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Pepa Bueno: “Para un periodista, la proximidad al poder cuesta más que lo que vale”

Entrevista N&B Pepa Bueno

Juanjo Fernández

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El pasado jueves, 4 de febrero, tras las señales horarias de las 20:00 horas, Pepa Bueno (Badajoz, 1964) arrancó Hora 25, el programa que dirige en la SER desde la Puerta del Perdón de la Mezquita-Catedral. Contó que estaba allí porque de verdad estaba allí, en plena Judería de Córdoba, Patrimonio Cultural de la Humanidad, ahora vacía, sin turistas, sin apenas gente paseando, con las persianas de tiendas, restaurantes y tabernas bajadas. Es lo que en el argot se llama “hacer una fotografía radiofónica”.

También pudo contar una noticia recién conocida a esa hora de ese día: que el Ministerio de Defensa había decidido que Córdoba será la sede de una nueva base logística del Ejército. O sea, que pudo contar por un lado la desolación de una ciudad histórica en plena pandemia y, por otro, una decisión esperanzadora para que esa misma ciudad pueda agarrarse a cierto estado de autoestima. Periodismo.

Antes, a mediodía, pudimos compartir un rato con Pepa en una terraza de la Plaza de la Trinidad, mientras chicos y chicas entraban y salían de la Escuela de Artes y Oficios y mantenían cierto latido en la ciudad a esa hora. Pepa Bueno es vehemente y apasionada cuando habla del oficio de periodista, cuando lamenta que haya quien no respete los acentos ricos que afortunadamente nos ofrece la diversidad de nuestra lengua y de quienes la hablamos, cuando cuenta lo que ha supuesto hacer teatro desde muy joven en su Extremadura natal… Y, sobre todo, del papel de los medios de comunicación en general y de la Radio, en particular, tienen en estos momentos convulsos de nuestras vidas.

Todavía tiene retos por delante esta líder de la comunicación: en diez días sale a la luz su primer libro: Vidas arrebatadas. Los huérfanos de ETA que, a pesar de estar prologado por el periodista Manuel Jabois, bendecido por el autor de Patria, Fernando Aramburu, y editado por Planeta, la tiene, según ella, “muy nerviosa, como si fuera el parto de la burra o algo así”.

Y es que ni Pepa Bueno cuando se enciende el piloto rojo del estudio a las ocho de la tarde o cuando se enfrenta a la edición de su primer libro, escapa a sus propios vértigos.

Pregunta. Voy a entrevistar a una entrevistadora ¿Qué hago: uso el “usted” o el “tú”?

Respuesta. Hombreee… el “tú”. Pero yo uso el “usted”.

P. Ya, ya; por eso te lo preguntaba, por cómo vigilas el uso del uno y del otro.

R. A mí me gusta el usted. El usted existe por algo. Por ejemplo con los políticos. Me parece imprescindible. Porque me sitúa en la distancia crítica imprescindible para hacer una entrevista. Me ha ocurrido tener que entrevistar a alguien con el que tengo una relación más personal y me cuesta un montón. Sólo si estoy muy incómoda advierto a los oyentes y digo si lo voy a tutear o no, porque es tan impostado que le hable de usted que no tiene sentido, pero procuro advertirlo a los oyentes.

P. Pues no es sencillo manejarse…

R. Ya te digo. A mí gusta el usted en el oficio por eso, porque mantiene la distancia con las personas con las que no tienes relación de proximidad. Eso nos lo permite nuestro idioma y tiene su sentido. Ahora, si eres comunicador en un programa de amplio espectro, si se puede decir así, pues tienes que ir manejando. El usted es una distancia crítica saludable o peligrosa si te aleja de la gente. Bueno… ahí estamos (ríe)

Conservo mi acento y le llamo “mi caparazón”

P. Es como el uso del “Don”, según algunos manuales de estilo. Yo apenas reconozco a Don Johnson o al Dom Perignon

R. Ah, yo soy muy de Dom Perignon también. A mí me gusta ustear, está en el idioma y hay que usarlo. Pero también tutear cuando miro a los ojos a la gente.

P. En eso, el uso de nuestro idioma en Latinoamerica es fascinante…

R. Sí. La cortesía. Es que las formas hablan también de la evolución de nuestra especie. En América es una delicia, porque lo hacen sin artificio, sin forzarlo, es todo un arte, tenemos mucho que aprender de ellos, es el orden natural de las cosas. Ahora, eso de tutear por dinamismo, por jovialidad… me parece impostura. Creo que los que no se conocen deben hablarse, en principio, de usted. Pero a todos nos pasa. A mí también, empiezo una entrevista, si no es un político, hablando de usted y acabamos seducidos. Maldigo mi suerte. Saltas al tú, como un milagro.

