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Miguel Huertas Córner Cordobés

24 de febrero de 2021 05:30 h

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Son las 11 de la mañana. Después de una mañana ajetreada por las taquillas del Arcángel, el periodista queda con la protagonista, una árbitra de 17 años que recién debutó en un partido de categoría sénior como asistente en Segunda Andaluza. Muchas veces, uno tiene la sensación de que, a partir de ciertos acontecimientos extraordinarios, el día sólo puede ir cuesta abajo o con sucesos que no podrán superar lo anterior. Pues bien, al punto de encuentro llegó la entrevistada a lomos de su noble corcel Delfín, con el cabello color marrón cuero, brillante en el sol de la mañana. El listón estaba alto, dado el pseudo comienzo de la entrevista. También la protagonista estaba a la altura.

El pasado y presente de María De los Ángeles Gómez Macías (Córdoba, 2003), aunque por todos conocida como María, no se entiende sin sus caballos. En una finca cercana al complejo municipal del Arenal, cuida a los que son los animales de su vida. Mientras desmontaba a Delfín, otro de sus favoritos, Ventura, de color grisáceo, aguardaba en el establo. Por ocio, el cuidado de los caballos corresponde a su familia, aunque ella colabora con su atención diaria en cuanto a alimentación, largas caminatas por el campo, cuidados básicos...todo con mucha pasión. precisamente, otra de sus pasiones es el arbitraje. Sin haber cumplido siquiera la mayoría de edad, a finales del pasado mes de enero, la colegiada debutó como juez de línea en el partido que enfrentaba al Alcolea Los Ángeles con el Parque Cruz Conde, correspondiente a Segunda Andaluza Senior.

Sus inicios, entre nervios y decisión

María Gómez confiesa que ese día los nervios pudieron con ella.  “Lo pasé fatal, (un día) muy malo. Primero llegué con muchas ganas. Me levanté: ”Venga, María, que es un sénior, vamos, que es una 2ª andaluza allí en Alcolea“. Me recogió el árbitro principal y nos fuimos ya para Alcolea. Ya llegando con el coche, yo me decía ”que no quiero, que no puedo, que no puedo“. Nos metimos en el vestuario, comprobamos los pinganillos, me los pongo: los pinganillos, geniales, todos iban. Y cuando nos vamos cada uno para las bandas a comprobar las porterías, cada uno de los asistentes se va para su banda, pues allí ya no iba el pinganillo. No me lo creía. Yo llorando, con las lágrimas saltadas, el árbitro viniendo para mí, que a ver qué me pasaba: ”que no me va el pinganillo, que no puedo, que no sé hacer nada de esto“. Y yo sin saber qué gestos hacer ni nada. Los peores diez minutos de mi vida. Yo no sé qué se me hizo en el cuerpo”, expresa de manera sincera. La labor de enseñanza del primer colegiado para que María no desistiera de su labor como asistente en la banda, explicando que “ me ayudó muchísimo, me lo puso muy fácil. En las faltas él se venía para mí para verlas él, porque yo no tenía cuerpo ni nada. Me dejó lo más fácil, que era marcar los saques de banda, los córneres y los saques de portería. Por ahí estoy muy contenta.

Sus inicios en el mundo del silbato y las tarjetas fueron ciertamente por acumulación de tareas. No podía compaginar estudios, caballos y fútbol. Ella, jugadora en las categorías inferiores del Córdoba y, más tarde, en el Gaspar Gálvez, sufrió un bajón de rendimiento académico y tuvo que plantarse en un punto de inflexión. Jose, como ella le llamaba, le invitó a meterse en el mundo del arbitraje para que se siguieran viendo por los campos de fútbol cordobeses. Cursos una vez a la semana y aprendizajes básicos progresivos fue lo que le hizo seguir. Eso y los más pequeños, su debilidad. “Mi primer partido fue con un prebenjamín, el Domcor – Figueroa, y se jugó en el Guadalquivir. Yo llegué con un miedo que creía que me iba a dar algo. Mi padre vino conmigo y estaba hasta peor que yo, estaba blanco. Llegué allí y cuando yo vi a esos niños chicos, más graciosos que nada, una niña también en el equipo, eso me dijo que siguiera para adelante”, confiesa la colegiada.

