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Revisitando Forrest, Forrest Gump

Juan José Fernández Palomo

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Anselmo está sentado en la parada del autobús. Espera el cinco, quiere ir al centro o, al menos, cerca del centro. Quiere tomarse una caña y unos berberechos en aquel bar eterno al que iba de joven. Ver si sigue donde estaba, si sigue igual.

Anselmo, que es viudo, acaba de cumplir 68 años. El año que viene hará un chiste picante sobre su edad. Piensa en ello y sonríe.

Entre sus piernas, sentado sobre sus cuartos traseros, está Nerón, un pequinés sin pedigrí de nueve años, orejas gachas y rostro taciturno. Fiel, un buen amigo unido a la muñeca de Anselmo por una correa no extensible. Hacen buena pareja.

Dicen que una leyenda china dice que el primer pequinés nació del amor entre una mona y un león, por eso tienen rostro de simio y la nobleza y la valentía del felino. Sí, lo sé: la tontería es grande, pero yo lo he leído.

Se acerca el cinco. No lleva la pegatina. Se detiene, bajan dos señoras, se sube un chaval. Se va.

Anselmo y Nerón siguen en su sitio. El pequinés estornuda. Anselmo le acaricia la cabeza.

24 minutos después llega otro cinco. Anselmo y Nerón se levantan. Se abre la puerta y el conductor niega con la cabeza, señala hacia atrás con la mano y dice escueto: “hay un bebé en un carrito”. Vale. Anselmo vuelve a sentarse, Nerón olisquea unas cáscaras de pipas del suelo. Se sube una chica con una mochila de “Hello Kitty”.

A la media hora aparece otro autobús. Se abre la puerta y la conductora, simpática, sonríe y dice: “ya llevamos a un setter, se llama whisky, como todos”, cierra la puerta, pone el intermitente y se va. Nerón levanta la cabeza y saca la lengua. Nadie sube. Nadie ha bajado.

Anselmo mira el reloj, es casi la hora punta o la hora de haberse ya tomado una caña.

Tarda el siguiente autobús; pero frente a la parada pasa una furgoneta, una Berlingo -parece-. Lleva un rótulo: “Perales. Taxidermista. Naturalizamos todo tipo de animales”.

Joder, suspira Anselmo mirando a Nerón que levanta la cabeza y mueve un poco las orejas.

“Anda, vámonos, figura”, dice Anselmo tirando de la correa. En el frigo quedan dos botellines de mahou y una lata de berberechos. La casa no está lejos de la parada. Nerón vuelve a estornudar. “Estás mayor”, le dice Anselmo. Se van. Salen de plano. Fundido a negro.

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