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Acerca de la vaca

Juan José Fernández Palomo

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I.- Geografía y destino

Probablemente el animal que más me despierta simpatías sea la vaca. Es noble, hermosa, generosa, preñada de simbolismo, inspiradora de ternura... vamos, que me la comería a besos. De hecho, en esa zona del tiempo que circula entre el sueño y la vigilia, aún recuerdo que mi primer juguete, hace mucho mucho tiempo, fue una pequeña vaquita típica blanca con manchas negras hecha de algún tipo de goma y que emitía un mugido suave al apretarla con mis manitas de niño e intentar mordisquearla con mi boca aún sin dientes.

Sí, ese juguete es mi “rosebud” particular y me llevaré ese mugido a la tumba cuando el círculo se cierre.

Voy a las carnicerías y me fijo en el póster que muchas tienen con el dibujo de una vaca silueteada y dividida. Ahora ese animal es un mapa. Una geografía por recorrer con lugares para demorarse, un país único repleto de particularidades. Un lugar confortable en su conjunto: En la cornisa del norte me detengo en el lomo alto que limita al este con parte del lomo bajo antes de adentrarme en la noble zona del solomillo. El extremo oriental lo ocupa la provincia de la cadera que precede a la parte superior del rabo, cuya frontera suroeste la separa, sin aranceles, del pequeño condado de la tapilla. Las grandes extensiones centrales están ocupadas, básicamente, por el amplio costillar y las vastas llanuras de la falda. Hacia los confines de occidente puedo cruzar la espaldilla hasta llegar al cuello, dejando un poco al sur la zona del pecho. Y si aún bajo más atravesaría el brazuelo en dirección al morcillo, que debido a alguna ocupación italiana del pasado algunos llaman “ossobucco”, por aquello del hueso y el agujero.

Me gusta viajar por la vaca.

Lo que no me gusta nada es leer cosas como las que leí hace unos días en esta pantalla (sí, ahora leo en pantallas, soy un hombre de mi tiempo). Al parecer, cada mes, un vaquero de Los Pedroches sacrifica a una o dos vacas para ajustar los costes, porque el precio que recibe por cada litro de leche vendido es más bajo que el precio que le cuesta producirlo.

Es decir, cada mes hay algunas vacas que pasan por el aturdidor por la perversa razón de que alguien o algo (esa mano invisible) decide que vale más lo que comen que la leche que emana de sus ubres. Es el ERE más cruel.

Me sentí como el perrito aquel del cuento de Monterroso que desde la ventanilla del tren “ acababa de ver alejándose lentamente a la orilla de un camino una vaca muerta muertita sin quien la enterrara ni le editara sus obras completas ni quien le dijera un sentido y lloroso discurso por lo buena que había sido y por todos los chorritos de humeante leche con que contribuyó a que la vida en general y el tren en particular siguieran su marcha”.

Y me puse triste. Y musité: Rosebud, Rosebud...

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