Futuro cortoplacista como colegiada

Eso sí, días mejores y peores ha tenido en su corta carrera como árbitra hasta el momento. De hecho, la entrevista se realizó a una hora más avanzada por la mañana por la suspensión de un partido en un campo donde siempre le ha ido bien, el Figueroa. Sin embargo, sus dos años de experiencia han dado para un partido que queda marcado con rotulador fluorescente en su memoria. “Mi peor partido, que no se me va a olvidar nunca, fue un alevín de UD Sur contra el Alcázar. Ahí lo pasé fatal. Fueron más que nada, los niños. Con esas edades están muy enchulados y yo no quería. Se estaban peleando entre ellos, era mi segundo o tercer partido, no estaba hecha a un partido malo por así decirlo. Me pilló muy de golpe: fue mi primer alevín y, encima, malo (el partido). Niños peleándose, insultándose, no me lo esperaba de niños tan chicos”. Como luego resultó, ello no le detuvo en su carrera como trencilla.

Actualmente estudia, como pudiera deducirse, en un grado de actividades ecuestres. Más tarde, quiere hacer un grado superior de TAFAD para opositar a policía nacional. Aunque no le quita ojo a su futuro como árbitra. ¿Metas a largo plazo? No son para María Gómez. “No me quiero poner metas porque, si no, me obsesiono. Adonde llegue, llegué”, asevera, a lo que añade que “todavía no he pitado ningún femenino pero también me gustaría pitarlo”. Desgraciadamente, el presente a corto plazo de las árbitras en el fútbol senior masculino es escaso, aunque ya las hay en la elite. La francesa Stéphanie Frappart fue la primera en dirigir un encuentro de Liga de Campeones entre Juventus y Dinamo de Kiev en diciembre de 2020. En cuanto a María Gómez, expresa, entre risas, que “mi padre siempre me dice que me ve en un Barcelona–Madrid pero claro, es mi padre, me quiere mucho”. Eso sí, en los inicios, siempre existe algún energúmeno que quiere reducir a cenizas la dignidad como árbitra y como mujer de las que dirigen encuentros de fútbol masculino con insultos y vejaciones reprochables. “Nunca, por ahí siempre me he salvado, no sé cómo. Luego fui a un partido de una íntima amiga mía, que es para mí mi hermana, y le empezaron a decir que se fuera a fregar los platos. Yo doy gracias a Dios y toco madera para que no me pase nunca. Ojalá que no me pase”. Para malos arbitrajes no existe género; “no tiene nada que ver”, apostilla.

A caballo entre el arbitraje y los equinos

Volviendo al tema ecuestre, también encuentra en los caballos su mundo particular. Un sitio al que siempre poder volver. Se nota durante la entrevista que aquel es su lugar. Gómez afirma que “cuando tengo un partido malo, mi padre lo sabe y lo primero que me dice es que nos vayamos con los caballos porque me evade. Estar aquí es evadirme de todo. Lo mismo me voy para el campo, al lado del río, y ahí como que me olvido de todo. Me ha ido bien con los caballos y, quieras o no, me ayuda mucho”.  Eso sí, si le toca mudarse fuera de la provincia, “lo pasaría mal. Yo me llevo el caballo a mi casa, duerme conmigo, me da igual (risas)”.  Eso sí, de una apariencia extrovertida, divertida y risueña, dentro del campo pasa de ser María a la colegiada Gómez Macías. Admite que tiene un estilo antipático durante los 90 minutos. “Me gusta charlar pero al principio y al final, durante el partido me cambia”, agrega.

Como en la vida, siempre quiere tenerlo todo preparado para no fallar en nada. Aunque, claro, todos tienen sus errores de memoria de vez en cuando. María recuerda con cierto cariño una de las anécdotas referidas a su trabajo. “Se me olvidaron en un partido las botas y el silbato y no me lo creía. Allí en El Carpio, lo pasé fatal. Llamé a mi padre corriendo y me lo tuvo que traer. Yo llorando”, expresa. Entre caballos y silbatos, María Gómez inició su carrera como trencilla, en la labor de impartir la mayor justicia posible. Con sólo 17 años, se ha convertido, por méritos propios, en una de las promesas del arbitraje en la provincia. Y siempre con una sonrisa de oreja a oreja.

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