P. Por cierto: vaya la que se ha liado con el asunto de los acentos en el habla; sobre todo con el acento del Sur.

R. Soy del sur.

P. Lo sé, del Suroeste, Extremeña.

R. Tuve la desgracia, muy al principio, de tener un director en lo que entonces se llamaba Radio Cadena que me obligó a hablar en “castellano de Valladolid”.

P. Buff…

R. Como yo había hecho teatro clásico en el Centro Dramático Regional, yo sabía hacerlo, esto era finales de los años ochenta. Cuando tuve un director un poco más “democrático”, y pude recuperar hablar con mi acento del Sur, se produjo una cosa curiosa: se encendía el piloto y decía cosas raras, como cuando los del Sur nos queremos poner finos y metemos unas “eses”, así como decir  “holas, holas”...

Cuando más presumimos de diversidad hay falta de respeto al principio de diversidad real, que es lo que uno es

P. Ése es el fenómeno de la “ultracorrección”, una avería fonética.

R. Cuando descubrí que se había producido en mi cabeza tal lío lo tuve claro: piloto rojo, acento de Valladolid; piloto apagado, mi caparazón y ya sale mi acento en tropel. Yo conservo mi acento mucho más de lo que debiera, teniendo en cuenta los años que llevo fuera de mi tierra. Sin embargo, ya te digo, conservo mi acento y le llamo “mi caparazón”. Es que es el acento en el que yo vivo, así me expreso.

P. Pues se ha hecho hasta política, mala política, con esto del acento…

R. Es una perversión total. Es incultura. Una muestra de incultura profunda. Aparte de una falta de respeto democrático, de falta de conocimiento de este país, es incultura. A mí me encanta el acento de María Jesús Montero; ¡pero podría no gustarme!, pero es que es su acento. En eso hay un poco de involución, fíjate: cuando más presumimos de diversidad hay falta de respeto al principio de diversidad real, que es lo que uno es. El acento es de casa, es lo que eres, es la materia de la que estamos hechos, la materia en la que te han acunado, que te han besado y que te han mimado. La materia en la que te dieron las primeras órdenes y con la que te has rebelado contra la primera y la última de esas órdenes. Si no respetamos eso, cómo vamos a respetar otros asuntos que tienen que ver con la diversidad.

P. Y en la radio ¿cómo lo llevas? En antena suena muy neutral, no como aquí y ahora, relajados en esta mesa.

R. Podría mantener el mío más natural, pero desde aquel episodio que te contaba y que me ocurrió muy pronto, se quedó para siempre un acento muy neutral; aunque, vamos, yo me cabreo “de Valladolid” y me pongo tierna “de Badajoz” (Ríe) Yo trabajo con un acento muy neutro de una manera muy natural y muy interiorizada. Se me escapan cosas, como buena extremeña, las “eses” en mitad de palabras, las haches aspiradas… pero ahora lo llevo con mucha naturalidad.

Los periodistas debemos dejar de hacernos selfies

P. ¿Cuidas el instrumento? ¿Tienes problemas frecuentes con la voz?

R. Yo no bebo gin tonic con hielo más que en julio y agosto. El resto del año, nada. A mí, el hielo me castiga mucho. El día en que acaba la temporada me pongo un gin tonic con hielo en mi casa y digo “hala, ya estoy de vacaciones”. Es que a mí me toca el hielo. Yo también dejé de fumar. Pero es que esto lo sabía de mi etapa haciendo teatro, lo traía incorporado, saber sentarse de una manera especial, colocar a voz… y luego he tenido buenos otorrinos que me hacen seguimiento de grandes problemas con la voz, y la tengo así, grave, desde los 14 años. Hago cuidados básicos, voy siempre con la garganta protegida…, sentido común, vamos, algún problema he tenido. He tenido afonías que me han impedido hablar, muy recientemente, así que calladita una semana.

P. ¿Hace poco?

R. Sí. Fue en el Parlamento. El día de la moción de censura a Rajoy, tenía que hacer un programa especial desde el Congreso de los Diputados, y fui contra el criterio de mis jefes, que me estaban escuchando por teléfono, y me dijeron “no vayas”. Pero fui e hice un penoso “buenos días”, pero penoso, que daba mucha lastimita, le cedí el micrófono a mis compañeros y me quede allí escuchando el programa que hacían ellos porque me había quedado afónica.

