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Sobre este blog

Vivo Córdoba actualmente como Prof. del Área de Arqueología de la UCO. He soñado Córdoba como: Investigador ?Ramón y Cajal? del Ministerio de Ciencia e Innovación (2013-2019). Investigador posdoctoral del Centro de Ciencias Humanas y Sociales del CSIC en Madrid (2010-2013). investigador posdoctoral del Institut de Recherches sur l´Architecture Antique del CNRS-Universitè de Provence en Aix-en-Provence (2007-2010), investigador predoctoral y posdoctoral de la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla (2005-2006), investigador predoctoral de la Escuela Española de Historia y Arqueología de Roma del CSIC (2003-2004) y miembro de la Real Academia de España en Roma (2002-2003) Licenciado de la 1ª Promoción de Hª del Arte de la UCO (1999). De aquello lejano y de lo diario cercano les dejaré aquí mis aprendizajes, ensayísticos, científicos, críticos y siempre personales, que espero remuevan la viveza de aquel plátano vigoroso que Julio César plantara, símbolo de vida y fertilidad, en esa Córdoba histórica que nos alumbra siempre los buenos días.

Los Reyes Magos de Occidente: el mito andaluz del Papa Ratzinger.

Córdoba Arqueología Nuestra

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El evangelio de San Mateo nos dijo siempre que: “Nacido Jesús en Belén de Judea, en tiempos del rey Herodes, unos magos procedentes del Oriente llegaron a Jerusalén, diciendo: «¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto su estrella en el Oriente y venimos a adorarle”.  Y así, los niños vivimos siempre el día más ferviente del año creyendo que, desde Oriente, vendrían unos Reyes Magos en primoroso atuendo a dejarnos regalos en virtud de nuestra probada bondad anual. Sólo faltaba acostarse pronto para nunca dormir. Mi niño ya duerme, bendito.

El evangelio de San Mateo, sin embargo, no es coetáneo a los hechos: se compuso, al menos, 60-80 años después, en el último tercio de s. I. d. C. También, Jesucristo, debió nacer cuatro o seis años “después de Cristo”; es decir, en torno al 4-6 d. C, año final de Herodes, tiempos en los que Judea pasaba a ser provincia romana: entonces tienen sentido los hechos históricos sobre su vida que se relatan en los evangelios.

Ese año no fue el “0”, claro. Ese año fue el 757 A.U.C o el 761, ab Urbe Condita, es decir, desde la fundación de Roma. Para los romanos, fue el año del consulado de Catón y Saturnino o de Lépido y Arruncio, que es como se contaba en esos tiempos de la Natividad. Lo del año 0, como tantas cosas, es un arreglo de cinco siglos después, al igual que lo de la Navidad en 25 de diciembre. Para los árabes, nuestro hoy 2023 es, en realidad su 1442 año de la Hégira.

Nacido y conocido el esperado rey de los Judíos, los Salmos (72:9-11) dicen, más o menos “Los que habitan en el desierto se postrarán ante él; y sus enemigos lamerán el polvo. Los reyes de Tarsis y de las islas traerán presentes...”. Isaías, 60: añade que “Ciertamente las costas me esperarán, y las naves de Tarsis vendrán primero, para traer a tus hijos de lejos, y su plata y su oro con ellos”.

Una cosa es la fe, otra la teología y otra la historia. El rey judío, las citas a los reyes magos, el profeta y el evangelista son hechos y, como tales, tiene su semiótica, su interpretación y su contenido, histórico claro. Nosotros, aquí en el Ocaso, hemos vivido, vivimos, de hecho, absolutamente ajenos a eso en nuestras cabalgatas. ¡¡¡Y que así sigamos!!!

Joseph Ratzinger, Benedicto XVI, publicó el 2012 “L´infanzia di Gesú”, en colaboración entre la editorial Rizzoli y la Libreria Editrice Vaticana. Ratzinger era culto y, como tal, necesariamente algo laico en su papel de historiador. Sólo en esta vertiente se pudo preguntar sobre quiénes eran en verdad esos “Reyes Magos” para derivar después la interpretación hacia el camino de la teología.

En torno al 4-6 d. C, años de la Epifanía, según Benedicto XVI, aún quedaba en Babilonia el mejor grupo de Astrólogos capaces de fijar una profecía en el tiempo, máxime si era una estrella la que la había guiado. Decía Ratzinger que “Tal vez fueran astrónomos, pero no a todos los que eran capaces de calcular la conjunción de los planetas, y la veían, les vino la idea de un rey en Judá”. Ni, por ello, claro, tenían necesidad alguna de ir a adorarlo, y menos siendo “paganos”.

