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Aleluya por Leo Brouwer

Concierto homenaje a Leo Brouwer | ÁLEX GALLEGOS

Rafael Ávalos

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Es el propio protagonista el que, en un momento dado, decide acabar con un instante de efímera eternidad. La noche alcanza el final con su salida del escenario, ése que tantas veces pisara antaño. Visiblemente emocionado pero mucho más feliz abandona las tablas entre un aplauso de respeto y admiración. También es de agradecimiento y no sólo de felicitación. Se marcha lentamente pero con paso firme y la calma regresa a un Gran Teatro rendido a sus pies. Tres minutos dura la última ovación y no lo hace más porque, sencillamente, el maestro no quiere excesos. Éste es el culmen de la cita dedicada especial y expresamente a Leo Brouwer, fundador y director durante nueve años de la Orquesta de Córdoba. Aunque es mucho más que eso. Éste es el cénit del concierto homenaje que el Festival Internacional de la Guitarra preparara con esmero y ofreciera este viernes con motivo del 80 aniversario del músico.

La figura de Leo Brouwer está inevitablemente ligada a Córdoba, tanto como la ciudad a él. No en vano, el hombre que ayudó al impulso de autores como Silvio Rodríguez o Pablo Milanés, entre muchos otros, dio cosecha a un lugar que era páramo cultural. Es ese escenario que siempre presume de grandilocuencia artística pero vive dormido. Lo cierto es que ese punto de Andalucía, de la que es Hijo Adoptivo desde 2001, es tierra fértil tristemente desaprovechada. Las excepciones las establecen personas que optan por la siembra, como hizo allá en 1992 el creador infinito. Por ello y porque a los 80 no se llega todos los años, el Festival Internacional de la Guitarra quiso abrazar de forma inmejorable al cubano cordobés y cordobés de La Habana. Por desgracia, el Gran Teatro registró una discreta media entrada.

Pero no importó que hubiera más asientos vacíos de lo que debería. La presencia de Leo Brouwer llenaba el principal espacio escénico de la ciudad. Física y musicalmente, porque el que fuera director de la Orquesta de Córdoba estuvo en el patio de butacas para disfrutar, como hizo todo el público, de un repertorio mayoritariamente salido de su genialidad. El homenaje arrancó de la mano del Coro Brouwer, formado con motivo de esta cita, y de su director, Javier Sáenz-López Buñuel. El fundador del Coro Ziryab dirigió al grupo mixto de voces que interpretó seis piezas del conjunto de rondas, refranes y trabalenguas que realizó el maestro cubano hace más de una década. El recital resultó emocionante y por instantes entretenido. Elogiable fue la actuación en Pablito clavó un clavito, con una partitura que es puro atrevimiento. Es el reflejo de la actitud intrépida de quien la compuso.

Después fue turno para el Cuarteto de Cuerdas de La Habana, conformado por Hoang Lih Chi (violín), Igmar Alderete (violín), Jorge Hernández (viola) y Deborah Yamak (Cello). El grupo intervino junto con el guitarrista Javier Riba, amigo de Leo Brouwer y relevante figura del instrumento que hechizó cuando era niño al cubano. Interpretaron en este caso las baladas del Decamerón Negro, una exquisita suite formada por tres movimientos (El arpa del guerrero, Huida de los amantes por el valle de los ecos y Balada de la doncella enamorada) hecha con leyendas africanas y el Decamerón de Bocaccio como referencias. Cualquier descripción resultaría insuficiente y, casi seguro, injusta por no estar a la altura. Es imposible otorgar palabras a la excelencia. Terminó tras este extracto del repertorio la primera parte del concierto, en la que el indomable compositor recibió el calor del respetable por dos veces. Él saludó casi con timidez.

Tras el primer acto, el segundo no tardó en llegar: justo el tiempo necesario para dejar todo listo sobre las tablas para la aparición de la Orquesta de Córdoba. La misma que hace poco menos de 27 años inició una brillante andadura gracias a la inquietud del homenajeado. Sus miembros intervinieron bajo la batuta de su director titular, Carlos Domínguez-Nieto, y en compañía de Javier Riba. El guitarrista deleitó de nuevo con su sencillo virtuosismo, guiado por una pasión que mostraba a través de sus gestos. En tiempos de estridencias musicales, es de agradecer que seis cuerdas conduzcan a los territorios soñados aunque quizá nunca pensados. Todos dieron forma a un conjunto mágico que regaló el Homenaje a Manuel de Falla del polaco Alexandre Tansman con orquestación del italiano Angelo Gilardino. Las piezas de esta obra sonaban por vez primera en España, lo que daba mayor notoriedad a las notas y a la cita en general. Además, significaba una conexión única entre dos creadores irrepetibles, el gaditano y el propio Leo Brouwer.

Más reciente que las anteriores obras del cubano es Aleluya por Córdoba, un tributo del maestro de La Habana a la ciudad y su relación con la guitarra. El Coro Brouwer regresó al escenario y lo compartió con la Orquesta. La dirección corrió a cargo otra vez de Javier Sáenz-López Buñuel. La intensidad de esta pieza, así como de la gran interpretación, fue el broche que debía tener la noche en que Leo Brouwer, aquel niño autodidacta que a lo largo de los años indagó incansablemente en el cosmos de la música, recogía el afecto de su otra ciudad. Es una Córdoba que guarda una deuda imposible de responder con quien le aportó oxígeno cuando más lo requería, allá por 1992. Y al fin, con el protagonista sobre el escenario, el Gran Teatro se puso en pie para cantar con aplausos su Aleluya por Leo Brouwer.

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