La farsa como género total
El último disco de Sílvia Pérez Cruz se titula Farsa (género imposible), imaginemos, porque quedaba muy pretencioso titularlo Farsa, género total. Ahora bien, el concierto que ha ofrecido este martes la cantante en el marco de Cosmopoética sí merece tal adjetivo. ¿Por qué?
Pues porque Sílvia es un cantante total, a menudo capaz de hacer lo imposible. Una voz que arranca un concierto por tangos morentianos; lo acaba tocando el pandero cuadrado entre versos de Javier Ruibal; y que, entre medias, se viste de bolero, de tango, de vals, de ranchera, de folk, de rock e incluso de ambient y drone.
Una voz sin más floritura que la de un soberbio ingeniero de sonido -Juan Casanovas- y una estimulante lightjockey -Isa del Moral-. Esa era la única farsa de un concierto que la cantante ha dado sola y de negro en la oscuridad del escenario.
¿Por qué farsa, pues? La cantante catalana ha explicado que el origen del título del disco está en un viaje a Noruega en el que presenció un simulacro de clase de flamenco para extranjeros de la que extrajo un mantra: “Sílvia, tú lo que haces, lo haces de corazón”. Y el corazón rara vez miente.
Así que, como un corazón en un trasplante, iluminado desde el cielo, la cantante se ha aniquilado con la primera canción -“Yo canto pa' que se me vaya
la fatiguilla y la pena“-, antes de confesar que nunca antes había dado un concierto a la hora de la siesta. ”Pero qué bien poder cantar, que en Barcelona no podemos cantar desde hace un mes y me moría de ganas“, ha explicado antes de animarse a presentar tres de las canciones que ha escrito durante el confinamiento.
Para entonces ya había cantado Plumita, inspirada en un poema de Mauricio Rosencof y que forma parte de la película La noche de 12 años, de la que también ha entonado su versión de Sound of silence. De sus fértiles -y premiadas- incursiones cinematográficas y teatrales también sonarían No hay tanto pan, Futuras madres del mundo (basada en un poema de Miguel Hernández), Grito pelao e Intemperie (que ha servido de cierre).
Aunque lo más interesante ha ocurrido entre medias, cuando Pérez Cruz ha transitado por caminos más impopulares, buscándose en recursos de mayor complejidad y apoyando su voz en efectos de sonido, loops y capas de música electrónica, acercándose a territorios como el ambient, el drone y la micropolifonía, mientras recitaba a Sylvia Plath.
Lo hacía en un teatro a oscuras, mientras un haz de luz y humo caía desde el cielo y la abducía e invisibilizaba hasta desaparecer, para luego abrirse más y más, hasta llegar al patio de butacas, donde el público miraba la escena como quien mira un tornado formarse. “Muy pronto notarás una ausencia / creciendo a tu lado, como un árbol”, cantaba en inglés la cantante, mientras aporreaba un instrumento de percusión.
Kubrick y Ligeti estarían fascinados ante el espectáculo. Y casi hubieran sonreído al comprobar que la siguiente canción que ha cantado Pérez Cruz, casi como por oposición, haya sido Mañana, una bellísima ranchera inspirada en un poema de Ana María Moix, habitual del repertorio de la cantante, y que ya parecía un presagio de Farsa (“Olvida falsedades del pasado / recuerda que fueron solo sueños que tuviste”).
Y así, como quien se despierta de un mal sueño, Sílvia Pérez Cruz ha confesado, ya hacia el final, que ha tenido mucho tiempo para preparar este concierto. Demasiado. Tanto que lo que estaba llamado a ser un recital con voz y guitarra, ha acabado siendo un despliegue multimedia de canciones, géneros y estilos.
Que lo que parecía imposible, lo ha hecho posible.
Lo ha hecho total.
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