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Sobre este blog

— Y bien, ¿qué tiene que decir del procesado?

— Pues poca cosa, señoría: se dice que se le puede encontrar habitualmente en el estrado, sentado en el lado de la defensa. Abogado, graduado en filosofía, profesor e investigador universitario y esforzado karateka, se le suele ver pedaleando, casi como si de un ritual se tratara, desde su despacho hasta la Ciudad de la Justicia, la Facultad de Derecho o el tatami.

Padre de dos niñas, he leído que, además de diversos artículos, ha escrito los libros La posverdad a juicio. Un caso sin resolver (Premio Catarata de Ensayo) y Leer lo correcto. El proceso como una de las bellas artes.

— ¿Y cree que debería el jurado creer lo que nos cuente?

— Eso, señoría, ya no me corresponde a mí decidirlo. Lo que sí le puedo asegurar es que se trata de alguien que no da nada por sentado, menos aún cuando la justicia o la razón están en juego.

— Está bien. Gracias por su testimonio. Visto para sentencia.

Nacer comenzados

Javier Vilaplana

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Sobre este blog

— Y bien, ¿qué tiene que decir del procesado?

— Pues poca cosa, señoría: se dice que se le puede encontrar habitualmente en el estrado, sentado en el lado de la defensa. Abogado, graduado en filosofía, profesor e investigador universitario y esforzado karateka, se le suele ver pedaleando, casi como si de un ritual se tratara, desde su despacho hasta la Ciudad de la Justicia, la Facultad de Derecho o el tatami.

Padre de dos niñas, he leído que, además de diversos artículos, ha escrito los libros La posverdad a juicio. Un caso sin resolver (Premio Catarata de Ensayo) y Leer lo correcto. El proceso como una de las bellas artes.

— ¿Y cree que debería el jurado creer lo que nos cuente?

— Eso, señoría, ya no me corresponde a mí decidirlo. Lo que sí le puedo asegurar es que se trata de alguien que no da nada por sentado, menos aún cuando la justicia o la razón están en juego.

— Está bien. Gracias por su testimonio. Visto para sentencia.

A la poesía le ocurre como al dinosaurio del cuento de Monterroso, que cuando nos despertamos, cuando llegamos de no se sabe dónde a este mundo, ya nos la encontramos aquí. Nacemos comenzados, entramos a escena en una obra que ya tenía una trama en marcha, con personajes que, como nosotros mismos, entran y salen según el capricho del azar, travestido de libertad y otros señuelos.

Sin embargo, deberíamos ya haber aprendido —al menos desde hace más de veintitrés siglos, cuando Aristóteles escribió su Poética— que mientras que la historia se ocupa de dar cuenta de lo particular y de lo que, de manera contingente, ha ocurrido, la poesía —más filosófica y elevada—se preocuparía de relatar, y, por tanto, de ofrecer algo de sentido, lo más amplio, lo que podría haber ocurrido, es decir, lo que no llegó a ser, pero que tal vez sí que debería haber sido. Quizás por eso mismo hablamos de justicia poética y no de justicia histórica, porque restaurar el desequilibrio en la balanza pasaría por ajustar cuentas no tanto —o no necesariamente— con lo que aconteció sino, más bien, con aquello que lamentablemente no ocurrió, pero que, sin embargo, sí debió haber sucedido.

Más allá de esa almibarada e ingenua mirada, vivir en un universo poético también implica verse enmarañado en una laberíntica red de ficciones que otros han urdido y que nosotros también contribuimos a seguir tejiendo al someternos, sin rechistar, a ellas. Como si la poesía —tantas veces mera y voluble posibilidad— tuviera la misma razón de ser, la misma fuerza, que la inexorable fatalidad de la naturaleza.