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Alejandro López Andrada, escritor: “Estamos perdiendo la espiritualidad”

Entrevista N&B al escritor Alejandro López Andrada

Aristóteles Moreno

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Podríamos decir que Alejandro López Andrada (Villanueva del Duque, 1957) es el único escritor de España que sabe distinguir una oropéndola de un verderón. Y es de los pocos que reconoce una garcilla entre la maleza y es capaz de identificar el orden del cosmos en el zumbido del viento. Todo lo que sabe, dice, lo aprendió de los pastores. Y todo ese universo de renacuajos y chopos de ribera habita en el medio centenar de libros que componen su sobresaliente trayectoria literaria.

No hay una línea de su obra, ni palabra de esta entrevista, que no esté atravesada por su barrio de El Verdinal, la inocencia de su infancia y la sencillez de su declinante pueblo de los Pedroches. Su padre era dueño de una tienda de tejidos y aún recuerda, como si fuera ayer, el tacto de la muselina y el olor de las telas. “El lenguaje de los tejidos me ayudó a escribir poesía”, asegura delante de una infusión medio fría.

Eran otros tiempos. Cuando llegaba del colegio, soltaba la cartera y salía a todo correr con los hijos de los pastores, Paco y Bibiana, a buscar pájaros y perseguir lagartos. Poco después, tuvo la suerte de recibir el magisterio de Cándido Rodríguez, el profe que le abrió los ojos a los versos de Machado y Juan Ramón Jiménez. Fue entonces cuando cogió el lápiz para garabatear sus primeros poemas.

PREGUNTA. Y ahora prepara un libro sobre aquella infancia.

RESPUESTA. El proyecto fue un poco animado por el naturalista Joaquín Araujo. Un día en Villanueva del Duque estuvimos hablando. Él sabe que a mí me encanta la ornitología. Después de la poesía, es lo que más me gusta. De niño aprendí a buscar nidos con los hijos de Bibiana y cogíamos perdigones en la siesta. Siempre he tenido en casa un pequeño zoológico. Tenía tórtolas, perdices, palomas, codornices, un alcaraván y hasta un águila que amaestramos y volaba por la plaza de El Verdinal.

Cuando escribo poesía miro con los ojos del niño que fui

P. ¿Qué se aprende en los arroyos?

R. Aprendes el fluir de la naturaleza y el latido de la tierra. Yo encontraba a Dios en la naturaleza desde niño. Quizás fuera un panteísmo ver a Dios en el fluir del agua, en el viento soplando en la arboleda y en el vuelo de las nubes. Todo ese lenguaje de la naturaleza es el que yo he incorporado luego a mi poesía, incluso a mi novela. Cuando escribo poesía miro con los ojos del niño que fui.

P. Dígame un juego de niñez insuperable.

R. Había un juego que me gustaba mucho. Le decíamos el morro. Nos colocábamos todos agarrados de una ventana y saltábamos uno por encima del otro. Cuando nos caíamos, nos volvíamos a poner. Era un juego de mucha cohesión, de amistad, gratificante y participativo.

P. ¿El juego es la vida?

R. Sí. La vida es un juego, de alguna manera. Un juego duro pero, a la larga, aprendes a ser feliz. Hay dos cosas importantes: el afecto y el amor a los demás. No ser envidioso y el perdón. Para mí, el secreto de la vida es admirar a la gente, y más en el mundo de las letras, cuando a veces esto parece una jungla. Querer a tus amigos, disfrutar con su éxito y sentirlo como tuyo propio. El hambre y las guerras son una realidad que está ahí y que no puedes cambiar. Pero uno sí puede cambiar la realidad más próxima, cuando saludas a tus vecinos o vas a comprar pan a la panadería. Integrar y sentir que todo el mundo es hermano tuyo.

P. ¿Qué se ha ido para no volver?

R. Se ha ido la inocencia, el respeto a los mayores, el amor, el afecto, la alegría de vivir. Antes la gente era feliz con muy poco. Y lo poco que tenía lo compartía. Y ese sentido de solidaridad, de armonía, de fusión entre los vecinos lo ha cambiado la vida moderna. Yo me vine con 18 años a Córdoba a estudiar la carrera de Magisterio y hacía como un viaje a otro mundo. Hoy un chaval de mi pueblo viene a Córdoba y vive igual porque allí tiene internet, viste como los chicos de aquí y no hay diferencias.

