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Djukic, quédate

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Paco Merino

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Nunca perdió el Córdoba tantas veces seguidas. Nunca un entrenador resistió en el cargo tanto tiempo en circunstancias similares. Un récord tristón para Djukic, que confesó estar “entero” mientras su desvencijado equipo se hunde sin remisión. El serbio tiene contrato hasta final de temporada y su destitución no es un asunto que el club haya tenido en cuenta, al menos en la esfera pública. El presidente, Carlos González, bajó al vestuario el otro día tras el horrible desenlace del partido clave ante el Getafe. Se encontró una convención de deprimidos. Normal. A estas alturas y a la vista de la situación, no queda más remedio que recurrir a revulsivos anímicos. El fútbol ya vendrá, si viene. La mejor táctica en la pizarra no sirve de nada si se atiende con la ilusión machacada y la autoestima en el subsuelo. Al Córdoba ya le señalan como seguro integrante del pelotón de los torpes. El primero que se atrevió, con la inconsciencia del primerizo y henchido por una victoria inesperada -e inmerecida-, fue Pablo Franco, el entrenador del Getafe. Uno menos en la pelea, dicen casi todos. ¿Seguro?

“Si me voy a Segunda, me voy con guerreros”, soltó Djukic en la sala de prensa del Camp Nou el día en que se acuñó ese lema de “cuchillo en boca” que hoy ya ha quedado sepultado por otras consignas motivantes, carne de redes y tertulias peñísticas. El técnico serbio lo ha intentado de todos los modos posibles. Ha empleado ya a 32 jugadores distintos, ha cambiado de sistema, ha buscado el modo de blindar la defensa cambiando de portero o inventándose a Fede Vico como lateral izquierdo, ha explotado el caudal de ambición joven de Florin y ha buscado el modo de domar la necesidad de destacar de hombres como Ghilas, Cartabia o Bebé, cedidos que se juegan su porvenir en estos meses en Córdoba, una plaza desconocida en el fútbol de primera línea.

¿Cambiar de entrenador ahora? La opción no es descartable, principalmente porque hay códigos en este deporte que son sagrados: a un entrenador lo echan los resultados. No tendría mucho que explicar González si determina que hay que cortar por lo sano. Pero, ¿para qué? La grada no ha arremetido contra Djukic. El lunes pasado recibieron recados en forma de cánticos hirientes el dueño del club, González, y los jugadores, tildados de mercenarios y acusados de no “sentir los colores”. Como si eso fuera posible. La mayoría no se entera de nada y dentro de unos meses estarán lejos de El Arcángel. Es el reverso tenebroso de las cesiones. Djukic conoce mejor que nadie el material con el que cuenta para construir un milagro. Tendrá que  mantener encendida la llama de la rebeldía en un Córdoba que morirá el día en que se resigne a su suerte. A él y a sus hombres les toca ahora, cuando el mundo se les ha venido encima, demostrar que no son lo que parecen.

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