P. Pues Rajoy acabó pasando aquella tarde en una cafetería cercana y es posible que tomase algo con hielo…

R. Pero él no tenía que hablar.

P. ¿Crees que en estos tiempos duros de pandemia la radio se ha revalorizado?

R. Sí. Ahí ha estado la radio. Cuando la gente te dice que la radio se parece a Internet yo digo “eh, nosotros estábamos antes”; Internet se parece a la radio en una cosa: la bidireccionalidad, sentirte partícipe de lo que te están contando, tú coges un teléfono y pum, aquí están los oyentes. En la pandemia nosotros, los profesionales, hemos aprendido mucho. Y aprendimos una cosa fundamental, yo que adoro el oficio, que adoro la escaleta, las noticias, ordenar el potaje del día, pues la pandemia me ha enseñado esa otra necesidad: la compañía. Necesitamos escucharnos, saber que alguien que te está escuchando, que está solo metido en su casa, con una incertidumbre atroz a lo desconocido. Yo levanté tramos enteros del Hora 25 sólo para que los oyentes llamaran, la radio de toda la vida y, además, ejerciendo la mínima intermediación: “dime qué quieres contarme, dime cómo estás, que te pasa por la cabeza, que miedos tienes”.

Una prescripción facultativa: escuchar una vez a la semana a alguien que discrepa de tu opinión

P. Es que, si se me permite la expresión, la radio es un medio que “ha envejecido” muy bien.

R. Muy bien; tiene una producción muy ágil, sigue activando la imaginación, que es muy importante; porque yo he estado muchos años de mi vida en la televisión y la tele es mucho menos compatible con tu vida que la radio. Te impide hacer muchas cosas y luego te lo enseña todo. Y, en cambio, en la radio te activa la imaginación. Y eso es consustancial al ser humano. Sigue activando una tecla que necesitamos que está activa. Levantar un teléfono y saber que hay alguien allí. Porque los periodistas también tenemos saber bajarnos del pedestal. Hay un clamor en la sociedad que tenemos que aprender a gestionar y que no es otro que contar lo que pasa.

P. Pues aparecieron “las estrellas de la radio o de la tele”…

R. ¿Sabes lo que tenemos que dejar de hacer? Dejar de hacernos selfies los periodistas y darle la vuelta al objetivo de la cámara. Porque yo quería dedicarme a esto porque me interesaba la vida de los otros. La vida de la sociedad, ese clamor que hay de sentirse partícipe de lo que ocurre en la sociedad, la radio lo facilita mucho. Es que, efectivamente, la radio está muy bien inventada. Y no es que envejezca bien, es que la gente necesita levantar un teléfono, lo de toda la vida, desde el principio de los tiempos. Esta sociedad de la exhibición permanente –yo que he trabajado veintidós años en la tele-, de que todo está disponible y a la vista, es muy poco humana. Necesitas activar teclas que nos definen como especie, como la imaginación. La radio lo permite.

P. Me interesa volver a lo del teatro. Tengo la sensación de que esa experiencia juvenil ha debido ayudarte ¿no?

R. Es un bagaje estupendo. Hombre, me ha posicionado en la vida. Imagínate que a los catorce años, que es cuando empecé, yo leía a Brecht y sabía quién era Stanivslasky. Y leía a Chejov y me relacionaba con personas adultas. Yo le debo mucho al teatro que salvó a una adolescente absolutamente insoportable (Ríe)

Odio eso de los “mentideros” de Madrid, y lo he oído muchísimo

P. Chejov, el que decía que no hay que sacar una pistola en escena si no va a dispararse…

R. Todo en escena tiene que tener un sentido. Como en la vida. Sí, yo le debo al teatro muchas cosas. Fíjate lo que te voy a decir, le debo una adolescencia más ordenada que te permitía anticipar. Porque había que cumplir con las funciones, participar en los cimientos del Centro Regional de Teatro de Extremadura, que ha sido importantísimo para tantos actores. Le debo haber manejado bien mi diafragma… le debo muchas cosas y le debo gente que he incorporado siempre a mi vida. Al final una es la gente que has conocido y yo he tenido muy buena suerte. He aprendido mucho, en el teatro, en mis primeros tiempos en la radio, en la tele, y me sigue pasando. Gente que te enseña cosas… eso es un privilegio que, si se te pone a tiro, sería inmoral no aprovecharlo. Y el Teatro me permitió salir de noche también, que yo salía cuando mis hermanas tenían que estar en casa a las once (sonríe pícara).