P. ¿Por qué hemos sacrificado todos esos valores?

R. Porque la sociedad nos ha hecho más egoístas, más materialistas. El sistema capitalista en el que vivimos nos arrastra. La gente no piensa. Se deja llevar por las modas. Yo siempre he sido muy reflexivo. Me ha gustado ir a contracorriente desde niño. He elegido a mis amigos y la vida que me gustaba. Ahora la gente vive más el goce material, lo instantáneo, el placer, pero no vive el goce espiritual de ver felices a los demás o de disfrutar viendo un amanecer y escuchando el canto de un pájaro.

La inocencia se ha ido para no volver

P. Y usted se resiste.

R. Yo me resisto a entrar en el juego del capitalismo. Me resisto a la moda, como la tontería esa de Halloween, que te hace romper lazos con tu memoria ancestral. La fiesta de los santos tenía un sentido para mí más espiritual, más sagrado, no en el sentido de lo religioso, sino que te unía a la memoria de tus seres queridos. O la tradición de las gachas en mi pueblo. Mi madre ese día ponía también membrillo a cocer y hacía compota. Todo eso lo tengo dentro de mí y me resisto a que desaparezca.

P. Usted ha dicho: “Todo lo que sé se lo debo a los pastores”.

R. A nivel literario, sí. Mi manera de expresar el mundo poético fue esa visión que de niño me dieron ellos. Aprender a dialogar con los pájaros, por ejemplo. Escuchar su canto o reconocer el vuelo. El olor de la hierbas, saber cuál es buena, buscar setas de chopo. Ese diálogo con la naturaleza es lo que yo expreso en mi poesía y también en mis novelas. Decía Antonio Giménez-Rico cuando adaptó al cine mi novela de El libro de las aguas que uno de los personajes grandes era la naturaleza.

P. Por cierto, ¿cómo fue aquella historia de la película de Giménez-Rico?

R. Fue como un sueño. Yo estaba un día en mi trabajo de técnico de cultura en la Mancomunidad de los Pedroches y me llamó la chica que estaba de auxiliar administrativa. “Una llamada de Madrid que dice que es la productora de Fernando Fernández Gómez”, me dijo. Me pasó el teléfono y se presentó una mujer. “Hemos leído su novela y la queremos adaptar al cine”, afirmó. Yo creí que era una broma y colgué. Llamaron por segunda vez y me dice la administrativa: “Esta mujer se ha mosqueado. Dice que eres una persona muy grosera y sin educación”. Yo creía que eran mis amigos que me estaban gastando una broma. Entonces hablé otra vez con la mujer y me dijo que preparaban un viaje con Gil Parrondo a Villanueva del Duque. Gil Parrondo es un director artístico, que tiene dos Óscar y participó en películas como Patton o Doctor Zhibago.

Antonio Mercero iba a dirigir la película. Tuve una reunión con los productores pero fue nefasta porque empezaron los primeros síntomas de alzheimer de Antonio Mercero. Propusieron como alternativa a Antonio Giménez-Rico, que me encanta y había adaptado una película que me gusta mucho: El disputado voto del señor Cayo. Había hecho también la serie Crónicas de un pueblo. Para mí, fue una alegría. Llegó Giménez-Rico, hablamos y firmamos el contrato.

P. ¿Cómo recuerda aquel día?

R. Yo estaba en una nube. Llegaron los productores, Rosa y Miguel, además de Giménez-Rico y Gil Parrondo, y se pusieron a buscar localizaciones. Fuimos a la taberna que inspiró mi novela, a la sierra y a la casa donde aparecía la bruja, cuyo papel hizo magníficamente bien Ana Diosdado. Luego firmamos el contrato, los derechos de autor y todo esto. Y entonces ves allí a Lolita Flores, a Pepe Sancho, a Álvaro de Luna, a Jorge Sanz y es como un sueño.

P. ¿Se reconoció en la película?

R. Totalmente. Antonio fue muy generoso. Me propuso ser el guionista y yo dije zapatero a tus zapatos. Él me pidió siempre opinión y me pasó los borradores del guion, que me gustaron mucho. De hecho, cuando cedí los derechos me exponía a que el director hiciera una película que no se atuviera al cien por cien de mi relato.

¿España se rompe? No hay que ser tan alarmista

P. No se sintió ultrajado.

R. Para nada. Me gustó mucho la película porque respetó el alma de la novela. Un personaje esencial era el paisaje y se rodó en localizaciones de la comarca como yo lo había ideado.

