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Estampas desde Vietnam (II)

Miguel Ángel López

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Sr. Nino

Hue - 10 SEP

El Señor Nino no permite que sus huéspedes crucen la entrada de su hotel con zapatos. Una tradición japonesa apropiada para la higiene pero un tanto incómoda para los turistas, que asienten pasivos ante la sugerencia de la recepcionista. Uno se descalza con dejadez; después de patear medio país, desatarse los cordones y abandonar tu par de adidas es como atar al perrete en un árbol y entrar un momento al supermercado, esperas que permanezca allí cuando regreses pero nadie te lo puede garantizar: una vana resignación. Exponer unas zapatillas de marca en el país donde las fabrican y en la misma calle donde las venden a 250.000 VND (10 pavos), es el ejemplo más ilustrativo del gimoteo occidental ante ciertos hábitos orientales.

Una vez descalzos, el Sr. Nino te recibe con una interminable melena color dragón de hielo que afianza su perfil hierático. Sabe inglés perfectamente, pero no le gusta hablarlo con los turistas. Tampoco habla vietnamita. Se expresa con el lenguaje del manga, no se le entiende, pero se intuye que tienes que darle el pasaporte antes de subir a la habitación, que debes visitar la Ciudad Imperial y que el desayuno es a las siete.

El folleto informativo del hotel indica que todos los días, al amanecer, se puede contemplar cómo medita el Sr. Nino. Es realmente impactante. A las seis de la mañana bajamos para verlo. La recepcionista nos dijo que teníamos que observarlo desde nuestro balcón. Aún en duermevela, obedecimos como anestesiados, salimos a la terraza y nos despertamos de un suspiro. El puto Sr. Nino estaba encaramado en la cornisa más elevada del edificio de enfrente. Meditando en las alturas, como la clase política. Cuarenta minutos de aislamiento mental que acaban cuando el Dragón Helado (que es lo que viene a significar Sr. Nino) despliega sus articulaciones y desciende de un salto a la escalinata de entrada para recibir a los primeros huéspedes e indicarles que deben descalzarse.

Real Madrid

Ha Giang - 13 SEP

Algunas aldeas étnicas del norte no son conscientes de ser pobres, al menos tal y como concebimos la pobreza: una interpretación opuesta a la noción neoliberal de la riqueza. A fin de cuentas, somos nosotros los que acabamos aquí buscando algo más que la contemplación de una imponente naturaleza. Asaltamos sus montañas y ahuyentamos el silencio con el rugido del tubo de escape. No es lo único que les quitamos. Materializamos la soledad del valle y se la arrebatamos. No solo les traemos ruido, tras la estela de nuestras motos llegan camiones cargados de arcilla, hierro y cemento. Les hemos traído la civilización más atroz. Lo caminos serán carreteras, los puertos de montaña, miradores, y las aldeas, meros complejos hoteleros.

Tenemos la osadía de complacernos al expresar el acierto de visitar la provincia de Ha Giang antes de que sea irremediablemente explotada por el turismo. Y un sedimento de mezquindad, en el fondo de nuestra conciencia, nos impide ver lo que realmente somos: turistas. Uno no es viajero ni aventurero ni nómada por regalarle una camiseta del Real Madrid a un niño descalzo que ni siquiera sabe lo que es el fútbol. Están tan acostumbrados a no tener nada que hasta un regalo les asusta.

 ¡Ufff!

Cat Ba - 18 SEP

Cat Ba también es conocida como “la isla de los monos”, pero llevamos aquí dos días y aún no sabemos por qué. No logramos constatar el reclamo turístico y empezamos a sospechar que solo se trata de eso, de un reclamo turístico. Debido a la cantidad de oriundos que llevan una camiseta con el claim “Save the langurs”, surge una breve esperanza que se esfuma cuando te enteras que solo quedan cuarenta ejemplares en la isla. Las playas paradisíacas que te promete Google Maps también son infundadas. Solo hay hoteles en construcción. La única actividad turística reseñable es el trekking que hemos hecho hoy.

Al adentrarse en la jungla, a uno se le quitan las tonterías. Tan pronto como la maleza te cubre el cogote y el oxígeno se transforma en una humedad irrespirable, el mono de aventura se evapora. A medida que remontamos los repechos, el sopor es más soporífero. Desde algún punto de la selva llegan sonidos indescifrables traídos por el eco. Pueden ser silbidos, o quizás graznidos. Lo único evidente es que son ruidos de la fauna salvaje. Sin embargo, solo vemos animales mudos. Mariposas negras como murciélagos, lagartos con crestas azules que cruzan el sendero sin mirar y un sapo venenoso (los sapos venenosos no emiten sonidos).

A medida que ascendemos la montaña kárstica, los silbidos son más nítidos. Nos pareció ver una cola de tiburón, pero creemos que fue un espejismo. Tras una hora de subida, se corona el mirador. Todos los exploradores que consiguen llegar reaccionan igual: “¡Ufff!; ¡Wow!”. Lo primero imagino que por la fatiga, y lo segundo por unas vistas indiscutiblemente asombrosas. Aunque sin monos. Solo hay un guía vietnamita imitando el sonido de los monos con un silbato ecológico que elabora en dos segundos gracias a una hoja exótica.

La playa imposible

Bahía de Lan Ha - 22 SEP

Toda revelación sucede en un instante. No hace falta más que un segundo para hallar la trascendencia. Exactamente, las 109 centésimas que transcurren desde que tomas impulso en la borda hasta que te sumerges por completo en el Mar de China Meridional. Un salto al vacío es todo lo que se necesita para saber que pasamos el 99 % de nuestro tiempo esperando alguna revelación; alguna novedad.

Hoy hemos descubierto la oscuridad. En el fondo de unas aguas y en la profundidad de una cueva. Después de varios minutos buceando solos y a oscuras, hemos emergido en un cráter lleno de agua. Una especie de cenote encerrado por una montaña al que solo se puede acceder desde el mar. Atravesar la roca bajo el agua te deja muerto. Una vez en el cenote, tratando de flotar sin energía, eres libre de decidir si continuar la expedición con el resto de aventureros o regresar solo a mar abierto. El cansancio va domando poco a poco la adrenalina cuando hay que adentrarse en otra cueva. Esta vez, el guía nos advierte de la existencia de estalagmitas, no por nuestra seguridad, sino para que las esquivemos y no las erosionemos con nuestro cráneo. La presión del agua y el miedo te obligan a cerrar los ojos, cuando los vuelves a abrir, apareces en la playa imposible. Aun con los pulmones en los bolsillos del bañador, se admira la insólita existencia del lugar. Por razones obvias, nunca ha sido fotografiado. Da la impresión de que nadie ha pisado jamás esa arena fresca. Un lugar secreto custodiado por una naturaleza salvaje. Nada puede ser más revelador que la virginidad.

El único rastro humano era el de una tapa de yogur azucarado. Su fecha de vencimiento indicaba que caducaba hoy mismo.

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