Gibraltar, colonia histórica andaluza
Lo malo que a uno parece que le pasa, le sienta siempre como la mayor ofensa. Si lo mira con el fondo del vidrio, se enrosca, si se bebiera la botella, comprendería la madre. El tratado de Utrecht y la instalación de una (nueva) colonia en la costa andaluza desde entonces, nos parecen hoy, españoles de estos últimos tiempos, una afrenta. Sin embargo, no es más que la continuación de una larga y gloriosa historia meridional, donde mediaban intereses más que banderas, que son mucho más recientes que todo ello.
Gibraltar, por más que Picardo&Co se afanen y medio “chapurreen” en otro idioma, no ha dejado nunca de ser una colonia histórica más en la costa andaluza. El Union Jack trasviste, pero no hace milagros. Con la nueva situación tras el Brexit, los historiadores entre otros sabemos ya, que a Gibraltar le quedan tres medios y unos boquerones en vinagre para salir del ensueño. Un día tenía que llegar el fin de tal ensoñación “británica” de Gibraltar. Y ese fin, lo va a poner, una vez más, la implacable historia de los emplazamientos coloniales de la costa andaluza.
Toda la costa granadina, malacitana y gaditana, con su correspondiente consecuente al otro lado del Estrecho, vieron un día, allá por el s. VIII-VII a. C el florecimiento de una nutrida serie de colonias extranjeras que “ocuparon” un territorio “nacional” que no era el suyo: era la costa de Tarteso. También Gibraltar, identificada a veces con la Abila fenicia citada en las fuentes. En el mismo Gibraltar, en el peñón, está el santuario de Gorham, buena prueba de su pertenencia a esta tupida red de colonias foráneas en Tarteso.
Estos colonizadores situaron sus emporios en las islas o promontorios más cercanos a la costa, para no chocar, de primeras, con los nacionales. Venían de Tiro, de Sidón, del extremo oriente. Comerciaban como nadie, navegaban como nadie y trapicheaban como nadie. “Británicos” en norma, pero en aquel tiempo.
Con su mejor tecnología, capacidad naval y militar, acceso a rutas comerciales, libertad y libertinaje comercial y contactos con sus metrópolis de origen consiguieron que, estos centros de la costa de Tarteso, florecieran rápido, mucho más rápido que los territorios del entorno, más enraizados en lo local y sin esa conexión logística por entonces. La Linea de la Concepoción en otro tiempo. Al principio, claro que hubo choque, en algunos casos, pero duro poco. Tan poco, que el mítico rey de Tarteso, Argantonio, invitó a los ciudadanos de Focea, unos griegos del mismo potencial, a fundar colonias en la costa andaluza en los momentos en que los persas asolaban la costa oriental. Los focenses, fundadores de Marsella, Ampurias y Rosas, junto a los fenicios, hubieran hecho aún más potencia internacional a ese Tarteso que tiene el glorioso honor de figurar como “estado” en las fuentes griegas de S. VI a.C. junto con los iberos, los tirrenos y las tierras del mar adriático. Para Herodoto, Tarteso es una cosa, Iberia otra distinta. No hace falta ver el telediario.
En esas colonias se hablaba cananeo, se hablaba griego, se hablaba tartesio y se hablaba malagueño; se hablaba lo que hubiera que hablar. Lo importante era comerciar. Les dejo una estupenda conferencia de la Profa. M. Eugenia Aubet, que bien sabe de esto, aquí. Ese comercio hizo que, en un segundo lo momento, las ricas tierras de la vega de Antequera y Sierra de Málaga, por ejemplo, accedieran a un mercado internacional potentísimo gracias a los fenicios del Cerro del Villar, yacimiento especialísimo situado cerca de los Chiringuitos de Los Álamos en Torremolinos, justo bajo los aviones del aeropuerto. Allí se descubrieron unos ponderales, un sistema de pesos cananeo, que nos da buena prueba de cómo y en qué valores se comerciaba. Los fenicios, como los ingleses, tenían su sistema: y al principio, timaban a los autóctonos o les compraban metales y grano a precio de balde. Ellos ponían las reglas del juego. Luego la cosa cambió.
Gracias a estas colonias, sin embargo, se incrementó la producción metalífera de la sierra de Huelva, creció el comercio del valle del Guadalquivir, llegó el alfabeto, la gallina, etc etc.
Al principio tenían sus barrios, hablaban otra cosa y se enterraban en lugares reservados y en modo distinto. Tras el primer momento de impacto, sin embargo, a las dos generaciones como máximo, esta gente ya no era casi distinguible ni en su habla ni en sus enterramientos ni en sus costumbres. Se habían mezclado porque no había verja que lo hubiera impedido. Tarteso los había absorbido. No hizo falta más bandera que la fuerza del tiempo y la tierra.
Dejemos seguir a Tarteso su curso natural y, en veinte años, veremos si en el Peñón se habla inglés o se habla, de nuevo, tartesio. 300.000 contra 30.000, con Tarteso detrás, es demasiado ejército. La de la Historia, es “nuestra” victoria.
Si hay colonias de la que preocuparse en España, esas son las de Morón y Rota. Aunque, con el tío Sam y su improductivo sometimiento interno hemos topado.
@AntMonterrosoCh
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