P. ¿Ha vivido de la escritura?

R. Qué va. He ganado bastante dinero con los premios literarios, pero de la poesía no se vive. Alguno de los premios llegaba a 12.000 euros, por ejemplo. O un millón de pesetas en los años noventa, que relativamente era dinero. Pero eran premios puntuales. Yo soy poeta. No soy novelista de masas, ni de best seller. Ya quisiera yo. Mis novelas son para una inmensa minoría, como diría Juan Ramón Jiménez. Yo he estado trabajando como técnico de cultura. Esa es mi profesión. Luego hago mis bolos y voy de jurado a premios nacionales de poesía o de novela.

P. ¿Y qué ha aprendido de la ciudad?

R. A darle importancia a la vida que tenía en el pueblo cuando era niño.

P. O sea, nada.

R. Sí que he aprendido. A reconectar y a vivir el presente con mucha ilusión. He tenido la suerte de vivir en Córdoba, que es mi paraíso ahora mismo y la ciudad más hermosa. Yo no cambiaría Córdoba por ninguna ciudad.

P. ¿Ni por su pueblo?

R. Son etapas. Yo ahora mismo me he adaptado a estar en Córdoba y soy muy feliz aquí. Mi pueblo va en el corazón y siempre está conmigo. Cuando voy andando por la Ribera, siento que voy por los álamos del arroyo del Lanchar. Siento esa ósmosis y esa fusión entre mi infancia y Córdoba.

P. Hoy no hay niños en las calles.

R. Es verdad. Pero es que ni en mi pueblo. Los niños hoy están con las tablets y atados a internet. Y eso sí es peligroso. Sacas a los niños al campo y no saben distinguir una retama de una ulaga o un lentisco de una jara. No saben diferenciar un chopo de un álamo, un cerezo de un melocotonero. Los niños no están en la calle, pero tampoco en la naturaleza. Viven conectados a un mundo virtual que no tiene nada que ver con la realidad.

Antes éramos felices con muy poco

P. El 84% de los niños están enganchados a los videojuegos.

R. Ese es el peligro mayor. Ayer estuve escuchando en televisión que quieren sacar una ley para que prohíban el uso del móvil, de la tablet y de internet en los colegios y el instituto. Y lo veo bien. Estamos destrozando a la infancia.

P. ¿Internet es un peligro o una oportunidad?

R. Es las dos cosas a la vez. A mí me ayuda mucho internet. Es una oportunidad si lo sabes utilizar. Me ayuda a escribir, a conectar con el correo electrónico, a mandar WhatsApp. Es muy necesario para las personas que estamos formadas y tenemos madurez intelectual. Pero para un niño es peligrosísimo.

P. ¿Qué mundo nos espera?

R. Me da miedo todo lo que es la inteligencia artificial. Estamos entrando en una irrealidad. Nos estamos alejando de la tierra para entrar en algo que es una alegoría. Estamos perdiendo la raíz humana, la espiritualidad, la conexión con Dios en el sentido de lo trascendente. Yo soy una persona que creo mucho. Creo en Dios en el sentido de que estamos de paso hacia otro mundo.

P. ¿Hacía qué mundo?

R. Llamémosle cielo o como queramos. Yo sé que aquí esto no acaba. Es una sensación que tengo desde niño. Cuando salía a la naturaleza tenía ese contacto con Dios, que está ahí. Es el universo. Es la luz. Y nosotros somos espíritus además de materia.

P. ¿Qué hay después de la muerte?

R. Hay otra vida, otro mundo, otra existencia. No sabría decir cómo es, pero creo que los espíritus siguen estando ahí. El alma nunca muere. Somos energía y esa energía pasa al universo.

P. ¿De dónde ha sacado esa idea?

R. No solamente por la educación religiosa y cristiana. Mi visión de Dios ha ido madurando. Ha sido una reflexión filosófica y ética sobre el mundo. Pero también tiene mucho que ver con la física cuántica y con la inteligencia. No con la inteligencia artificial, que me parece algo absurdo y superfluo. Somos energía y la energía se transforma y no muere. Yo creo que el universo es infinito y que nosotros vamos a algún lugar.

Cuando venía de mi pueblo a Córdoba era como un viaje a otro mundo

P. Usted dice creer en Dios. ¿Y en la iglesia?

R. Soy una persona cristiana. Absolutamente creyente. Creo en la Iglesia pero no de una manera ciega. En la Iglesia hay gente muy buena y gente que hace una labor muy nefasta y contraria a lo que predicó Jesús de Nazaret. Hubo un Papa que me parecía extraordinario y es un modelo para mí: Juan XXIII. Era el Papa de los pobres y de la alegría. Yo creo en esa Iglesia que está con los pobres, pero no en la Iglesia fatua y engreída de los grandes fastos cardenalicios. Creo que Jesús de Nazaret era muy sencillo. Cristo es mi guía e intento ceñir mi vida a ese cristianismo de base. La Iglesia de la parafernalia, del incienso y del Vaticano no me interesa.

