El nieto de un MENA en la Casablanca
![El presidente estadounidense, Donald Trump, durante su discurso en el Foro de Davos.](https://static.eldiario.es/clip/ea8bafd8-9bc7-4815-b3f3-9bacbc137adb_16-9-discover-aspect-ratio_default_0.jpg)
Era el momento de escapar
El nuevo ídolo de la extrema derecha mundial es nieto de un MENA. Es decir, de un menor extranjero no acompañado. Hablamos del abuelo de Donald Trump, el emperador sin escrúpulos que se ha propuesto deportar a millones de inmigrantes que alcanzaron las costas de EEUU exactamente igual que el patriarca de su estirpe.
Friedrich Trumpf zarpó a bordo del S.S. Eider el 19 de octubre de 1885. Apenas tenía 16 años de edad. Compró un billete de tercera clase y viajó hacinado en un almacén sin duchas ni baño durante casi dos semanas de travesía. Quiere decirse que todos aquellos pasajeros malolientes que buscaban fortuna más allá del Atlántico se veían obligados a hacer sus necesidades por la borda.
El abuelo del emperador se instaló en Castle Garden, en el extremo sur de Mahanttan, un barrio atestado de ilegales donde apenas se hablaba inglés. Allí se ganó la vida como barbero antes de trasladarse a Seattle en 1892. Se nacionalizó poco después gracias a la laxitud de unas leyes de inmigración, que su nieto, 122 años más tarde, ha pulverizado nada más tomar asiento en la Casablanca. Los dos únicos requisitos que le exigieron a Friedrich Trumpf fueron 7 años de residencia y un testimonio que certificara su “buen carácter”.
Cuando firmó los papeles que lo acreditaban como estadounidense, misteriosamente su apellido perdió la efe y su nombre mutó a Frederick, seguramente para eliminar todo rastro teutón de su ascendencia. El abuelo del emperador se integró en una sociedad de colonos europeos, que apenas unas décadas antes habían exterminado a la población nativa en una operación que hoy el Tribunal Penal Internacional hubiera calificado de limpieza étnica, un crimen de lesa humanidad.
Por razones difíciles de explicar, su nieto se convirtió en el 45º presidente de EEUU (y ahora el 47º) con el objetivo de laminar de la faz del país a todos los seres humanos que algún día fueron su abuelo. Seguramente porque en su cabeza gobierna un proyecto colonial blanco del que quedan excluidos los indígenas, los latinos, los árabes, los africanos, los chinos y todas aquellas criaturitas del mundo que hoy viajan en tercera clase.
Desde ese punto de vista, se entiende perfectamente que el emperador de un proyecto colonial blanco que se fundó sobre una colosal operación de limpieza étnica en América del Norte respalde sin fisuras a otro proyecto colonial blanco que se fundó sobre otra colosal operación de limpieza étnica en Oriente Medio. Con el apoyo, por cierto, de la Europa libre que nació de las cenizas del genocidio nazi.
No es de extrañar, por lo tanto, que la periodista cordobesa Azahara Palomeque, que certificó sobre el terreno el ascenso del emperador en 2017, llegara a la conclusión cinco años después de que “era el momento de escapar” de los vientos turbios que empezaban a soplar en EEUU (y en todo el mundo).
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