P. Me sorprendió, gratamente, saber que habías incorporado a Juan Manuel de Prada a una de tus tertulias.

R. Buf, pues me encanta que me lo digas, porque eso son cosas que me preocupan mucho de la evolución de todos nosotros. Es que llevo muchos años haciendo tertulias y siempre tienes un feedback de los oyentes o los espectadores de que discrepan de la opinión de tal tertuliano. Y a veces de manera muy virulenta. Pero no de su presencia. Esto es un salto cualitativo peligrosísimo. No es ya que “discrepo de la opinión de tal o cual”, es “qué hace este señor ahí”. Eso es una deriva muy peligrosa.

P. Eso es un prejuicio ¿no?

R. Yo haría una prescripción facultativa: escuchar una vez a la semana a alguien que discrepa de tu opinión. Pero escuchar, eh, escuchar. A dónde vamos si no escuchamos al que discrepa. En nuestro círculo de amigos estamos muy a gusto, claro. Esa deriva me preocupa mucho: no discrepar de su opinión sino de su mera presencia. Yo en eso me mantengo muy firme, aunque me azoten los vientos y las tempestades…, es un ejercicio que me gusta practicar. Es como cuando me dicen “va a ganar las elecciones fulano”. ¿Quién lo dice, tú y tu círculo? Uno de los riesgos que hay que combatir cuando uno está en primera línea mucho tiempo, y en un estudio, es el de perder las antenas que te conectan con la sociedad. Eso es un peligro.

Internet se parece a la radio en una cosa: la bidireccionalidad, sentirte partícipe de lo que te están contando

P. A veces, desde fuera, tenemos la sensación de que todo se hace desde Madrid…

R. Bueno, verás: vivimos en el mundo en que vivimos y es inevitable que alguien que tiene muchísima exposición pública , como somos nosotros, acabe teniendo un nombre que pesa mucho. Con eso tienes que vivir. A mi hija le decían en el colegio que su madre era famosa y me preguntaba “¿mamá, tu eres famosa?”. No hija no soy famosa, soy periodista, cariño, lo que pasa es que los periodistas trabajamos de cara al público y como nos ve mucha gente, pues nos hacemos famosos. Pero no pierdas la frecuencia. Eso es inevitable. Ahora bien, perder el nervio que te vincula, perder la antena que te vincula con la vida de las personas que están en los barrios, en las ciudades, eso es ya otro oficio. Hay grandes comunicadores que no son periodistas y es una profesión dignísima. Pero un periodista tiene que tener desplegadas las antenas para salir del círculo en que te mueves, porque al final estás en un círculo de políticos que se mueven de cierta manera, de otros periodistas que cubren la vida de esos políticos… hay que sacar la cabeza de ahí. “Oler el viento de la Historia”, asumir que mucho de lo que crees puede estar desfasado o que está en contradicción con lo que hacen las generaciones que vienen detrás, asumir eso y tratar de contarlo. De eso se trata.

P. Pues estamos hartos de escuchar eso de “se dice en los mentideros de Madrid que…”

R. Odio eso. Lo he oído muchísimo. Pobre Madrid. Yo adoro Madrid. Paseo por las calles de Madrid que me gustan y siempre creo que las han puesto para mí. Tengo un amigo periodista con el que he recorrido buena parte de España y cuando llegábamos a Teruel o a Sevilla, como paracaidistas, nos preguntaban “de dónde eres”; en Madrid te preguntan “dónde vives, cuanto pagas” (Ríe) Yo adoro Madrid pero, claro, tiene el “efecto capitalidad”. Ahora, confundir el mentidero de Madrid, la olla a presión de Madrid, los restaurantes donde políticos y periodistas comemos, con España es un peligro enorme para un periodista. Eso está ahí, forma parte de nuestro trabajo, pero hay que ponerlo en absoluta perspectiva. Yo nunca he querido más proximidad al poder que la que me permita obtener información, que es a lo que me dedico. Para un periodista, la proximidad al poder cuesta más que lo que vale. Como los privilegios aquellos de las mujeres, como el que te cedan el paso en una puerta, igual: cuesta más que lo que vale. He querido proximidad, claro, pero para obtener información.

Le debo mucho al teatro, que salvó a una adolescente absolutamente insoportable

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