P. Por cierto, su Dios ha abandonado a Gaza.

R. Dios nos hace libres. Dicen que si existiera Dios no habría guerras. Pero no. De la guerra, los culpables somos los hombres. Yo no creo en el hombre que mata, que manda asesinar y que hace guerras como la de Gaza o Ucrania. El odio lo crea el hombre.

P. Si Dios es el creador de todo, también lo será del dolor y de la crueldad.

R. No. Nosotros somos los crueles. Dios nos hace libres. Es una reflexión que desde niño tenía clara. Yo puedo decidir ser amigo de mis amigos y darles abrazos o liarme a palos con ellos. Puedo odiar, hacer daño a los demás o ser una buena persona y no envidiar a un amigo cuando gana un premio literario. Puedo ser un asesino y hacer barbaridades como las que está haciendo Israel en Gaza, aunque los otros tampoco van de rositas cuando provocaron esa barbaridad de Hamás. Esa locura es del hombre, no de Dios.

P. Una locura, por cierto, en Tierra Santa.

R. Es una paradoja. ¿Por qué invaden Palestina? ¿Por qué no se pueden declarar dos estados? ¿Por qué no puede haber armonía y respeto? Se debe hacer el cielo en lo pequeño.

P. Dice adiós a la novela. ¿Por miedo al folio en blanco?

R. No. Le voy a ser claro. El jilguero en el ático, mi última novela, me ha supuesto un duro trabajo de cinco años. Desde aquí agradezco a mi editor y amigo, Javier Ortega, haber estado codo a codo conmigo. Después de doce novelas, lo que tenía que decir ya lo he dicho. Yo me veo más como poeta que como narrador. Con esta novela tenía la sensación de que podía ser un best seller. Habla de amor, hay una trama y tiene misterio. El protagonista es un sacerdote, un hombre bueno que sigue a Jesús de Nazaret, un cura mediático que intenta hacer el cielo aquí en la tierra. Y, de pronto, le levantan un falso testimonio y le rompen la vida. Gana el juicio, pero le hacen la vida polvo. Entonces huye a una aldea. Entre medias, hay un amor y no sabe si seguir de sacerdote o romper.

P. ¿Ese cura es su alter ego?

R. De alguna manera, sí. De niño quería ser cura para hacer el cielo aquí en la tierra.

Me resisto a entrar en el juego del capitalismo

P. Usted encara la prosa como la poesía.

R. No. De una manera distinta. Mi última novela me ha llevado cinco años de trabajo constante de revisión y reescritura, para hacer una obra pulcra y perfecta. Sin embargo, la poesía se escribe sola. Es algo mágico. Es una intuición. Algo que surge y te va llevando. La tumba del arco iris, el libro con el que gané el Premio Nacional San Juan de la Cruz, y que cambió mi visión de la poesía, lo escribí en siete u ocho días.

P. En estado de trance.

R. Sí. Estuve de médium. Fue un diálogo con mi padre muerto. Lo escribí al mes de morir mi padre y los poemas me venían. Fue un poemario que escribí en trance. La poesía me busca y la novela la busco yo.

P. Los títulos de sus novelas son versos: El viento derruido, Los años de la niebla, El óxido del cielo.

R. Me decía mi buen amigo Julio Llamazares, y también Antonio Colinas, que tengo una manera de titular poética. No lo sé. Cuando busco un título para una novela intento que no se le ocurra a nadie. Yo siempre busco la singularidad. Voy a contracorriente. Me gusta escribir mi poesía distinta. Será mejor o peor, pero es distinta a lo que comúnmente escribe la gente.

P. Su último artículo de prensa arranca así: “Existen libros en los que suena el viento”. ¿Qué suena en sus libros?

R. En mis libros también suena el viento. Y vuelan las nubes, cantan los pájaros, fluye el agua. Todo eso está ahí.

P. ¿España se rompe?

R. Que va. Nunca se ha roto, ¿por qué se va a romper ahora? La situación de España es muy difícil pero no hay que ser tan alarmista. Hay que tender la mano. Esa es mi visión cristiana y humanista del mundo. Es una situación muy difícil pero no podemos enfrentarnos los unos a los otros. Creo que hay que dialogar y convivir. Uno de los momentos más bonitos en este país fue cuando ETA dejó las armas y entró en el juego democrático. Para mí, eso fue un avance grandísimo. ¿Cómo no voy a perdonar? Una cosa es el olvido y otra el perdón. Por supuesto, lo que no se puede olvidar es todo el daño que hicieron. Pero sí debemos perdonar y reconciliarnos porque es como el hijo pródigo. Siempre será mejor el diálogo. Hay que buscar esa armonía y aceptar la diversidad.

