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A. Fresno

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Es miércoles de pasión y el cielo está totalmente despejado. Los naranjos emulsionan su flor de azahar y la temperatura es la típica de estas fechas. Pasan varios minutos de las cinco de la tarde cuando el periodista pide un café para amenizar la espera en una de las conocidas terrazas de la plaza del chimeneón, muy cerca del centro de la ciudad. Allí espera la llegada de sus invitados: Moisés Mangas y Estefanía Molina, un joven matrimonio cordobés y cofrades de las hermandades del Cristo de Gracia y el Huerto. Pero ellos no vienen solos, ya que desde hace algunos años cuentan en sus vidas con otro pequeño cofrade de cinco años, Alejandro, además de su joven hermana, Lucía, de tan sólo unos meses de edad. 

Para ellos, como a tantas otras familias, la Semana Santa ha marcado sus vidas. Gracias a las cofradías se conocieron hace ya varios años y ahora, algún tiempo después, continúan acrecentando su fe depositando sus oraciones en las imágenes que con tanto cariño veneran. “Desde pequeña mi inculcaron la fe y la devoción por mis titulares de la Hermandad del Huerto, y eso es lo que ahora yo intento transmitirles a mis hijos”, explica Estefanía a CORDÓPOLIS.  Sin embargo, lo que no entraba en los planes de ésta y muchas otras familias era la llegada de una pandemia que lo cambiaría todo. “El coronavirus nos pilló a todos un poco por sorpresa. No éramos capaces de imaginar la magnitud de este problema del que aún hoy seguimos sufriendo sus consecuencias”, señala Moisés.

Una pandemia que llegó a pocos días de Semana Santa, con todo casi listo para volver a conmemorar un año más la Pasión de Cristo. Una situación que para los adultos, aunque cueste, es más fácil de digerir. Ahora bien, la odisea llega cuando hay que explicarle a un niño de apenas cinco años que este año no podrá vestirse de nazareno para acompañar a su Hermandad. “A Alejandro tuvimos que hacerle ver que todo esto era como un juego en el que no podíamos salir de casa. Durante Semana Santa intentamos entretenerlo con todo tipo de actividades, haciéndole olvidar por un momento la situación tan dramática que estábamos viviendo”, explica su madre.

Ahora, más de un año después, la situación ha mejorado bastante con respecto a cómo nos encontrábamos hace tan sólo un año, pero aún es pronto para poder vivir una Semana Santa tal y como la hemos conocido siempre. El problema radica en que los más pequeños, al estar dos años consecutivos sin procesiones de Semana Santa por las calles de la ciudad, pueden sentir desafección por la fiesta, ya que dos años en la vida de un adulto no supone mucho, pero dos años en la vida de un niño de tan corta edad puede suponer un mundo. “Por suerte, en casa siempre intentamos que Alejandro disfrute y conozca la Semana Santa. De hecho, en cuanto pudimos salir a las calles, una de las primeras cosas que hicimos fue ir a San Francisco y a Trinitarios -sedes canónicas de las hermandades del Huerto y el Cristo de Gracia-. Su cara de ilusión lo decía todo”, destaca el padre.

De esta forma, en la Semana Santa de 2021 la familia Mangas Molina asistirá a los actos que sus hermandades han preparado para los días en los que deberían realizar su estación de penitencia. Mientras tanto, esperan que para 2022 la situación haya mejorado lo suficiente como para que todo sea como siempre, o al menos, lo más parecida posible. “Hay que ser realistas, pero creemos que para el año que viene podremos vivir de nuevo la Semana Santa en las calles de nuestra ciudad”, confiesan, para concluir, ambos padres. 

El periodista, antes de despedirse, pregunta al pequeño Alejandro que cuántas ganas tiene de Semana Santa. El niño, con la inocencia propia de la edad, mira a su alrededor, se fija en la esbelta torre que un día fue chimenea de la antigua fábrica de aceites San Antonio, propiedad de la empresa Carbonell, y exclama en voz alta: “Tengo tantas ganas de Semana Santa como esa torre de grande”. Ante esto, pocas palabras más hay que añadir. 

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