La Pereza
Trabajar es un castigo divino, una maldición que nos empobrece. Hemos oído hablar demasiado de la cultura del esfuerzo y cada vez menos de la civilización del ocio.
Recorro este fin de semana el centro de la ciudad y pienso en “El elogio de la ociosidad”, de Bertrand Russell: me cruzo con gente vestida raro que va a eso que llaman Cruces de Mayo, Primeras Comuniones, gente más rara aún vestida, que celebra (¿?) Despedidas de Soltera o Soltero o, incluso, presentaciones electorales.
Es un signo de estos tiempos. Me cuentan también que hay Despedidas de Casados o Casadas que celebran los divorcios entre copas y subiendo fotos a Instagram.
No entiendo nada; pero lo observo como un sociólogo amateur o, parafraseando al gran Oliver Sacks, con el mismo pasmo que “un antropólogo en Marte”.
Hablando con un amigo, llegamos a la conclusión de que, en nuestra generación, hay muchas parejas que no se separan por pereza. Porque es un coñazo: negociar sobre los niños, el perro, la colección de libros, de discos, el jarrón que nos regaló la tita Puri…
Era una mera especulación, no tiene carácter científico; pero ahí queda.
Puede que la pereza nos domine y que sea, incluso, un eje vertebrador de nuestra sociedad. Yo qué sé.
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