P. A un poeta como usted, la amnistía no le quita el sueño.

R. No me quita el sueño. Me quita el sueño que los que reciben la amnistía no sepan ser generosos con España y no se arrepientan del daño que han hecho.

Cuando me llamó la productora de Giménez-Rico, creí que era una broma y les colgué

P. ¿Nos han colado una dictadura?

R. ¿Qué dictadura? Dictadura es la que vivimos con Franco cuando nadie se podía mover si pensaba de una manera distinta. Hoy la gente puede pensar como quiera. El Gobierno actual se ha podido equivocar, pero cuando lleguen las próximas elecciones, los que estén de acuerdo lo votan y los que no, no lo votan.

P. ¿Hay poesía en Instagram?

R. Muy poca. Creo que la poesía que se hace en Instagram es de baja calidad. Se necesita un filtro poético. Ahí sí soy muy duro. Creo que los poetas jóvenes que se jactan de no haber leído a los clásicos escriben muy mala poesía. No utilizan los endecasílabos ni el verso alejandrino. No conocen el ritmo. Es la poesía que yo escribía con doce o trece años. La poesía es otra cosa mucho más seria para mí. Hay excepciones. Hay poetas jóvenes buenísimos.

P. Usted ha dicho: “Presiento cosas inverosímiles que no se pueden explicar”. ¿Por ejemplo?

R. La existencia de Dios. La existencia de otra vida. Sentir que mis seres queridos están conmigo. La intuición de los espíritus. Yo no los veo, pero siento que están conmigo. Soy como los indios. Un hombre atado a la madre tierra, a la naturaleza y a la presencia de los espíritus. Los siento cerca de mí. Quizás soy un ser un poco mágico. Creo en lo paranormal, porque si solamente hubiera esta realidad sería muy pobre el mundo.

P. ¿Es pobre la realidad?

R. Lo material, quiero decir. De niño veía una mesa y quería saber qué hay dentro. Los átomos que la componen. Me hacía esas preguntas. ¿Qué hacemos? ¿Dónde vamos? Por ejemplo: gente que hace el amor sin estar enamorada. Buscar a una mujer o un hombre por el puro sexo. Para mí, no. Yo creo en la fidelidad absolutamente.

Creo en la Iglesia de los pobres, pero no en la Iglesia fatua

P. Es usted un hombre de otro tiempo.

R. Sin duda. Soy un hombre romántico. En el romanticismo hubiera encajado mejor que en estos días.

P. ¿Le duele su pueblo?

R. Me duele el olvido de la comarca de los Pedroches. Mi pueblo no me duele. Me da mucha alegría. Lo quiero. Lo llevo en el corazón. Me duele el daño que le hagan a mi tierra. Me duele la despoblación, el abandono de las minas. Cuando yo era adolescente había una canción de José Feliciano que me hacía llorar. Una canción de 1971. Yo tenía catorce años entonces.

P. ¿Qué canción?

R. Pueblo que estás en la colina, tendido como un perro que se muere. Ahí veía yo la inmigración. Mis amigos se fueron casi todos. No puedo. Me emociona.

P. Si perdemos el mundo rural, ¿qué perdemos?

R. Lo perdemos todo. En el mundo rural está el origen. Lo que nos alimenta. El campo, la naturaleza, la ganadería. Está todo. Aquí se ha desdeñado siempre el mundo rural. Ahora se habla de la España vacía. Pero se hace muy poco por ella. Ahora tenemos en la comarca el problema del agua. Entre los políticos no se ponen de acuerdo y no luchan de verdad por una tierra que siempre ha estado olvidada. Siento que no haya agua potable. Estamos como en los años sesenta cuando iban repartiendo el agua con una cuba. Hemos ido hacia atrás. ¿Cómo no se arregla eso?

P. ¿Escribir es un acto de resistencia?

R. Es luchar contra el presente, contra lo absurdo de la guerra, contra esa idea decimonónica de que España se va a romper. A través de la literatura hay buscar cauces para hacer a la gente más feliz y más alegre.

La poesía se escribe sola

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