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Marea blanca

Víctor Molino

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Los médicos han dejado de ser médicos. Por desgracia para ellos. No se trata de un fenómeno exclusivo de nuestro tiempo. Es algo que comenzó a fraguarse con el nacimiento de la sanidad pública y que parece terminar de cumplirse en época presente.

Durante los últimos meses, hemos visto por primera vez en muchos años manifestaciones de médicos reivindicando a voz en grito unos derechos laborales ganados a codo. Porque a los médicos nadie les ha regalado nada, aunque parece que eso se olvida en tiempos de crisis.

Es cierto que existen algunas profesiones cuya formación exige el mismo o incluso mayor número de horas de trabajo intelectual que la carrera de Medicina, pero pocas se equiparan en la importancia e influencia que ésta ejerce en lo que se denomina la sociedad del bienestar. La sanidad lo sustenta todo.

No existe persona alguna que estando insana pueda ejercer como tal las funciones físicas o intelectuales que requiere su acción humana. O lo que es lo mismo, un individuo enfermo es un individuo menos libre. Ende se concluye que recortar la sanidad es directamente proporcional al recorte de la libertad.

El caso más notorio de protesta reciente lo han protagonizado los denominados residentes. La mayoría son médicos, pero merece la pena apuntar que no sólo se trata de Médicos Internos Residentes (MIR), sino de todo un colectivo que en enero de 2012 se dató en un total de 29.682 personas en España.

Cabe reseñar, entre ellos, la presencia de otros profesionales cualificados que están realizando el programa de residencia para obtener una especialidad estrechamente vinculados al ámbito sanitario. Se trata de psicólogos, farmacéuticos, químicos, biólogos y radiofísicos, más conocidos como MIR, PIR, FIR, QIR, BIR y RDIR.

Los primeros (MIR) cobran 810 euros de salario base. Sumando guardias, el facultativo puede sumar hasta los 1.400 euros mensuales. Algo que, con los recortes efectuados por la Administración, decrece hasta las 1.250 euros.

Los médicos son los únicos  funcionarios a los que tras superar una prueba por oposición consistente en un examen para el que se han formado durante al menos seis años, no tiene asegurada plaza.

Atendiendo al número de puestos vacantes global en España, únicamente un 23 por ciento de todos ellos obtendrá una plaza pública al término de su proceso formativo. El resto, casi por lógica, tendrá que emigrar o que vincularse por fuerza al ámbito privado.

Resulta curioso, cuanto menos, repasar el bagaje académico de un MIR. En su biografía cualquiera de ellos se ha visto obligado a superar una elevada nota de corte para acceder a la Universidad;  haber cursado una licenciatura que exige más del doble de la media de créditos que cualquier otra carrera; o haber superado una prueba de oposición al alcance de muy pocos por la extensión de contenidos, entre otros menesteres.

Con todo y con eso, se evidencia que, a diferencia de otras profesiones, a estos individuos se les ha exigido el máximo rendimiento académico e intelectual para ahora ofrecer el mínimo emolumento. Curioso.

Al fenómeno de la protesta de residentes lo han calificado como la Marea blanca. Hay quienes se sorprenden por ver a los médicos en la calle. Hay quienes todavía les miran con cierta envidia, incluso.

Resulta evidente que los médicos ya no son médicos. El trato que se les dispensa social y administrativamente no es equiparable a su formación. Menuda injusticia. Acabará pasando factura. Las mareas van y vienen, no mueren. Los humanos, sí. ¿Quedará alguien para sanar?

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