Más que astrólogos, para Ratzinger, debían ser sabios, filósofos, seres sentidos en la rotundidad del mensaje ecuménico que significaba el nacimiento, por fin, del vaticinado rey: “Los hombres de los que habla Mateo no eran únicamente astrónomos. Eran «sabios»; representaban el dinamismo inherente a las religiones de ir más allá de sí mismas; un dinamismo que es búsqueda de la verdad, la búsqueda del verdadero Dios, y por tanto filosofía en el sentido originario de la palabra”. Aquí el salto del hecho al dogma.

En el dogma, esa búsqueda ensancha lógicamente la posibilidad de los orígenes. La historia de los Magos, para la iglesia canónica, se ha tejido a la luz del Salmo 72,10 y de Isaías 60. Y, de esta manera, por un lado, los hombres sabios se han convertido en reyes de Oriente, camellos incluidos, como merced a Isaías 1.3 entraron el buey y la mula en el pesebre de la Natividad, nos decía Ratzinger.

El Papa citaba también como orígenes los tres continentes de entonces, Asia, África y Europa, así como la alusión a las tres edades del Hombre, nacimiento, desarrollo y senectud como posible sentido. Obviamente él se quedaba con el fundamento y su lejanía: esos sabios representan el camino a Cristo, la procesión de los que emprenden los caminos de la fe y, mientras más de lejos, más poderosa.

Quizás por ello, sin perder el fundamento histórico, Ratzinger tuvo el “detallazo” de escribir: “La promesa contenida en estos textos extiende la proveniencia de estos hombres hasta el extremo Occidente (Tarsis-Tartesos en España)”, es decir, en Andalucía, Extremadura y Sur de Portugal.

Los Salmos e Isaías, contemporáneos en teoría al florecimiento de Tarteso entre XI-VIII a. C, plasmaban que las riquezas, el Oro y la plata venían de lejos, de Tarsis. Esta Tarsis mítica citada en la Biblia era bien conocida en Oriente por las riquezas de sus Reyes, entre los cuales Argantonio: el rey que con sus recursos ayudó a restaurar las murallas de Focea. El mito del oro lejano estaba aquí, no allí.

Lo mítico, por tanto, reside primordialmente en que los Reyes vinieran de lejos guiados por una estrella, de Occidente: eso da más valor al sentido con el que Ratzinger entiende el mito. Para nosotros lo extraordinario, aquí en el otro extremo, es que vengan desde Oriente. Eso hace más mágica la noche, llena las televisiones ¡y no lo vamos a cambiar!  

Por cierto, Mateo no cita ni número ni hábitos: es en esos otros Evangelios, los Apócrifos, donde se nutrió el primer cristianismo para dar imagen al mito. En ellos está la primacía del tipo oriental que se ve en las primeras representaciones, donde hay dos, tres o cuatro reyes, todos iguales y ninguno de negro.

Qué hubiera pasado, o qué pasaría, si algún texto hubiera aparecido en Tarteso. 

Feliz día de Reyes, crean siempre en ellos: es el mito más especial. Voy con mi niño.

(Lo del carbón de azúcar no he sido capaz de rastrearlo. Digo yo que muy granuja no habré sido, veremos mañana).

@AntMonterrosoCh

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Vivo Córdoba actualmente como Prof. del Área de Arqueología de la UCO. He soñado Córdoba como: Investigador ?Ramón y Cajal? del Ministerio de Ciencia e Innovación (2013-2019). Investigador posdoctoral del Centro de Ciencias Humanas y Sociales del CSIC en Madrid (2010-2013). investigador posdoctoral del Institut de Recherches sur l´Architecture Antique del CNRS-Universitè de Provence en Aix-en-Provence (2007-2010), investigador predoctoral y posdoctoral de la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla (2005-2006), investigador predoctoral de la Escuela Española de Historia y Arqueología de Roma del CSIC (2003-2004) y miembro de la Real Academia de España en Roma (2002-2003) Licenciado de la 1ª Promoción de Hª del Arte de la UCO (1999). De aquello lejano y de lo diario cercano les dejaré aquí mis aprendizajes, ensayísticos, científicos, críticos y siempre personales, que espero remuevan la viveza de aquel plátano vigoroso que Julio César plantara, símbolo de vida y fertilidad, en esa Córdoba histórica que nos alumbra siempre los buenos días.

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