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Lynne Cohen, la fotógrafa entre Tati y Foucault

Una niña observa una fotografía de Lynne Cohen en Vimcorsa | MADERO CUBERO

Manuel J. Albert

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Vimcorsa exhibe los paisajes interiores y la inquietante cotidianidad del siglo XX en una muestra organizada por la Fundación Mapfre |

Hay fotógrafos que se pasan la vida buscando el momento decisivo que definió Henri Cartier-Bresson. Pero ese instante único y congelado en el tiempo, capaz de describir toda la historia de los personajes que habitan la imagen, no es lo que mueve a todos los artistas de la cámara. Los hay, como Lynne Cohen (Racine, Wisconsin, 1944) que persiguen otra cosa.

La artista recientemente fallecida buscaba lo extraordinario en los objetos y en las estampas cotidianas y ordinarias del salón de una vivienda de los suburbios urbanos de Estados Unidos en los años sesenta y setenta. Es solo un ejemplo. Pero es definitorio. En el conjunto de su obra se huye de los espacios suntuosos. Solo hay naturalezas muertas y vacías de gente en las que, a pesar de todo, no deja de hablarse de la condición humana.

Casas, laboratorios, centros de belleza, centros de control. Muñecos. Maniquíes. Instantáneas tomadas siempre con el plano medio de una cámara de placas en las que Cohen grababa la imagen a muy alta velocidad, recogiendo cada mínimo detalle en un enfoque perfecto.

La primera exposición cronológica de Lynne Cohen -y seguramente la primera retrospectiva que se hace tras su muerte- puede verse hasta el 14 de septiembre en la sala Vimcorsa gracias a la Fundación Mapfre.

Lynne decía que no llegó a la fotografía a través de Cartier-Bresson sino a través de la pintura de Duchamp. Y también afirmaba de su obra que estaba a medio camino entre Jacques Tati y Michel Foucault. “Le gustaba reflexionar sobre el fin de la inocencia de las personas a manos de la tecnología, al igual que hacía el director francés en sus películas. Pero también abordaba el tema del control social sobre el que escribió el filósofo”, recordaba este viernes Nuria Enguita, comisaría de la exposición.

Solo hay que dar un paseo por la exposición para comprobarlo. Tras su etapa de los años sesenta y setenta, poblada por la gomaespuma y los sillones de escay de las viviendas o espacios comunitarios estadounidenses, Lynne se interesó por laboratorios de pruebas llenos de intrigantes máquinas y residencia de muñecos diseñados para sufrir experimentos de impacto, fuerza y presión. Pero Lynne también se siente fascinada por los centros de culto al cuerpo de los spa, que vivieron un enorme auge en los ochenta y en los noventa. Entre ambos se establece un diálogo que inquieta. Campos de pruebas para el cuerpo. Zonas de control individual y colectivo.

Perspectivas. Aparente frialdad. Composiciones perfectas y perfectamente encontradas por Lynne. “No tocaba nada, no alteraba nada. Todo lo que aparece era así, estaba así”, recuerda la comisaria. Todo. El fondo tecnológico y el eco de lo humano y de su arte. Todo. Todo bajo la mirada que observaba -y vigilaba- de la artista. Mirada que nos ha regalado y que convierte a nuestros ojos en vigilantes del espacio.

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