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Retrato de tiburones

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Luis García

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En un trascendente momento de la corrosiva película Margin call, el jefe supremo de uno de los más poderosos bancos de inversiones norteamericanos aterriza con su helicóptero a medianoche en la sede de su carroñero y trepador negocio. Le han llamado urgentemente porque un tipo al que acaban de despedir y un empleado bisoño han descubierto con pavor que toda la estructura del negocio, a pesar de su aparente esplendor, está en la ruina. Se ha desatado una situación de pánico al constatar el inminente apocalipsis. El dueño de la empresa, antes de que sus ejecutivos le expongan el insalvable problema, les exige: “Imagínense que tengo el nivel de comprensión de un niño, o sea, que eviten tecnicismos y planteamientos retorcidos y cuéntenme lo que está ocurriendo con un lenguaje y contenido entendible, háganlo rápido y háblenme en inglés”.

J.C. Chandor, autor de este filme tan sorprendente como necesario, adopta la misma actitud que esos empleados al contar a los espectadores esta historia tan turbia y pavorosamente actual. Nos explica con lucidez y profundidad cómo un supuesto imperio financiero se ha construido a base de trampas, la falsedad de las estimaciones sobre las que reposa la estructura comercial de ese banco, el nulo valor de sus activos en el sector hipotecario. ¿Les suena? También muestra las consecuencias desastrosas de la acción depredadora de estos hijos de puta sin alma, la crisis económica internacional que provocan los respetables piratas del dinero, su mezquindad y rastrera facilidad para vender humo a precio de saldo en Wall Street, la habilidad para salvarse del naufragio que ellos han creado y su iniquidad para hacérnoslo pagar al resto de la humanidad. Pero como recuerda con asumido cinismo el urdidor de la gran infamia, las crisis son cíclicas y siempre impunes para sus responsables, algo  natural en la historia del capitalismo.

Margin call transmite mucho miedo. Lo logra con el retrato creíble de esos implacables personajes (sus sirvientes pueden permitirse el lujo de ser humanos) que se bonifican a sí mismos con sueldos escandalosos mientras que están jugando con la seguridad de los demás, con la sumisión a las directrices ilegales en nombre de sus privilegios de los que saben que el negocio al que sirven es una opulenta farsa, un castillo de naipes que puede derrumbarse en cualquier momento, una estafa legalizada.

El director solo necesita tres escenarios que recrean la modernísima cueva de los pulcros dragones, un guión tan poderoso como bien desarrollado y un grupo de excelentes actores (Kevin Spacy, Jeremy Irons, Paul Bettamy, Stanley Tucci) para que su película te aterre al verla y que ese desasosiego permanezca al recordarla (los noticieros se encargarán escrupulosamente de ello). En una época que recomienda el escapismo ante la que está cayendo, este cineasta mete el dedo en la llaga con talento y notable penetración. Es didáctico en el mejor sentido. Nos desvela muy bien las raíces y los mecanismos que han generado esa tragedia que deja sin trabajo, en la incertidumbre de perderlo o de no encontrar el primero a tanta gente en cualquier parte del mundo.

El efecto mariposa no es casual, tiene culpables de carne y hueso. Por supuesto, el llamado “sistema”, que ha consentido sus permanentes fechorías, es uno de ellos.

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