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Cádiz, siempre

Juan José Fernández Palomo

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Dos mendas llegan a mediamañana a la playa de La Caleta, atracan su barquita, de poco calado, a fin de cuentas es momento de bajamar y casi no les hacía falta. Desembarcan con los pantalones vaqueros de mercadillo arremangados por encima de las pantorrilas. Llevan dos cubos de plástico comprados en los chinos. Azules. En uno se amontonan los erizos de mar, en el otro hay ostiones. En el bareto del club de pescadores de La Caleta recogen una mesita plegable de camping y con ella se plantan a las puertas del Bar Merodio, a un costado del mercado central. Ofrecen la media docena de erizos en un plato de plástico a 3 euros. Como los abren con diligencia, y no les importa mucho la cosa matemática, puedes escontrarte fácilmente con siete mitades de erizo en la ración. Están buenos. Es Cádiz.

Otro menda se levanta a las seis y media de la mañana, tiene casi 50 años, es moreno y enjuto, vive con su madre viuda en un pisito cerca de El Mentidero. Se monta en la bici con una bolsa de El Día arrugada metida en el bolsillo del chándal que luego llenará de gusanos recogidos en las huertas de lechugas y acelgas que hay en los alrededores del Puente de Carranza. Después les ofrecerá los bichos como cebo a los jubilados que pescan pequeñas doradas y pargos desde la balaustrada de la Alameda Apodaca. A mediodía habrá acabado su jornada laboral, su transacción mercantil, y se beberá una litrona en la plaza antes de volver a su casa para degustar las papas con choco que ha preparado mamá. Muy ricas. Es Cádiz.

En Cádiz se celebra ahora una cumbre iberoamericana. España sueña aún con ser metrópoli y portarse bien con la colonia. Hasta el Jefe del Estado acude campechanamente a anunciar su próxima operación de cadera. Nunca ha sido pudorosa la metrópoli.

Nadie se ríe, pero todos sonríen, desde la presidenta de Brasil hasta el presidente del estado plurinacional de Bolivia, el de Ecuador o el del Perú. Creo que a las colonias les hace mucha gracia lo de la metrópoli. Y no hay nada mejor que sonreir en Cádiz.

Cádiz, más que trimilenaria ciudad, es “esa cosa con plumas” con la que Emily Dickinson llamó a la esperanza. Pero a los gaditanos se la sopla. De hecho, cuando estuvo asediada -una vez más-, cantaban aquel tanguillo: “con las bombas que tiran los fanfarrones/nos hacemos las gaditanas tirabuzones”. Espero que la colonia se lo cante a la metrópoli. Para que aprendan.

p.s: se habrán percatado de que he utilizado el adverbio “siempre” en el título. Los adverbios son como aderezos, hierbas aromáticas, que matizan la receta. Hay que ser cautos en su uso. Yo, por ejemplo, los utilizo para cocinar ciudades queridas o mi equipo de fútbol. Nunca usaría “siempre” para condimentar a mi pareja. Puede pocharse.

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