos que la fácil verborrea y el odio más visceral a quienes defienden la plena libertad de todos los individuos tal como han hecho en los últimos tiempos Alvise Pérez y su “experimento social”, Vox, o hace dos días, Desokupa.

La última moda en la hoja de ruta de la extrema derecha es extrapolar a cada país el problema que se está viviendo actualmente en Francia tras el asesinato del menor Nahel, a través del discurso del miedo, la invasión y la retórica antiinmigración, y no duden de que lo explotarán al máximo. Tampoco duden de que ningún político de extrema derecha hablará de las políticas de expolio y abuso que los países europeos han tenido con sus colonias principalmente en África.

Apuntar sólo a la derecha del nacimiento y crecimiento de esta ola es erróneo, ya que gran parte de culpa también está en la izquierda, que, para cortar la fuga de votos que tenía, ha intentado copiar políticas y discursos radicales. Una izquierda que no ha sabido o no ha querido escuchar a la sociedad y sus gritos de auxilio, ni a quienes internamente alertaban de los peligros que venían con datos, análisis y argumentos.

Esta nueva ola ha sido impulsada por una previa derechización social que se ha cimentado sobre 1) la capitalización del descontento social que se arrastra desde la pandemia y que el bloque progresista ha sido incapaz de crear una contranarrativa eficaz, 2) la difusión masiva de fake news a través de redes sociales, 3) la utilización y el mercadeo de los símbolos nacionales, donde sólo algunos son los verdaderos patriotas; 4) la incapacidad del bloque progresista de posicionarse de forma eficiente en redes sociales y 5) una rotura generacional total entre los actores políticos y la juventud, donde algunos llevan chupando de la teta la vaca desde el mismo año que quien suscribe estas palabras veía la luz. Es decir, 41 años de nada teniendo como profesión “Político”. Y claro, luego estas personas van a darles lecciones de vida y esfuerzo a los jóvenes con discursos más viejos que un olivo, y lo que menos puede pensar uno es que se están riendo en tu cara, por no decir que viven en un mundo paralelo muy alejado de la realidad, de la calle y de las redes sociales, que son donde realmente hoy se cuecen y debaten los problemas de las nuevas generaciones. ¿Se imaginan ustedes debatiendo en redes sociales a una persona de 71 años con jóvenes de 20-30 años a las 12 de la noche?

El discurso no llega a la sociedad, a la que es el futuro pero que también es el presente.

La ultraderecha articula su discurso a través del lenguaje emocional que lleva impregnado las características de una autocracia. Nacionalismo extremo, ideología, un líder mesiánico que habla de un pasado glorioso a través de un revisionismo histórico manipulado,y la aplicación del poder mediante la disciplina. Sólo tenemos que leer al líder de Desokupa hace dos días para saber cómo “limpiará España”. 

Para que esto tenga acogida deben darse otros factores tales como alto nivel de desempleo juvenil, aspiraciones sociales no cumplidas, alta inflación, insatisfacción social o promesas incumplidas, así como querer pertenecer a un grupo social X al que adaptas tu vestimenta y/o complementos o la protección que te proporciona dicho grupo.

Todo esto se ha convertido en un efecto bola de nieve que ha sido incapaz de ser revertido con una contranarrativa creíble a través de los canales oportunos.

Hoy, la batalla cultural está en las redes y es tan central como el conflicto político. El problema no es que se esté perdiendo dicha batalla, sino que no se está luchando, porque muchas y muchos lanzan un discurso con olor a naftalina que tira para atrás y la supuesta regeneración política no se atreve a llevar a cabo políticas transgresoras por miedo.

Si la extrema derecha quiere ley, aplíquese la ley, pero a ellos, los primeros, sin miedo, sin tapujos, porque aún estamos esperando que le apliquen la ley a los que firmaron una declaración en favor de Franco, a los que pidieron un levantamiento militar, a los que lanzaban proclamas antisemitas e islamófobas en plaza pública o frente a la Embajada de Marruecos, a los que hacen desfiles anualmente ensalzando a dictadores y golpistas, o a quienes se reunían con grupos extremistas que hoy ya fueron ilegalizados en sus países por poner algunos ejemplos. 

Sobre este blog

Sergio Gracia Montes es graduado en Derecho por la Universidad de Córdoba. En 2018 impulsa desde Córdoba el Centro de Investigación de la Extrema Derecha (Cinved), con el que analiza y estudia los movimientos populistas y extremistas en España y a nivel internacional. Gracia cuenta con amplia formación en materia religiosa, política y de derechos humanos, e interviene en medios nacionales (Cuatro, La Sexta, Huffington Post, El Independiente, El Confidencial o El Temps) como experto en fanatismos y movimientos de ultraderecha.

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