Recuerdos, para qué os quiero.
Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevillay un huerto claro donde madura el limonero,mi juventud, veinte años en tierra de Castilla,mi historia, algunos casos que recordar no quiero.
Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla
y un huerto claro donde madura el limonero,
mi juventud, veinte años en tierra de Castilla,
mi historia, algunos casos que recordar no quiero.
Antonio Machado
Hace unos años acompañé a mi pareja a unas jornadas de convivencia organizadas por la Asociación de Jóvenes Empresarios (AJE) de Córdoba en Zuheros, un pueblo precioso de la Sierra de la Subbética. Como parte de las actividades organizadas iba a tener lugar al final de la tarde una sesión de “coaching” enfocada al desarrollo y superación personal y organizada por una de las empresas socias de AJE.
Llegué a la sala en la última parte de la sesión, medio dormida aún porque me había desmarcado del grupo tras la comida para dormir una siesta de casi 3 horas. En gran parte achaco a aquel estado de somnolencia en el que me hallaba lo que me ocurrió en los siguientes 30-40 minutos.
El hombre que dirigía la sesión me dio la bienvenida y me invitó a sentarme. Luego reanudó la sesión. Apagó las luces y puso en marcha un radiocassette. Todo el mundo estaba en silencio. El ambiente era sereno. Entonces nos invitó a cerrar los ojos, a escuchar la música que sonaba y su voz, sólo la música y su voz, a adentrarnos en la melodía y en sus palabras sin expectativas ni pretensiones. Seguí sus indicaciones con curiosidad, imaginando todo tipo de detalles en el camino, hasta llegar a la entrada de un hotel, un hotel que me recordaba uno en el que nos habíamos alojado una vez en Oporto. Así que una vez allí, por qué no, entré, observé al recepcionista, el teléfono con cable por el que hablaba, entretenida también con el trasiego de gente en el hall de entrada hasta el momento en que aquella voz me hizo notar los dos ascensores al fondo.
Me dirigí a uno de ellos siguiendo de nuevo sus indicaciones y pulsé el botón, las puertas se cerraron y el ascensor comenzó a descender, a descender, a descender… Al abrirse las puertas salí del ascensor y continué caminando hasta una sala de cine con una pantalla blanca enorme en la que comenzaba a proyectarse una película: la película de mi vida… Sentada frente al celuloide, viendo pasar las imágenes de mi vida, pedí que detuvieran la proyección en un momento significativo concreto, me levanté y me acerqué a la pantalla, adentrándome en la escena hasta convertirme en actriz de la misma. Recuerdo que mi cuerpo sudaba y mis labios tiritaban, sin frío.
Para alguien como yo, muy acostumbrada a funcionar en el plano intelectual y escéptica casi por principio, el carácter inesperado de aquel episodio de hipnosis también debió de ayudar a que el mismo pudiera tener lugar. Fue una experiencia interesantísima que tuvo un efecto transformador para mí en un aspecto muy condicionante de mi vida. Más tarde leí que la técnica del ascensor es una de las más comúnmente usadas en los procesos de hipnosis. Y en cualquier caso, lo interesante es que se trata de una técnica empleada en psicología para ayudar al paciente a acceder al núcleo de su memoria y poder reconstruir, reformular, reescribir sus recuerdos de experiencias pasadas. ¿Reconstruir un recuerdo? Pero ¿los recuerdos no son estáticos?, ¿no son los recuerdos sucesos definidos que se almacenan para siempre en alguna parte de nuestro cerebro? Bueno, en absoluto, pero antes de profundizar en estas preguntas me interesa reflexionar brevemente acerca de la naturaleza física de la memoria.
En un fabuloso artículo divulgativo en Mente y Cerebro titulado La materia de los recuerdos, Ángel Barco, Investigador Científico del Instituto de Neurociencias de Alicante, da una definición preciosa de la memoria como “la capacidad del sistema nervioso de retener información acerca de las experiencias pasadas de manera que puedan resultar condicionadas las conductas futuras por su evocación”.
La identificación de la naturaleza física de los recuerdos, la sustancia de la que están hechos, ha constituido un tema recurrente de debate para pensadores y filósofos durante siglos, sin embargo, la primera explicación con base científica no llegó hasta finales del siglo XIX gracias, nos recuerda el Dr. Barco, a nuestro científico más ilustre, Santiago Ramón y Cajal, padre indiscutible de la neurociencia moderna y premio Nobel en Medicina y Fisiología en 1906.
La hipótesis cajaliana planteaba que existe una plasticidad en las conexiones entre las células nerviosas (las sinapsis). Ramón y Cajal enunció su hipótesis por primera vez durante una conferencia en la Royal Society en 1894: “el ejercicio mental facilita un mayor desarrollo de las estructuras nerviosas (…). Así, las conexiones preexistentes entre grupos de células podrían ser reforzadas por la multiplicación de terminales nerviosas...”.
Actualmente, sabemos que en el cerebro adulto de los mamíferos el aprendizaje y la memoria parecen estar asociados más que a una “multiplicación” de las conexiones nerviosas, a una modificación de las conexiones ya existentes. Es decir se trata de un cambio funcional más que estructural. Y lo más interesante de todo, volviendo a las preguntas de más arriba, los recuerdos no se almacenan en nuestro cerebro de forma indeleble sino que cada vez que evocamos un recuerdo, nuestro cerebro ha de reconstruir el circuito neuronal (el patrón de conexiones entre neuronas) que lo conforma.
En ese sentido, el escritor y periodista Jonah Lehrer, explicaba en la revista Wired Magazine, en Febrero del año pasado que “la memoria no sería como una película, una emulsión permanente e inalterable de productos químicos en el celuloide, sino más bien como una obra de teatro, sutilmente diferente cada vez que se representa. Así, en nuestro cerebro, una red de células o neuronas está en constante re-consolidación, en constante proceso de re-escritura, de re-construcción”.
Dos aspectos derivados de este proceso dinámico de reconsolidación de los recuerdos resultan llamativos y fascinantes y con esto os dejo hoy. Por un lado, mediante este mecanismo de actualización de la memoria nos aseguramos de que la información que ocupa un espacio valioso dentro de nuestra cabeza es todavía útil. Por otro, gracias a la plasticidad de las conexiones entre neuronas (plasticidad sináptica), cada vez que nuestro cerebro forma un recuerdo o evoca uno existente, hay cabida para que los estímulos externos o nuestras experiencias previas puedan modular la fuerza de las conexiones y con ello nuestros recuerdos. “Esto”, propone Lehrer, “quizá convierta a nuestros recuerdos en menos precisos, pero es probable que también los haga más relevantes para el futuro”.
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